Uno de los asesinos dijo que el muerto, antes de muerto, estaba muy borracho.
El día de Navidad de 2014, una mujer de 70 años fue a la policía de su municipio a denunciar la desaparición de su hijo, de 40.
Alto, trigueño y de ojos café, llevaba camisa y pantalón azules y una mochila negra. Vecinos le dijeron a la mujer que su hijo había sido amenazado por un pandillero del Barrio 18, una de las pandillas más grandes de Centroamérica.
No era la primera vez que le sucedía. Su otro hijo había sido asesinado en 2012. Temía que la historia se repitiera.
En 2016, dos años después de la desaparición, la pareja de aquel hombre alto y trigueño supo por la televisión que la policía había encontrado unas osamentas al fondo de un barranco de la colonia.
Junto a los huesos, había una mochila negra, la que el hombre llevaba el día de Navidad. El muerto de la tele era su muerto.
Cuando la fiscalía la entrevistó, ella señaló a la posible culpable: la pandilla Barrio 18 Sureños, una escisión salvadoreña del Barrio 18.
Años atrás, el gobierno de El Salvador había iniciado en las cárceles un proceso de aislamiento e incomunicación de los líderes del Barrio 18 y Mara Salvatrucha (MS13) para dificultar su organización.
La ruptura dentro de la 18 fue irreversible.
A partir de 2006, nacieron dos facciones enemigas: Sureños, que seguían las normas de su pandilla en California, bajo órdenes de veteranos deportados presos; y Revolucionarios, que buscaban tener una personalidad más local, sin órdenes foráneas, cuyos líderes estaban fuera de las cárceles.
Para 2016, el dueño de la mochila negra llevaba dos años enterrado al fondo del barranco víctima de esa guerra intestina entre pandillas.
La fiscalía ya sabía del asesinato. Porque se lo había dicho El testigo, que era miembro de la pandilla, era uno de los tres asesinos y en el mismo caso acusó a 76 personas del Barrio 18 Sureños de participar en 20 homicidios similares.
Este tipo de testigo, el que delata, en El Salvador se llama “criteriado“.
Según datos de la Secretaría Técnica del Sector Justicia de El Salvador, en los últimos 11 años 663 personas en ese país obtuvieron una reducción de la pena y una residencia temporal a cambio de dar información, de acuerdo al tipo de negociación mantenida con la Fiscalía General de El Salvador.
Su utilización es recurrente en los casos de pandillas: el testimonio de una sola persona puede ser suficiente para que la fiscalía acuse a decenas de personas.
El uso del testigo protegido se multiplicó por 15 en los últimos 11 años. Con un éxito relativo. El 54 por ciento de los informantes se ha retirado del programa.
“El declarante recibió una llamada de Z donde le decía que en el pasaje, el hermano de B andaba bien bolo [borracho], por lo que [el declarante] salió de donde estaba con ‘Hebe’, diciéndole que moviera [llevara] al hermano de B y que, cuando lo tuviera en una casa, le avisara. A los 15 minutos le habló que ya lo tenía, estaba bien bolo, tanto así que no se levantaba, siendo que Hebe se retira del lugar”, dice el informe de la fiscalía sobre la declaración de El testigo.
Hebe no es su nombre, pero por su seguridad, éste será su alias, el de la diosa griega de la juventud y la belleza eterna.
Según El testigo, después de que Hebe se marchó, a la casa llegaron otros dos pandilleros y entre los tres ahorcaron al hijo de la anciana, con las manos y con un cincho [cinturón] hasta matarlo.
Esperaron a que se hiciera de noche para sacarlo de la casa y lo lanzaron por el barranco que queda al final del pasaje [callejón] donde estaban. Bajaron al fondo, cavaron un hoyo y lo enterraron.
El 16 de agosto de 2018, Hebe se pone de pie frente al juez con sus pantalones celeste, sus tenis, su camisa negra de manga larga y sus 19 años.
Acusada de agrupaciones ilícitas (es decir, de haberse juntado con al menos dos personas para delinquir de manera temporal o permanente), se juega ir a juicio y ser condenada a un mínimo de tres años de cárcel.
Sus oscuros ojos con rimel miran al testigo protegido, cubierto de pies a cabeza con una tela oscura, y le pregunta:
—¿Sabes quién te habla?
—No, no sé quién sos.
—Fuimos pareja, ¿sí o no?
—No.
No lo dice en la audiencia, pero Hebe insiste ante su abogado en que El testigo, el criteriado, era su novio. Fue él quien la acusó de participar en el homicidio del hijo de aquella anciana y la fiscalía además la acusó de agrupaciones ilícitas.
Por eso pasó mes y medio en los retenes de la policía, tres meses en prisión preventiva y ocho meses más con obligación de ir a firmar al juzgado cada 15 días.
Ella siempre negó haber participado en el asesinato. Es más, asegura que en 2014, cuando este fue cometido, ni siquiera estaba en contacto con El testigo.
—Muchacha, ¿no ha visto a los policías ahí arriba?
La muchacha, que caminaba por su colonia, se volteó, lo miró, lo reconoció. Él a ella, no.
En un café de la zona de hoteles de San Salvador, en julio de 2018, Hebe recuerda con sonrisa pícara ese cruce de miradas de enero de 2016. Nos dice que El testigo y ella se conocieron de niños, pero que llevaban años sin verse.
A los meses, hubo una solicitud de amistad en Facebook que aceptó, aunque nos aclara que ella, que se esforzaba por ser buena, no quería nada con un pandillero. Pero cedió.
“Hebe, te amo”. La noche del 12 de octubre de 2016, delante de la casa de ella, El testigo le preguntó si quería andar con él. “Sí, voy a andar con vos”, relata con inocente ironía.
El mismo año en que entró en funcionamiento el programa de protección de testigos, las pandillas salvadoreñas prohibieron que las mujeres fueran miembros de ellas.
Hasta ese año, 2006, había mujeres con poder de mando en las reuniones de toma de decisión y coordinación en ambas pandillas. Pero fueron expulsadas por falta de confianza.
Algunas se habían convertido en informantes de la policía y de la fiscalía, en testigos criteriados.
“Cuando había rupturas [sentimentales con pandilleros], eran más vulnerables a dar información, sabiendo que habían cometido delitos, preferían colaborar con la justicia, pensaban más en sus hijos”, explica Guadalupe Echeverría, jefa de la Unidad Especializada Antipandillas.
Ante la falta de lealtad, hubo castigos: unas fueron violadas, otras asesinadas.
Sin embargo, la lógica pandillera contrasta con la realidad: hasta diciembre de 2017, el 65 por ciento de los testigos del programa de protección fueron hombres, de acuerdo a datos de la Secretaría Técnica del Sector Justicia de El Salvador.
Más aún: desde que El Salvador instauró el uso de testigos criteriados en 2006, ningún año las mujeres han sido más de el 35 por ciento de los testigos.
Pero son las que perdieron la confianza de arriba, y pasaron a ocupar un nuevo rol, puramente logístico, en el nivel más bajo de la pandilla, como colaboradoras.
Ya no tienen acceso a reuniones o coordinaciones ni dan órdenes. Cobran y llevan dinero, guardan y mueven armas. Prestan cuentas, ejercen de testaferros para recibir y enviar remesas internacionales. Roban. Matan. Igual que los hombres colaboradores. Pero están lejos de los líderes.
Unos días antes de la audiencia de agosto de 2018, apretujada en una mesa de un restaurante de comida rápida al que accede ir junto a su mamá, Hebe se muestra callada. Habla más la mamá, aunque ella sonríe seguido cuando la madre platica sobre El testigo. “Era el asesino de la colonia”, lanza sin miramientos. Y Hebe se ruboriza silenciosa.
—¿Por qué te fijaste en un pandillero?
—Ni yo sé, quizá a las niñas fresas les gustan los malos. Yo decía: Uy, no, yo no voy a andar con uno de esos jamás, ¿va? Pero los jamases llegan, nos dice cuatro días después, cuando nos reunimos con ella por segunda vez. En esa ocasión, sin su madre.
A las 2:35 de la madrugada de un día de finales de julio de 2017, cuatro policías llamaron a la puerta de la casa de Hebe. Abrió el padre. Llegaron para detener a su hija, acusada de homicidio y agrupaciones ilícitas.
El papá es un hombre al que no vamos a conocer. Muy presente en la plática de Hebe, pero ausente en el tiempo que ella pasó en prisión y en sus visitas al juzgado porque tenía que trabajar.
Cuatro años antes, cuando ella tenía 14, Hebe y su hermano mayor, —acusado por El testigo de otro asesinato y agrupaciones ilícitas, pero absuelto por falta de pruebas—, tuvieron que abandonar la escuela pública donde estudiaban, porque estaba en la parte alta de su colonia, territorio de la Mara Salvatrucha (MS13) y ellos vivían en zona del Barrio 18.
Como consecuencia, su padre se llevó un año y medio a la familia a vivir a otro lugar. Cuando regresaron, Hebe tuvo que cambiar de colegio.
En El Salvador es complicado entrar en centenares de barrios. Para nuestra segunda entrevista, Hebe cambió tres veces el punto donde la íbamos a recoger, cerca de su colonia.
La localidad donde vive fue parte del grupo de 18 municipios que en 2013, cuando el gobierno pactó una tregua de fin a la sangre con las pandillas, fue declarado libre de violencia, un eufemismo para decir que las pandillas no se iban a agredir ni entre sí ni a nadie en ese territorio.
Seis meses duró la espectacular bajada de homicidios —que redujo a menos de la mitad la cantidad de asesinatos en un país que estaba entre los tres países más violentos del mundo—, hasta que un gobierno acorralado por haber ocultado su papel principal en la negociación y un creciente número asesinados de las dos pandillas debilitaron la tregua. El gobierno siguiente la enterró. Desde entonces, es el país con más homicidios del mundo.
Un 28 de diciembre de 2016, dos meses después de empezar a salir con El testigo, Hebe se mudó a su casa. Él compraba la comida y ella aprendió a cocinar para dos. “No era la chacha [empleada doméstica] de nadie, sólo de él y mía”, afirma Hebe.
También dice que no hizo favores para el Barrio 18 Sureños, pero El testigo le daba unos US$30 diarios para comprarse lo que ella quisiera. El dinero lo guardaba su mamá. Al mes eran US$750, más del doble del salario mínimo de El Salvador.
Su hermano mayor llegaba a visitar y a fumar marihuana con El testigo. A cambio, posteaba —avisaba si llegaba la policía—.
Hebe aceptó dinero de la pandilla para vivir, la madre guardó el dinero de su hija que provenía de la pandilla, el hermano le hizo favores a la pandilla, el padre toleró la relación de su hija con un miembro de la pandilla: en una sociedad violenta, la pandilla es una cosa y la gente es otra.
En esta familia, todos se sienten ajenos al Barrio 18 Sureños, pero la relación existe porque los límites no están definidos claramente.
Hebe logró salvarse solo por un detalle.
El testigo tenía una memoria privilegiada, aparentemente.
En su declaración, recordaba en qué año conoció a cada uno de los pandilleros y colaboradores, como Hebe. Describió altura, peso, marcas, tatuajes y razón por la que los conocía.
En 2017, diez años después de convertirse en 18 sureño, vendió a toda su clica y a presuntos colaboradores.
Pero a lo largo de tres gruesos folders, nunca dijo que Hebe fue su novia, sólo la nombra para involucrarla en el asesinato. Es ella quien asegura que “anduvo acompañada” por él.
La Fiscalía salvadoreña lleva más de una década apoyándose en este tipo de informantes.
El problema es que en muchos casos, el testigo interesado en obtener reducción de condena y beneficios especiales es la única fuente de información. Y la institución no siempre contrasta los datos que obtiene. En muchas ocasiones, los casos se caen antes de llegar a juicio por falta de pruebas. Como ocurrió con Hebe, absuelta por un juez en la etapa intermedia del proceso.
—¿Qué crees que buscabas en el malo?, le preguntamos
—Como la rebeldía que quería, porque iba enojada con mi papá. Quizá después de acompañarme [por mi novio] fue no sé… Siento en mí que me podía defender sola, me metí en problemas en la colonia y jamás le dije nada, nos responde.
Hebe habla dulcemente de las tres veces que se metió en problemas por él. Fue por celos, porque él estaba con ella y con otras tres. Pícara, afirma que lo dejó dos veces. Días antes de la definitiva, poco antes de ser detenida, El testigo le dijo a Hebe: “Te tengo una pregunta, ¿no me tenés miedo?”. Por qué le iba a tener miedo, se pregunta en voz alta mientras manosea su celular.
Esta historia de muerte y amores muestra vidas paralelas, pero no convergentes.
Al cruzar el expediente del caso y el relato de Hebe, El testigo es y no es novio. Sólo existe un detalle en el que están de acuerdo: el porqué del asesinato en el que la involucró. “Lo mataron porque andaba bolo y empezó a gritarle a todos los bichos [jóvenes] de ahí”, dice Hebe que le contaron en la colonia. Violencia por violencia.
El 16 de agosto de 2018, Hebe se levanta a las cinco de la mañana sin saber que va a enfrentarse a El testigo. El abogado le insiste en que lo interrogue. No quiere, está indecisa, pero pensándolo bien, ella sabe cómo probar, con una sola pregunta, que El testigo miente:
—¿Tenés un 18 en el pecho?
—Volveme a repetir la pregunta.
—¿Tenés un 18 en el pecho?
—Sí.
—Gracias, eso es todo.
El día en el que todos los acusados salieron libres, es el mismo en el que Hebe se convirtió públicamente en la novia negada del pandillero que vendió a los suyos.
Hebe fue absuelta ese mismo día. Cree que El testigo la involucró por venganza, porque ella lo abandonó cuando él fue encarcelado.
Sobre el novio, por ser un testigo protegido, cuya identidad está resguardada en el expediente, no es posible saber en qué cárcel está o qué privilegios obtuvo.
*Este reportaje fue realizado por El Intercambio y forma parte de la serie Las Colaboradoras, un proyecto periodístico sobre el papel actual de las mujeres en las pandillas de Centroamérica. Para leer la investigación completa haga click en este enlace: http://elintercamb.io/guatemala-colaboradoras-pandilla.