Mike MacEacheran BBC Travel
Había estado nevando durante la noche, pero ya podían verse marcas en el piso. El polvo fino había cubierto el perímetro de píceas y sauces, y ya comenzaba a derretirse cuando partí para mi expedición.
Delante de mí había una cuenca despojada y congelada de crestas nevadas y pendientes que subían suavemente.
El ruido del pueblo se había desvanecido y, mientras daba mis primeros pasos hacia la meseta siguiendo el contorno del terreno, un intenso chirrido se escapó de debajo de mis botas. Fue todo lo que pude escuchar durante los siguientes 10 minutos: la nieve gimiendo contra la arena.
Ya había llegado a mi destino. Había cruzado lo que muchos creen que es el desierto más pequeño del mundo.
Esta fue mi introducción a uno de los fenómenos geológicos más extraños de América del Norte, el desierto de Carcross en el Yukón de Canadá.
A primera vista, es cierto que difícilmente se lo podía reconocer como tal. Tenía apenas 600 metros de ancho. La arena solo podía verse en la parte en las que se formaban grietas al derretirse la nieve.
Pero si uno observaba con detalle, podía ver un reino en miniatura formado por arenas de grano fino, un hábitat raro para plantas, ungulados y especies de insectos que bien pudieran ser desconocidos para los científicos.
Había visto dunas en Omán, Marruecos, Namibia, Chile, Arabia Saudita, India, Mongolia y Egipto, pero hay pocos lugares en la latitud 60° Norte donde se pueda ver la palabra “desierto” en letras grandes.
Los arenales ocupan un tercio de la superficie de la Tierra, pero el que está fuera de la aldea de Carcross no ofrece la imagen del Sahara o el Rub ‘Al Khali. En comparación parece un arenero liliputiense.
Con apenas 2,5 km2 es uno de los pocos sistemas de dunas de este tipo que existe en América del Norte.
“El desierto ha sido durante mucho tiempo un enigma para nosotros los lugareños”, cuenta Keith Wolfe Smarch, miembro de la Primera Nación Tlingit que vive en Carcross, población 301.
Wolfe es tallador de madera y desde su taller puede ver las dunas. Durante mucho tiempo ha utilizado este paisaje como inspiración para su trabajo.
“Hay mucha vegetación rara que vive junto a la playa, en el río Carcross, y un día el desierto se lo acabará tragando”.
Así como Carcross ha crecido, también lo han hecho los visitantes al singular desierto de Yukón.
Originalmente llamado Naataase Heen (que significa “agua que corre a través de los estrechos”), Carcross era el tipo de aldea que la mayoría pasaría de largo.
Hay iglesias dispersas pintadas de blanco, una tienda y cabañas adornadas con astas de alce y hachas oxidadas, restos de la era de Klondike, cuando los ferris de vapor llevaban a los mineros a los campos de explotación de oro cercanos a Dawson City y Atlin.
Hoy, la historia está cambiando.
Ahora son los amantes del deporte quienes descienden el arenal todos los fines de semana, creando un parque de aventuras de usos múltiples.
En verano, las dunas expuestas son utilizadas por cuadriciclos, excursionistas. Se convierten en refugio para ovejas, cabras montesas y ciervos.
Tan pronto como cae la suficiente nieve, el desierto se convierte en algo completamente diferente: lugar de entretenimiento para esquiadores, snowborders y demás excursionistas.
“Traigo a mis hijos en trineo y les encanta”, cuenta Jennifer Glyka, nacida en Whitehorse a quien conocí en un restaurante del pueblo que quedaba a apenas una cuadra del estudio de Wolfe Smarch.
“Crecí en el Yukón, pero todavía es bastante extraño para mí deslizarme por una duna de arena cubierta de hielo. Nunca había oído hablar de este lugar cuando era niña “.
Pero el desierto Carcross es también territorio de científicos y geólogoscanadienses que se esfuerzan por desentrañar sus secretos, para descubrir exactamente cómo se originó esta singularidad a nanoescala.
Una de ellas es la geóloga Panya Lipovsky del centro de Yukon Geological Survey. Ella se dedica a investigar la historia de fondo del desierto y entiende sus contradicciones mejor que la mayoría.
“Estudio el polvo”, explica ella con total naturalidad cuando nos encontramos. “También estudio deslizamientos de tierra y depósitos en la superficie. Y eso abarca los desiertos.
Según Lipovsky, la génesis del desierto de Carcross es el resultado de 10.000 años de un proceso natural.
“La última vez que el Yukón se convirtió en glaciar fue hace unos 11.000 y 24.000 años. Carcross habría llegado a tener hasta un kilómetro de hielo en la superficie”, me contó mientras revisaba sus papeles.
A medida que comenzó a derretirse, las placas de hielo iniciaron un retroceso hacia el sur, dejando parte del de Yukon con valles bien marcados. “El hielo arrasó con todo”, afirma.
Con el tiempo, se formaron lagos enormes y luego, cuando el hielo retrocedió, los niveles de agua cayeron, formando playas y líneas de filamentos entre los valles.
Los feroces vientos de la zona azotaban la arena y la arrastraban hacia el noroeste, dando lugar a uno de los desiertos más inverosímiles del mundo.
“Hay una idea errónea de que es el resultado de un lago seco. Ese no es el caso”, aclara Lipovsky.
“Los fuertes vientos dominantes continúan azotando la zona hoy, soplando arenas de grano fino. Así que la combinación del viento, el agua y la Edad de Hielo creó un conjunto distintivo de circunstancias”.
Otra incoherencia es el problema de la clasificación de Carcross.
Para ser categorizado como un desierto árido con fines científicos, no puede recibir más de 250 milímetros de precipitación anual, mientras que los desiertos semiáridos reciben entre 250 y 500 milímetros. Esta es la categoría en la que cae Carcross.
“Definitivamente, se puede decir que es un desierto húmedo”, sentencia Lipovsky. “Pero con tanta arena y sedimentos, no hay posibilidad de que la vegetación se regenere”. Es un sistema verdaderamente dinámico”.
Lo que no se debate es la sensación de asombro que inspira el desierto. Al entrar, su misterio se agudiza con las siluetas fantasmales del sauce y la picea.
Pero hay más sorpresas. Las plantas con flor de Yukon lupine y Baikal junciaflorecen en verano. El mosquito Duna tachinidae flota en el cielo. Se han descubierto cinco nuevas especies de gnorimoschema, un género de la familia de las polillas y probablemente haya más.
Toda esta belleza en uno de los entornos más implacables y complejos de la Tierra. Pero también de los más difíciles de comprender.
Este no es el Sahara, el Gobi o el Kalahari, pero cada paso a través de sus diminutas dunas te hace dar cuenta de algo: este desierto es un mundo de maravillas en sí mismo.
Esta nota se publicó originalmente en inglés en BBC Travel y puedes leerla aquí.