En Chile, más de 100 clérigos católicos están siendo investigados por presuntos delitos sexuales y por intentar encubrirlos, en un escándalo que atormenta el reinado del papa Francisco y tiene en crisis a la iglesia chilena.
Pero todo comenzó hace décadas con un hombre: el padre Fernando Karadima, párroco de Santiago, quien se convirtió en el depredador sexual más famoso de Chile.
BBC Mundo te trae el testimonio de la primera de sus víctimas que se atrevió a romper el silencio y denunciarlo.
“El me ofreció la visión de que podía recibir la llamada del Señor. Me mostró un mundo maravilloso”, dice del padre Fernando Karadima el doctor James Hamilton, un cirujano gástrico que ahora tiene más de 50 años.
“Siempre nos dijo que tenía un don especial, una especie de don milagroso por el cual podía ver en cada joven si había recibido la llamada de Dios. Era casi una especie de santo”, cuenta.
Karadima le ofreció refugio a Hamilton cuando éste era todavía un adolescente, a principios de los años 80.
Chile llevaba más de una década bajo la dictadura del general Augusto Pinochet. Y en esos años difíciles, de asesinatos y desapariciones, la comunidad eclesiástica creada por este sacerdote carismático en la distinguida parroquia de El Bosque, en Santiago, ofrecía el consuelo que muchos anhelaban.
“Para una persona joven, era como la abeja y la miel: era una persona dulce en un mundo de dificultades en el que te la pasabas luchando”, dice Hamilton
Su padre había abandonado el hogar familiar, y el joven Hamilton no era por aquel entonces más que un adolescente vulnerable: una presa fácil para un abusador experimentado.
Y como joven idealista, Hamilton creía que para él existían solo dos opciones en la vida que le había tocado vivir.
“Lo único que podía hacer era unirme al pueblo que luchaba contra Pinochet, principalmente a través de la violencia, o seguir el camino que la Iglesia Católica me había mostrado: los caminos de los santos, de la paz y de vocero de la palabra de Jesús. Quería estudiar medicina, así que mi camino era la no violencia”, dice.
Aunque la Iglesia Católica fue fundamental en el apoyo de muchas de las víctimas de la dictadura, algunos sacerdotes creían que Pinochet era el salvador de Chile. Karadima era uno de ellos.
Y Hamilton fue invitado a unirse a Acción Católica, un exclusivo grupo de jóvenes que se reunía en El Bosque, a las afueras de la capital chilena, para escuchar a Karadima hablar sobre el heroísmo, los santos y la necesidad de ser humilde y obediente.
El adolescente, fácilmente impresionable, se sintió especial, como si hubiera sido elegido.
Fue entonces cuando comenzaron los abusos sexuales.
“No esperabas que algo así pudiera ocurrir, era algo muy confuso. No era posible que un hombre tan religioso pudiera estar haciendo todas estas cosas por su perversión sexual. No era posible”, dice Hamilton, recordando su desconcierto.
“Obviamente, el que estaba equivocado era yo…”, valora décadas más tarde.
Pero en aquel entonces Karadima, con una espiritualidad casi tóxica, hizo que Hamilton se sintiera culpable por ello después de perpetrar cada abuso.
“Algo muy terrible que ocurría es que cada vez que abusaba de mí, me enviaba a otro sacerdote para que me confesara”, recuerda Hamilton.
“Así que me echó toda la culpa a mí. Y este otro sacerdote, que sabía todo, siempre se mantuvo en silencio cuando confesé sobre Karadima. Me dijo: ‘Ten paciencia, no te preocupes'”, cuenta.
En la iglesia de El Bosque Karadima estaba bien protegido por quienes lo rodeaban. Engatusó a sus acólitos y formó a docenas de jóvenes para el sacerdocio: cuatro de sus protegidos se convertirían en obispos.
La influencia de Karadima sobre James Hamilton, al igual que el abuso, continuó durante dos décadas. No se detuvo ni siquiera cuando el médico se casó y tuvo hijos.
Ha pasado 14 años en psicoterapia, yendo tres veces por semana, y ahora por fin puede entender muy bien la dinámica de esta relación abusiva.
Pero, cuando era joven, se sentía obligado a cumplir con su abusador. Y cuando iba a cenar a El Bosque con su esposa, Karadima le pedía que abandonara la mesa y lo acompañara al piso de arriba con la excusa pretexto de que tenía algún dolor y necesitaba atención médica.
“Muchas fueron las veces traté de distanciarme de Karadima, pero cada vez que lo intentaba él organizaba hacía una especie de reunión con dos o tres obispos y tres o cuatro sacerdotes. Me metían en una habitación y me decían que el diablo estaba dentro de mí”.
Esto era lo que se conocía como “corrección fraternal” en El Bosque, un poderoso mecanismo que aludía a la posesión por parte del diablo y que hacía que aquellos que eran considerados miembros desobedientes del rebaño de Karadima volvieran al redil.
Fue hasta en 2004 cuando finalmente James Hamilton logró romper con Karadima. “Sentí que mis hijos estaban en peligro. Especialmente mi niño”, dice.
Pero Karadima persiguió al médico, enviando sacerdotes y obispos para hablar con su familia y con su jefe.
Entonces Hamilton denunció a Karadima a las autoridades de la iglesia, y aunque él no lo sabía en ese momento, era el segundo hombre en dos años en presentar una denuncia de abuso sexual contra el sacerdote de El Bosque.
Pero el silencio por parte de la Iglesia Católica fue ensordecedor.
Tendrían que pasar muchos años para que se abriese una investigación formal, solo una vez que las pruebas de los abusos de Karadima se volvieron ya abrumadoras.
En 2009, el matrimonio de James Hamilton se rompió y el doctor buscó una anulación. En la solicitud, citó el abuso sexual por parte de Karadima como el motivo.
La Iglesia lo presionó, fue visitado por el clero y éste le pidió que dejara de buscar la anulación.
“Me pidieron que firmara una declaración: decía que no era menor de edad cuando conocí a Karadima, y que esta era una relación entre dos hombres adultos”.
Hamilton se negó. “No pude firmarlo porque no era cierto”, dice.
Finalmente consiguió la anulación. Pero fue en ese momento, cuando se filtraron los detalles de la anulación, que la Iglesia Católica se vio obligada a investigar a Fernando Karadima.
Para entonces, James Hamilton se había puesto en contacto con otros sobrevivientes del abuso del sacerdote. Y en 2010 declararon frente a un fiscal civil.
Sabían que el sacerdote no iría a la cárcel porque el crimen ya había prescrito de Chile, pero no querían ser parte de un encubrimiento.
Fue aterrador: “Nuestros nombres estaban en la prensa, nos veían como lo peor. Pensé que alguien intentaría matarme, pondría una bomba debajo de mi auto o cortarían mis frenos mientras bajaba por la montaña”, dice Hamilton.
“Eran cosas que pasaban en Chile en tiempos de Pinochet y Karadima era un simpatizante del general, era amigo de todos los generales relacionados Pinochet. Tenía un gran poder, incluso hoy día”, explica.
En la actualidad Fernando Karadima tiene 88 años. Vive en un convento con amplios jardines ubicados en un barrio de lujo de Santiago.
En 2011 El Vaticano declaró a Karadima culpable de abusar sexualmente de menores, en ocasiones por la fuerza. Fue sentenciado a una vida de penitencia y oración, y se le prohibió tener contacto con antiguos feligreses o realizar cualquier acto eclesiástico de forma pública.
Pero, ¿por qué se demoró tanto en tomarse medidas?¿Qué impidió que el entonces Arzobispo de Santiago, el Cardenal Francisco Javier Errázuriz, iniciara una investigación eclesiástica sobre el comportamiento de Karadima después de que recibió el primer informe de abuso al menos siete años antes?
“Desafortunadamente, en ese momento no pensé que las acusaciones fueran creíbles”, dijo a los medios en 2010.
El caso Karadima, sin embargo, conmocionó a Chile. Y el resentimiento contra la Iglesia Católica se mantuvo a fuego lento hasta 2015.
Luego, cuando el papa Francisco nombró obispo a uno de los acólitos del sacerdote deshonrado, Juan Barros, -un hombre que supuestamente había protegido a Karadima-, los chilenos enfurecieron.
Los manifestantes acudieron a parte de los actos que el papa Francisco presidió durante su visita a Chile en enero de 2018.
Y el rechazo de las acusaciones contra el obispo Barros, a las que el pontífice calificó de “calumnias”, provocó una gran indignación.
Después de dejar Santiago, el papa Francisco se vio obligado a responder a sus críticas y envió dos enviados a Chile para investigar el crimen sexual.
Los enviados del Vaticano elaboraron un informe de 2.300 páginas y el papa reconoció una “cultura del abuso” en Chile.
Este largo historial de abusos y víctimas ha provocado provocado una profunda crisis en la Iglesia Católica chilena.
Cinco obispos han renunciado, incluido Juan Barros y los fiscales civiles se han apoderado de varios documentos de la iglesia en una serie de redadas de alto perfil.
Las autoridades civiles en Chile están investigando 119 casos de abusos sexuales y su encubrimiento por parte de la iglesia.
De las 178 víctimas identificadas hasta el momento, casi la mitad eran menores en el momento de los presuntos delitos.
El arzobispo de Santiago, el cardenal Ricardo Ezzati, ha sido llamado a declarar en calidad de testigo.
Y aunque la investigación ha ido más allá de Fernando Karadima y de sus fieles aliados, el compromiso de las autoridades laicas de Chile de garantizar la justicia para las víctimas de abuso sexual clerical ha animado a más víctimas del sacerdote a presentar su denuncia.
El mes pasado, el padre Francisco Javier Ossa Figueroa pasó dos horas dando su testimonio a los fiscales sobre lo que le sucedió en El Bosque desde finales de la década de 1980 en adelante.
“Fue difícil contarlo todo, pero sabía que podría ayudar a mucha gente. Tienes que ser valiente, porque no fui solo yo, como sacerdote, quien fue a testificar: también fui como Francisco, la persona que realmente salió lastimada de todo esto”, explica Ossa.
“Pero ahora siento que me han quitado un peso de encima y que no estoy solo”, dice.
A raíz de las revelaciones hechas públicas este año sobre la Iglesia Católica en Chile, el padre Ossa fue llamado a encontrarse con el papa en Roma para hablar sobre los abusos que había sufrido.
James Hamilton también fue invitado al Vaticano, junto con los dos hombres que también contribuyeron a desenmascarar a Fernando Karadima en 2011: José Andrés Murillo y Juan Carlos Cruz.
El papa Francisco ha admitido que cometió “graves errores” en su juicio sobre los acontecimientos en Chile, pero a James Hamilton no le convence.
“El papa no nos dijo nada. No nos dijo nada sobre lo que haría, simplemente nos pidió que oremos por él”, cuenta.
Los años de terapia del doctor Hamilton lo han ayudado a recuperarse de su terrible experiencia, pero este experimentado cirujano dice que sacrificó mucho al hacer públicas sus acusaciones.
Como resultado, ya no es profesor universitario ni jefe de cirugía.
Lo que él quiere es que la Iglesia Católica nombre y señale a aquellos hombres poderosos que todavía están en la jerarquía católica de Chile y asuman la responsabilidad de lo que hicieron.
“Casi destrozan mi corazón, mi alma … Cuando matas el alma de alguien, y puedo decirte esto como médico, comienzas a matar el cuerpo. Los niños que fueron maltratados vivirán 20 años menos, entonces ¿de qué estamos hablando? Ellos son criminales”, dice.