Alba Calderón se enteró en 2016 de que su padre había violado a una de sus primas cuando tenía 4 años.
Después de esta revelación, la vida de esta periodista mexicana de 35 años no volvió a ser igual.
Encaró a su padre y su familia le dejó de hablar porque al principio le creyeron a él.
Sin embargo su madre después logró que quien entonces era su pareja le confesara sus abusos. “Alba no miente, está diciendo la verdad. Su papá es un violador”, dice a BBC Mundo por teléfono desde Monterrey, Nuevo León, donde vive la familia.
Calderón también supo que al menos otras dos niñas habían sido abusadas sexualmente por su padre. Y algunos recuerdos le hacen pensar que también ella pudo haber sido su víctima.
BBC Mundo contactó a su padre, quien evade el tema.
“No recuerdo esa situación. Prefiero olvidar. Espero que Alba se recupere y tenga una vida mejor. No me quiere hablar y está distanciada de sus hermanos. No sé qué busca. La familia ha sufrido mucho, estamos todos separados”, dice a BBC Mundo por teléfono.
Esta es la historia de Alba Calderón contada en primera persona.
Una prima me buscó para contarme que mi padre la violó cuando tenía 4 años.
Era diciembre de 2016 y esta revelación me cambió la vida. Se me partió el corazón y hasta ahora vivo en un estado de post trauma. Esa sensación como que el mundo se te viene encima.
Cuando me enteré lo primero que hice fue ir a Monterrey, Nuevo León, en el norte de México, donde vive mi familia.
Cité a mi mamá y mis hermanos para contarles. Después todos fuimos juntos a enfrentar a mi padre. Él negó la acusación, aunque después confesó la verdad a mi madre.
Mi familia le creyó a él y terminaron corriéndome de la casa. Mis hermanos hasta ahora no me hablan, me excluyeron.
Después supieron la verdad, pero decidieron ignorarla. Ahora, lo único que pueden hacer es ignorarme, repudiarme.
Yo no paro de llorar. Ese día comenzó para mí un dolorosísimo proceso que dura hasta hoy.
Haciendo memoria me di cuenta que un rompimiento de mi familia cuando yo tenía 15 años se debía a que otra de mis primas también había acusado a mi papá de haberla violado cuando tenía 5 años.
No le creyeron.
Hablé con ella sobre ese abuso, que había sido enterrado en la familia. Ella me confirmó que mi papá además de abusarla la amenazó con que nadie le creería si decía la verdad.
También otra vecina lo había acusado de haberle hecho tocamientos cuando era niña.
Mi mundo se me vino encima. Para mí hasta entonces mi padre representaba el amor, la honestidad. Después me di cuenta que sólo fingía eso.
Entonces me entró una duda muy grande. Quise saber si mi padre también había abusado de mí.
En Méxicolos casos de abuso sexual a menores son comunes.
Un 9,4% de las mujeres en México sufrieron abuso sexual en la infancia, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2016, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI):
En esos casos, en un 20,1% el victimario fue un tío. En un 5.8% el padre.
Los recuerdos fueron llegando
Durante todo un año tuve un bloqueo muy grande, no podía recordar nada.
Fue hasta diciembre de 2017, cuando murió mi abuela en un periodo de mucho dolor y que pasé en Monterrey, cerca de mi familia, que los recuerdos fueron llegando.
Primero recordé algo que pensaba que era una pesadilla.
Veía algo que yo identificaba como un elefante y yo estaba muy angustiada.
Llamé al hermano menor de mi padre y él me contó que en el cuarto donde vivían cuando eran pequeños habían pasado cosas. Que una vez le metieron un pene a la boca mientras dormía.
En ese momento supe que la “pesadilla del elefante” era en realidad un recuerdo: era mi papá masturbándose frente de mí.
También recordé que una noche se metió desnudo en mi cama.
Cuando le reclamé me dijo que fue porque yo tenía miedo. Pero yo creo que intentó abusar también de mí. Como sea, tengo la certeza de que no me respetó y que no me veía como la niña que debía amar y cuidar.
Intenté denunciar a mi padre ante las autoridades.
Pero me fue imposible porque el delito de pederastia en Nuevo León prescribe a los 10 años. Ya habían pasado más.
Me di cuenta que lo único que quedaba era ventilar el caso públicamente.
Aunque a muchos no les ha importado saber la verdad, para mí no hubo otra opción más que enfrentarla.
Lo hago más como una reivindicación personal y un reconocimiento a mi historia. Poderlo decir calma un poco todo este dolor, saber que no soy cómplice de esta vergüenza.
Mi papá es un pederasta que violó a dos de mis primas. Por si fuera poco, mi familia me excluyó cuando lo acusé.
Es importante que empecemos a hablar de lo que nos duele, nos preocupa, sobre todo a las mujeres. Es un primer paso.
Para mi representó un desahogo. Además, no tuve otra forma de encararlo.
Soy una periodista que cubre estos temas. Y eso me hace pensar, si esto es así de duro para mí, ¿cómo será para las mujeres a las que nunca oyen, las que tienen que llorar su dolor en la calle, con dos hijos, a las que siguen violando todos los días?
Pero, la justicia está todavía muy lejos.
Ahora mismo, ¿quién le va a impedir algo a ese señor?, ¿quién puede evitar que vuelva a abusar de otra niña?
Es mi papá, pero es un hombre al que desconozco por completo. No creo en él ni en lo que dice.
No puedo negar que todavía siento amor por él.
Gran parte de la dificultad de enfrentar esta situación ha sido el acomodar mis sentimientos. Estoy muy enojada con él, pero a la vez hay una parte de mí que lo ama y no lo puedo evitar. No hallo cómo separar el petróleo del mar.
No quiero volver a saber de él. No le confiaría a ninguna niña, ni a ninguna mujer.
En todo este proceso de buscar justicia, de saber otros casos de abusos sexuales y acompañar a otras mujeres, he comprobado que las mujeres valemos menos. Se vale violarnos y matarnos y no pasa nada.
Las leyes no están a nuestro favor, no evitan que esto se repita.
Por una u otra circunstancia, la policía, el perito, los jueces, desestiman tu palabra por ser mujer.
¿Qué cómo me imagino la justicia?
Primero que mi padre reconociera lo que hizo. Y luego, alguna forma de que se garantizara que no lo vuelva a hacer.
Que viera la dimensión de sus actos. Que se hiciera responsable de ellos y del dolor que causó. Pero ¿cómo? Su palabra está malbaratada. Se tendría que quedar en la cárcel el resto de sus días.
El feminismo se volvió mi refugio. Creo que de no haber pasado por este proceso tan duro no hubiera abrazado este movimiento con tanta rapidez.
Algunos me dicen que soy una “odia-hombres” o que estoy traumada por lo que me pasó con mi papá.
La historia de mi familia es parte de una cultura misógina y sexista, en la que a las mujeres se les valora menos.
Haber hablado abiertamente de los abusos de mi padre tuvo un costo muy alto para mí.
Cuando busqué ayuda legal lo primero que me dijeron fue: “¿estás segura que es lo que quieres hacer, destrozar a tu familia?”.
Las denunciantes somos apestadas y excluidas socialmente. Es un método de represión para callarnos. Porque si no te callas no eres la víctima perfecta.
Una vez que una mujer denuncia un acoso, comienza un escarnio que no termina.
A mí también me costó que mi familia me excluyera. Mis hermanos todavía no me hablan y con mi madre tengo una relación difícil.
Otros grupos de amigos y conocidos me han dejado de frecuentar.
Todavía no sé cómo manejar muchas cosas. Me dejaron de invitar a muchas partes porque hablaba mucho del tema. De otros lugares yo misma me excluí, porque me pesa que el machismo se reproduzca en todos lados.
Pero, a pesar de todo lo que me ha dolido y sigue doliendo, siempre voy a preferir saber la verdad. Prefiero mil veces la verdad a seguir haciéndome pendeja. A seguir perpetuando este sistema tan doloroso en el que han sufrido muchas otras mujeres.
En este proceso que ha seguido a saber de los abusos de mi padre, empecé a reconocer el dolor de otras mujeres.
Por ejemplo, me di cuenta de que mi madre y mi abuela estaban metidas en esta dinámica de dolor insoportable sin poder siquiera quejarse.
Antes de morir mi abuela materna, me dijo: “Mijita, dale gracias a dios que tú tuviste un hermano que te respetó”.
Me di cuenta de que vengo de mujeres a las que usaron toda su vida como un objeto, como un servicio. Yo ahora uso su fuerza, su ejemplo y su amor, para sobrevivir. Pero tengo la esperanza de cambiar de alguna forma esto para otras que vienen, para mí misma.
Mi madre no quiso darse cuenta de lo que pasaba. No se dio cuenta. No sé exactamente lo que le pasó.
Pero después de que yo hablé del caso públicamente, ella logró que mi padre le confesara la verdad. Fue entonces que se separó de él.
Me dicen “feminazi” por estar dispuesta a denunciar. Pero yo no voy a dejar de hablar de feminicidio, de denunciar a los abusadores.
Todo el mundo quiere dejar atrás esto. Pero yo no. Todavía no está atrás. Está pasando. Miles de niñas y mujeres siguen siendo abusadas. Hace falta que nos ocupemos de esto.
En esta sociedad los hombres usan el sexo como un acto de dominio a las mujeres.
Es necesario nombrar los dolores. Es un proceso muy duro reconocer un abuso. O ver el de otra mujer. Es un dolor compartido.
A lo mejor no te violaron a ti. Pero a tu mejor amiga, a tu mamá, a tu hermana, a tu abuela…. seguro sabes de alguien ¿Cómo no te va a doler?
No voy a dejar de hablar de eso. Lo podrido sigue aquí, por todos lados.