Todo comenzó con un secuestro en noviembre de 1972.
Todo comenzó con un secuestro en noviembre de 1972.
El hispano-mexicano Santiago Genovés volaba a Ciudad de México, su hogar desde que tenía 15 años, cuando llegó como refugiado de la Guerra Civil de España.
Había partido de Monterrey, tras asistir a una conferencia sobre la historia de la violencia, cuando de repente un grupo tomó el control del vuelo para exigir la puesta en libertad de unos compañeros.
“Era demasiado bueno para ser cierto. Imagínense la ironía. Yo, un científico que había pasado toda mi carrera estudiando el comportamiento violento, acaba en medio del secuestro de un avión“.
“Toda mi vida he querido saber por qué la gente pelea y entender qué es lo que sucede en verdad en nuestras mentes“, escribió después el doctor en Antropología graduado la Universidad de Cambridge británica, profesor de la Universidad Autónoma de México y una de las eminencias mundiales en Antropología física.
El secuestro lo inspiró a crear una situación similar, que le sirviera de laboratorio para estudiar el comportamiento humano.
Su experiencia con el renombrado aventurero y etnólogo noruego Thor Heyerdahl un par de años atrás le dio la idea para poner en práctica su plan.
Había colaborado con él en la construcción de botes de juncos de papiro del estilo de los del antiguo Egipto -Ra I y Ra II-, y había formado parte de la tripulación multinacional que cruzó el Atlántico para demostrar que los africanos podrían haber llegado a América antes que Cristóbal Colón.
Durante esos viajes, Genovés aprendió lo que todo marinero sabe: no hay mejor laboratorio para estudiar el comportamiento humano que un grupo flotando en alta mar.
Con el mar como el medio aislante perfecto, el antropólogo se puso en la tarea de preparar su experimento, diseñando estrategias para provocar conflicto y herramientas para examinarlo.
“Gracias a pruebas en animales de laboratorio sabemos que la agresión puede desencadenarse poniendo distintos tipos de ratas en un espacio limitado. Quiero averiguar si es igual para los seres humanos“.
Mandó a hacer una barca de 12×7 metros con una pequeña vela. La cabina era de 4×3,7 metros de largo, “justo el espacio para el cuerpo de cada uno, acostado. No se puede estar de pie“, escribió la Revista de la Universidad de México (1974).
Y tanto la ducha como el inodoro estaban al aire libre a plena vista de sus compañeros de tripulación.
Nombró a la balsa Acali, que en lengua náhuatl significa ‘la casa en el agua’.
En ella se embarcarían 10 personas y él para hacer un viaje que duraría 101 días, sin motor, ni electricidad, “ni barcos que la vayan siguiendo, ni vuelta atrás”.
Para encontrar a sus conejillos de indias, Genovés publicó un anuncio en varios periódicos internacionales al que cientos de personas respondieron.
Había elegido a 4 hombres y 6 mujeres, solo 4 de ellos solteros y casi todos con hijos, de diferentes nacionalidades, religiones y contextos sociales, seleccionados “para crear tensiones en el grupo”.
Entre ellos, la capitana: la sueca Maria Björnstam, de 30 años y soltera, a quien había invitado por ser “la primera mujer del mundo en tener nombramiento de capitán de navío”.
No fue la única mujer a la que Genovés le asignó un rol predominante.
Decidió darles los roles importantes, dejando para los hombres las tareas insignificantes.
“Me pregunto si darles el poder a las mujeres llevará a tener menos violencia. O si habrá más“.
El 13 de mayo de 1973, la balsa Acali fue arrastrada hacia mar abierto desde de Las Palmas, en las Islas Canarias, hasta quedar suelta como una isla flotando perezosamente hacia su destino: la isla mexicana de Cozumel.
Junto con Acali zarpó también la imaginación de la opinión pública, instigada por la prensa.
A pesar de no tener las cámaras que años después mostrarían todos los detalles de situaciones similares en reality shows, los medios aprovecharon para crear historias titilantes basadas en pocos minutos de contacto radial con la barca.
Con titulares como “Las orgías en la balsa del amor“, artículos como “El secreto de la balsa de amor” -que hablaba de un supuesto código radial secreto de SOS por si había problemas en la “balsa de la pasión“-, y hasta un escrito dedicado al hecho de que el capitán usaba un bikini, hicieron que el proyecto de Genovés se empezara a conocer como “la balsa del sexo”.
Y aunque la realidad a bordo no era como la pintaban los diarios, las relaciones sexuales estaban muy presentes en el menú de experimentos preparado por el antropólogo.
“Estudios científicos con simios han demostrado que hay una conexión entre la violencia y la sexualidad, donde la mayoría de los conflictos entre machos son consecuencia de la disponibilidad de las hembras que están ovulando.
Para verificar si es igual entre los humanos, he seleccionado a participantes que son sexualmente atractivos.
Y como el sexo está ligado a la culpa y a la vergüenza, dispuse entre ellos a Bernardo, un cura católico de Angola, para ver qué pasa“.
En la balsa, aunque varios miembros de la tripulación tuvieron relaciones sexuales, ese aspecto de la conducta humana no generó tensiones u hostilidades que valiera la pena recalcar, a menos quizás de que se tenga en cuenta la incomodidad que sintieron los integrantes al descubrir, al final del viaje, la narrativa lasciva de los tabloides sobre la expedición.
No obstante, la sexual era apenas una de las facetas de un experimento cuyos objetivos eran los más elevados, como confirmó Genovés cuando la capitana Maria le preguntó frente al grupo qué es lo que realmente deseaba lograr con el experimento.
“Le dije que quería descubrir la forma de crear paz en la Tierra“.
Para lograrlo era indispensable entender la agresividad en los humanos pero en ese laboratorio flotante, los días pasaban y el único asomo de alguna conducta violenta brotó ante un tiburón y no, “para mi gran sorpresa, de celos sexuales, ni de conflictos entre los participantes“.
Tras 51 días de convivencia, Genovés, frustrado, anotó:
“Nadie parece recordar que estamos aquí tratando de hallar una respuesta a la pregunta más importante de nuestra época: ¿Podemos vivir sin guerras?“.
Lo que le tomó más tiempo darse cuenta fue que sus métodos efectivamente estaban logrando su objetivo: causar irritación, provocar animosidad y despertar agresividad. Solo que -sorprendentemente- no como había sido planeado.
“Me di cuenta de que el único que había mostrado algún tipo de agresión o violencia en la balsa había sido yo“.
No solo eso. También había sido el único blanco de los sentimientos oscuros de los demás.
Más de cuatro décadas después, algunos miembros de la tripulación de Acali confirmaron que habían fantaseado hasta con lo peor: “asesinato”.
“Todos estábamos pensando lo mismo, al mismo tiempo -¿Será que lo hacemos?”, cuenta la ingeniera estadounidense Fé Seymour, en el documental “La Balsa”, del artista sueco Marcus Lindeen, y que se estrenará en septiembre en México.
Lindeen reunió a los seis participantes del proyecto de Genovés que están vivos para que compartieran sus recuerdos, fotos y filmes mientras exploraban una reconstrucción de Acali.
En su afán por proteger su experimento, Genovés había terminado comportándose como “como un dictador”, según Björnstam, al punto que en un momento fue él el hombre quien le quitó el mando y se declaró capitán.
“Su violencia psicológica era difícil de soportar”, añade el japonés Eisuke Yamaki.
Los voluntarios imaginaron desde en tirarlo “accidentalmente” por la borda hasta inyectarle medicamentos para provocarle un paro cardíaco “con la mano de todos en la jeringa”.
“Me dio miedo de que escalara hasta el punto que lo hiciéramos. Me asusté. Como estábamos en el mar, no era como cuando estás en la tierra: nada era normal.
“En ese momento me di cuenta de que teníamos la capacidad de hacer algo terrible para sobrevivir”, recuerda Seymour en el documental “La Balsa”.
Nada tan grave ocurrió.
Los problemas con Genovés se resolvieron diplomáticamente, como todos los que habían tenido durante el viaje, algo desafortunado para el experimento, por mal que suene.
Cuando el Acali llegó a México, todos los que estaban a bordo -incluido Genovés- fueron aislados durante una semana, y sometidos a una serie de pruebas por psiquiatras, psicólogos y médicos.
El antropólogo tuvo momentos difíciles durante las pruebas y, más tarde, con las críticas que se le hicieron al experimento, pero siguió adelante con su prestigiosa carrera como antropólogo físico, con sus aventuras flotantes (más tarde navegó solo “para conocerse a sí mismo”) y con su copiosa producción de artículos y libros, entre varias otras cosas.
Para los “conejillos de indias”, el viaje empezó y terminó como una aventura. Aunque vivieron algunos momentos difíciles, no hubo discordia en el grupo sino todo lo contrario: entre ellos se formó un vínculo que aún se mantiene.
Tras investigar a fondo el caso, el autor del documental piensa que Genovés habría podido encontrar parte de lo que buscaba en Acadi, solo que no precisamente con sus cuestionarios y estrategias.
En entrevista con el diario The Guardian, Marcus Lindeen opinó: “Si hubiera escuchado a la gente explicando por qué estaba en la balsa -Mary escapando de un marido abusivo, el racismo que Fé había sufrido- habría aprendido sobre las consecuencias de la violencia y cómo a veces podemos superarla allanando nuestras diferencias“.