«Era un señor mayor-un caballero encantador- y sabíamos que estaba muriendo», me dice María Parry.
“Su hija, con la que aún hoy estoy en contacto, quería acompañarlo hasta el final y por eso se mudó a una habitación contigua”, cuenta.
Al cabo de una semana en la que el hombre seguía en el mismo estado, su hija decidió dejar el hospicio y regresar a su propia casa por unas horas para darse un baño y le pidió a Parry que la llamase si notaba algún cambio.
“Apenas salió por la puerta y se marchó en su auto, su padre se murió. Y hay una parte mía que cree que él estaba esperando a que ella se fuera para poder morirse“, me cuenta esta enfermera con más de 25 años de experiencia en cuidados paliativos.
Esta es una de las muchas anécdotas que atesora de su trabajo acompañando a enfermos terminales en el último tramo.
“Es un privilegio inmenso pasar con alguien sus últimos días de vida”.
“No se trata solo de acompañar a la persona sino también a la familia: si la persona está tranquila y sus síntomas bajo control, puede que sean sus familiares quienes necesiten de tu ayuda”, me dice.
Parry, quien ha visto y ayudado a morir a decenas de personas, está convencida de que la muerte —por supuesto no en todos los casos y dependiendo de cómo y cuando ocurra— puede ser algo hermoso, y de que es algo de lo que tenemos que aprender a hablar sin tapujos.
Esta dificultad para enfrentar el tema es precisamente la que quiere abordar la instalación The Departure Lounge (“La sala de embarque”) que se inauguró recientemente en un centro comercial del sur de Londres, y en la que Parry participa como voluntaria.
Metida entre una joyería y una tienda de productos saludables, The Departure Lounge es una extraña mezcla de aeropuerto y agencia de turismo.
Coloridos afiches pegados en la vidriera nos invitan a pensar en nuestro “último viaje” hacia un destino al que, tarde o temprano, todos vamos a llegar.
“¿Qué venden?”, pregunta una mujer que se acera a inspeccionar de cerca una montaña de maletas apiladas en el centro de la sala con recuerdos e historias de amor y pérdida.
No era evidentemente lo que estaba buscando y se aleja con la promesa de regresar más tarde.
Diseñada por la Academia de Ciencias Médicas (una organización que promueve la investigación en salud y biomedicina), en colaboración con la agencia Liminal Space, la instalación invita a sus visitantes a hacer preguntas sobre la muerte.
Estas van desde las más filosóficas (¿Hay vida después de la muerte?) hasta las más mundanas, como qué transformaciones sufre nuestro cuerpo antes de perder sus signos vitales, o cómo donar órganos, hacer un testamento o comunicarle a nuestros seres queridos que nuestro final se avecina.
El objetivo es iniciar un diálogo sobre un tema que se ha vuelto tabú en nuestra sociedad así como recolectar ideas y experiencias para mejorar el enfoque y el tratamiento que recibimos cuando nos llega la hora.
También, “conversar sobre la muerte y el proceso de morirse puede ayudarnos a vivir nuestra vida al máximo”, le dice a BBC Mundo el profesor Robert Lechler, director de la Academia de Ciencias Médicas.
“Y esta no debe ser una conversación que tengamos que introducir al final de nuestra vida: es algo de lo que deberíamos hablar a lo largo de ella“.
Además de que en el futuro aumentará el número de muertes (cada vez somos más en este planeta), el proceso para llegar hasta ese punto está transformándose, señala Lechler.
“Vivimos más y el contexto de la muerte está cambiando. Una vida más larga significa que acumulamos más condiciones médicas de largo plazo y tendemos a ser frágiles por más tiempo”, señala Lechler.
El riesgo, dicen expertos en cuidados paliativos, es que si no hablamos ni sabemos qué es lo que nos va a ocurrir, la muerte puede transformarse en una mala experiencia cuando no debe necesariamente ser así.
¿Pero es posible tener una buena muerte? Si amamos la vida, ¿morirse no es, sea de la forma que sea (con perdón del exabrupto) una reverenda mierda?
Mel Etherton, del equipo de la Academia de Ciencias Médicas, no lo pone en disputa, pero me asegura que sí hay cosas que podemos hacer para que esta experiencia inevitable se transforme en algo más positivo, tanto para quien se muere como para quienes lo acompañan.
“Tenemos miedo de lo desconocido, pero si sabemos cómo se ve la muerte, si estamos sentados junto a alguien cuando se está muriendo, el proceso no resultará una sorpresa”.
“Si lo sabes de antemano, no te asustarás, porque entenderás que lo que está ocurriendo es parte de un proceso normal y no estarás preocupado pensando que esa persona querida esta sintiendo dolor o sufriendo”.
Una voz en un teléfono que es parte de la instalación me describe en estos últimos instantes en detalle.
“Cuando una persona se está muriendo, empieza a dormir cada vez más. A veces la puedes despertar y otras es más difícil. Dejan de comer y de beber, y la piel se les va tornando cada vez más fría, y va adquiriendo una textura cerosa”, dice por el auricular.
Son cosas muy normales, me explica María Parry.
“Hay cambios en la respiración: dejan de respirar por lo que parece ser un momento muy largo y vuelven a tomar aire. Los espacios se van haciendo más largos entre respiración y respiración, hasta que ya no hay otra inhalación”, dice.
“Puede ser un momento muy tranquilo, muy calmo. La gente cree que la muerte es un proceso espantoso, pero eso no es siempre el caso. Muchas veces puede ser hermosa”, insiste.
“Cuando veo a familias sentadas alrededor de la cama, compartiendo historias, hablando de sus recuerdos y cosas que hicieron juntos, es hermoso. Puedes ver la calma de un momento así. Ese es un recuerdo hermoso que te llevarás contigo”.
Estar en control de cómo van a ser estos últimos días y cómo será nuestra despedida también es un factor que contribuye a una “buena” muerte.
Pensar y decidir cosas como ¿dónde quiero morir: en mi casa, en el hospital, en un hospicio? ¿Quiero que mi perro esté junto a mí? ¿Quiero poder ver a mi familia a toda hora y todos los días?
“Si sabes esas cosas y hablas de ello, te dará a ti y a tus seres queridos paz mental“, dice Etherton.
Monty y Julie McMonagle, una pareja que se detuvo por un momento a ver que ofrecía de The Departure Lounge me cuenta que ellos sí ya han hecho planes y han conversado con sus hijas, pero reconocen que no pueden tocar el tema con sus amigos.
“Pero entre nosotros sí lo hablamos. Como cada uno se encarga de una cosa, compartimos información práctica por si el otro no está“, me dicen.
María Parry, como era de esperar, tiene su futuro muy claro.
“No quiero morir en mi casa, quiero donar mis órganos, quiero que mi funeral sea una celebración y que la gente se lleve lindos recuerdos de mí y no esté triste. Y quiero también”, dice enfática, “muchas canciones que hablen de María”.