La leyenda que se cuenta en Zacapa que advierte de no salir de casa en el Día los Fieles Difuntos
“La noche de las ánimas”, una leyenda escrita por el zacapaneco Jorge Filiberto Pineda Marín es apta para compartir en el Día de Todos los Santos y el Día los Fieles Difuntos.
Zacapa se caracteriza por su tradición oral, reflejada en escritores y poetas que han desarrollado variedad de cuentos, poemas y leyendas que son compartidas con las familias en fechas especiales como el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos.
“La noche de las ánimas” es una leyenda escrita por el poeta Jorge Filiberto Pineda Marín, quien desde hace 30 años pertenece a la Asociación Zacapaneca de Contadores de Cuentos y Anécdotas (AZCCA).
En su obra, Pineda narra la historia de Carlos, un hombre valiente que junto a su perro “Canelo” se dedicaba a la cacería.
Un día, como de costumbre, por la tarde noche Carlitos Martínez con “Canelo” y su rifle al hombro salió al monte para cazar algún pájaro, un tacuazín o un conejo, pero no encontraba nada, de hecho, su mascota, que era muy buen cazador al igual que él, en lugar de ayudarle a atrapar un animal se metía entre las piernas de Carlos y aullaba, lo que lo sorprendió.
Al llegar la media noche a lo lejos observó una fila de luces que caminaban con mucho orden y guardaban distancia.
“¡Qué raro, gente a esta hora en el monte si no es un día para estar acá!”, expresó Carlos.
Extrañado y sin poder cazar nada decidió regresar a casa con su perro, pero al llegar al pueblo se fue la luz, pues había llovido, lo cual seguía extrañando a aquel hombre.
Fue mientras caminaba por la calle que logró ver a tres figuras que parecían estar cubiertas con nylon; además, portaban unas candelas en las manos, lo que provocó que Carlos sintiera pesadez en sus piernas, al ver que su perro comenzó a aullar corrió a su casa.
¡Juana, Juana, abrime! gritaba afuera de su hogar mientras tocaba la puerta. Asustado, comenzó a contarle a su esposa lo que había observado y al terminar, Juana le dijo que eso había sucedido por ser el día de difuntos, fue allí, que Carlos comprendió lo que había sucedido.
Con la piel de gallina le dijo a su esposa que le diera un trago -de licor- y luego de tomarlo salió a la banqueta de su casa para sentir la brisa de la madrugada, pero al estar allí una vez más observó aquella fila de luces que parecían antorchas que caminaban con dirección a su vivienda.
Carlos de forma valiente decidió pararse para acercarse al primero de la fila y pedirle lo que parecía ser una antorcha, pero que en realidad era un fémur con una llama; sin embargo, quien la portaba le dijo que no podía dársela, que se la pidiera al de atrás, por lo que aquel zacapaneco hizo caso, no obstante, la respuesta fue la misma.
Al llegar al último se quedó con las palabras en la boca, pues quien portaba aquella llama era su padre quien había fallecido hacía tres años.
“Papá, ¿me permite la antorcha y usted que es lo que hace aquí metido?” externó Carlos y su padre le indico: “hijo el único día que nosotros utilizamos para salir a dar un recorrido a las calles del pueblo, la casa donde vivimos y todas esas cosas que por 364 días no miramos es hoy, y ese día queremos paz, queremos las calles desiertas y a vos se te ocurre estar acá. Realmente la antorcha no te la puedo dar, esta nos pertenece a nosotros y es la luz que nos lleva al cielo, mejor anda a acostarte y otro día de difuntos no se te ocurra salir” terminó de explicar el padre de Carlos.
Luego de la conversación con su padre fallecido, Carlos regresó a su casa pensativo. Desde esa madrugada enfermó y aunque por tres veces fue curado por doña Luisa con huevos, ruda, guaro y limones partidos en cruz, Carlitos fue consumiéndose poco a poco, dejó de comer y de platicar hasta que murió en la cama, todo por haber salido en un día de difuntos.