Dentro del campo de la medicina se acostumbra a desestimar el dolor de las mujeres. Casos de indiferencia hacia la mujer y su salud, causan muertes a mujeres enfermas o no reciben ayuda inmediata como los hombres.
En 2009 mi doctor me dijo que, al igual que “muchas mujeres”, yo le estaba prestando demasiada atención a mi cuerpo. Diciéndome que no tenía ningún problema, me sugirió que me relajara e intentara ignorar los síntomas.
La decisión parecía ir en contra de lo que mis registros de salud mostraban. Unas pocas semanas antes, yo había estado en la sala de emergencias con dolor en el pecho y un ritmo cardíaco de 220 pulsaciones por minuto. El equipo de urgencias me dijo que tenía un ataque de pánico, me recetó un fármaco contra la ansiedad y me dijo que tratara de dormir.
Yo había tenido ataques de pánico antes. Sabía que este episodio no era uno de ellos, por lo que fui a ver a mi médico. Me colocó un monitor cardíaco.
Bingo: tuve otro episodio, esta vez registrado. Pero eso no importó. Igual abandoné su consulta pensando que quizá sufría de ansiedad. Así, escuchando el consejo, intenté ignorar el dolor.
Hasta que volvió a ocurrir de nuevo. Y otra vez. Primero cada mes, luego cada semana. Durante los siguientes nueve años, yo me estuve quejando por esto y me decían que tenía ataques de pánico y ansiedad, que las mujeres no sienten el dolor de corazón de la manera como yo lo sentía y que quizá yo simplemente estaba confundida.
Mi experiencia no era poco común. Abby Norman, autora del libro “Pregúntame sobre mi útero”, pasó por un proceso similar y terminó hallando que sufría endometriosis, una dolorosa condición en la cual el tejido del endometrio crece en otros órganos distintos al útero.
Varios médicos le dijeron que tenía una infección urinaria, hasta que ella acudió a una cita médica junto a su novio, quien dio fe de su dolor.
Norman cuenta que también luchó para ser diagnosticada de apendicitis. Un doctor dijo que sus síntomas eran el resultado de haber sufrido de abusos sexuales durante su niñez, pese a que ella estaba segura de que nunca sufrió tales cosas.
Ambas anécdotas y la investigación académica apuntan hacia una tendencia preocupante: en el sistema de salud existe una larga tradición de desestimar el dolor de las mujeres.
Más difícil es determinar si esto se debe a un prejuicio por motivos de género, a una insuficiente investigación médica sobre las mujeres o a diferencias reales en torno a cómo ambos sexos interpretan el dolor.
Lo que sabemos es que en lo referente al dolor, los hombres y las mujeres son tratados de forma distinta.
Un estudio, por ejemplo, halló que en las salas de emergencias, las mujeres que dicen sufrir un dolor agudo tienen menos probabilidad de ser tratadas con analgésicos basados de opioides (los más efectivos) que los hombres. Luego, después de recibir la prescripción médica, las mujeres esperan por un periodo más largo para recibirlas.
Otro estudio halló que las mujeres suelen ser tomadas menos en serio que los hombres en las salas de urgencia. Un estudio realizado en Suecia en 2014 descubrió que una vez que se encuentran allí, las mujeres esperan más tiempo para ver al médico y sus casos son clasificados como urgentes con menos frecuencia.
Esto puede tener consecuencias mortales. En mayo pasado, una mujer de 22 años llamó a los servicios de emergencia en Francia diciendo que tenía un dolor abdominal tan fuerte que sentía que “iba a morir”.
“Usted, sin duda, morirá algún día. Como todo el mundo”, le respondió el operador. Cuando fue llevada al hospital después de una espera de cinco horas, la mujer sufrió un infarto y murió por el fallo de múltiples órganos.
Esther Chen, especializada en medicina de urgencia en el Hospital General de San Francisco y autor de un estudio sobre los analgésicos basados en opioides, señala que el trato diferencial hacia las mujeres en las salas de emergencia es un fenómeno bien comprobado pero que es difícil saber si se trata simplemente de un sesgo implícito.
Tras realizar un estudio sobre dolor abdominal agudo, esta doctora sospecha que con frecuencia se asume que las mujeres que acuden a urgencia con dolor abdominal padecen problemas ginecológicos, algo que los médicos creen que es menos susceptible de ser tratado con opioides que una enfermedad quirúrgica aguda.
Al mismo tiempo, cuando acuden a las salas de emergencia con dolor las mujeres tienen más probabilidad que los hombres de ser tratadas con medicamentos contra la ansiedad y son descartadas con más frecuencia como pacientes psiquiátricos.
“Las mujeres son remitidas al psicólogo o al psiquiatra con más regularidad, mientras que a los hombres se les indican exámenes de diagnóstico para descartar problemas reales en órganos de su cuerpo”, señala Christin Veasley, cofundadora y directora de la Alianza para la Investigación del Dolor Crónico (CPRA, por sus siglas en inglés).
Como exdirectora ejecutiva de la Asociación Nacional sobre la Vulvodinia, Veasley atestiguó un alarmante registro de malos diagnósticos médicos.
“Las cosas que oí que los médicos le decían a las mujeres eran completamente ridículas. Cosas como ‘usted debe tener problemas maritales’, ‘tómese un vaso de vino antes del sexo’, ‘será mejor’. Y la lista se extiende”, señala.
“Es difícil imaginar que un médico profesional que hizo el juramento hipocrático pudiera decir esas cosas”, afirma.
Hay una asunción común de que las mujeres se quejan con más facilidad por problemas de salud que los hombres.
De hecho, un estudio en Reino Unido halló, por ejemplo, que la asistencia de los hombres al médico general es 32% inferior a la de las mujeres. Es posible, por tanto, que los doctores consideren menos serios los reportes sobre el dolor de las mujeres.
Pero hay otra evidencia que sugiere que es errado asumir que las mujeres son más propensas que los hombres a quejarse sobre el mismo dolor. Un meta análisis de estudios sobre dos tipos comunes de dolor —de espalda y de cabeza— halló que hombres y mujeres tienen la misma probabilidad de acudir al doctor por estas causas.
La evidencia de que las mujeres acuden al médico con mayor facilidad “es sorprendentemente débil e inconsistente“, escribieron los investigadores.
Otro estudio similar reveló que las mujeres no tienen mayor propensión que los hombres a acudir al médico general cuando sufren los mismos síntomas de dolor.
Pese a ello, muchos investigadores destacan que hay estudios realizados entre 1972 y 2003 que indican que las mujeres tienen menor tolerancia al dolor que los hombres, algo estimulado —por supuesto— por las normas culturales sobre género.
Karen Sibert, presidente de la Sociedad de Anestesiólogos de California, señala que hay investigaciones que revelan que las mujeres presentan síntomas que se asemejan más a la ansiedad y tienen una mayor tendencia a volverse adictas a los opiáceos.
Como consecuencia, puede ser apropiada tratar a las mujeres primero con medicación contra la ansiedad antes de dar los pasos adicionales con el uso de analgésicos.
“Cuando la gente está ansiosa se reduce su tolerancia al dolor. Podría ser mejor intentar poner bajo control primero su ansiedad y temor y luego determinar cuál es la manera de tratar su dolor”, señala Sibert.
Otra complicación reside en que el estrógeno altera tanto la percepción del dolor como la respuesta a los analgésicos, señala Nicole Woitowich, director de educación del Instituto de Investigación en Salud de la Mujer.
Eso significa que hay “diferencias sexuales en la manera como las mujeres experimentan el dolor”, señala la experta que aboga por un tratamiento diferenciado que permita desarrollar un enfoque personalizado para el tratamiento del paciente.
El sexo como variable biológica
Para conocer exactamente cuáles son esas diferencias —y cómo afectan el tratamiento— se necesita mucha más investigación.
Antes de 1990, los ensayos clínicos y diagnósticos en Estados Unidos estaban enfocados en los hombres. En Europa, las mujeres también habían sido dejadas fuera de los estudios.
Esto llevó a la existencia de una gran cantidad de evidencia médica, incluidos los estudios centrados en el dolor, que tenían una perspectiva predominantemente masculina.
En 2015, los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH, por sus siglas en inglés) aprobaron una política que exigía a los investigadores en medicina tomar el sexo en consideración como una variable biológica.
Ahora, cualquiera que requiera recursos para investigar de los NIH debe incluir tanto a hombres y mujeres o dar una explicación convincente acerca de por qué está dejando fuera a alguno de los dos.
Como es una política reciente, aún hay que esperar para valorar su impacto.
En Canadá y Europa se han producido cambios similares. Sin embargo, eso no elimina los sesgos innatos que los médicos y otros trabajadores de la salud tienen hacia el dolor de las mujeres.
En cuanto a mí, Louise Pilote, del Centro de Salud de la Universidad McGill de Quebec, tiene una explicación basada en evidencia acerca de por qué mis propios problemas del corazón fueron pospuestos durante tanto tiempo.
Las enfermedades cardíacas son más predominantes en el caso de los hombres que de las mujeres, en quienes se presentan a edades más avanzadas y, cuando lo hacen, usualmente muestran síntomas distintos al dolor de pecho.
De hecho, yo estaba principalmente preocupada por cómo me sentía como resultado del dolor de pecho: mareada, sin aliento. Puedo entender por qué un médico podría haberlo considerado solo un problema de ansiedad.
En enero de 2018, yo finalmente hallé una solución a través de un cardiólogo distinto: una mujer que escuchaba y no explicaba mi dolor solo como un efecto secundario de la preocupación y de la ansiedad. Volví a usar un monitor cardíaco, recibí un diagnóstico oficial y en marzo fui operada.
Quizá esperé casi 10 años por el tratamiento porque la enfermedad del corazón es menos común en las mujeres.
O quizá porque mis síntomas realmente eran muy parecidos a lo que describen los manuales sobre la ansiedad o, también es probable, que se debiera a las asunciones basadas en las diferencias de género según las cuales las mujeres tienen más probabilidad de quejarse por el dolor y es menos posible que tengan una razón física para ello.
Pero, incluso creyendo que mi género tiene todo que ver con lo ocurrido, no estoy segura de que algún día se pueda comprobar. Y eso lo único que me dice es que tenemos un largo trecho que recorrer antes de que las mujeres y su dolor puedan ser plenamente comprendidos.