Andrew Gold / BBC Three
Inclinándome hacia adelante, hago sonar unas campanillas de oro sobre la cabeza de una joven que grita de angustia. Se retuerce y coloca sus brazos y piernas en posiciones antinaturales, mientras un hombre envuelto en un atuendo religioso le grita versos bíblicos.
Indefenso y confundido, miro anonadado. Soy alguien que suele sentirse incómodo en varias situaciones, pero esto es algo completamente diferente.
La mujer que aúlla, Natalia, está siendo sometida a un exorcismo, y yo me he ofrecido a tocar las campanas que supuestamente expulsarán al diablo.
A mi lado, el exorcista, el padre Manuel Acuña, asiente, dándome aliento. Luce una expresión severa, listo para la batalla. Entonces toco las campanas más fuerte. Realmente no creo en nada de esto: para mí, estas son solo pequeñas campanas doradas. Pero Natalia sí cree y yo solo quiero que se sienta mejor.
Cuando el exorcismo llega a su clímax el padre grita: “¡En el nombre del Señor, les ordeno que abandonen este cuerpo!”. Yo me quedo congelado, agarrando mis campanas. Cuando termina, Natalia llora de alegría.
Ella ha estado sufriendo delirios y escuchando voces durante años.
Ahora, sin embargo, parece convencida de que el exorcismo la ha curado. Su alivio es palpable y su ansiedad se ha aquietado.
Eso fue hace 18 meses, cuando comencé a filmar un documental para BBC Three sobre el exorcismo, un tema que nunca imaginé que me resultaría tan interesante.
Cuando llegué esa mañana a la iglesia del padre Acuña en Santos Lugares, un suburbio empobrecido al lado de las vías del tren en Buenos Aires, Argentina, noté que además de las reliquias y obras de arte eclesiásticas habituales, el lugar había sido decorado con parafernalia de películas y posters con el rostro del padre superpuesto a los actores.
En uno aparecía retratado como el padre Merrin de la clásica película de los años 70 “El exorcista”; en otro era el padre Marcus Keane de la serie inspirada en el filme. También aparecía junto a Mulder y Scully en “Los expedientes secretos X” y entre el elenco de “Penny Dreadful”.
Desde esta guarida de vanidad, Acuña realiza los ritos habituales de la iglesia, como los sermones dominicales y la confesión, pero también lleva a cabo uno o dos exorcismos por semana.
Además dirige una escuela para aspirantes a exorcistas, donde los cursos cuestan US$50 al mes, una enorme suma para las personas que viven en esta zona.
Me interesé en conocer más sobre el padre después de verlo participar como invitado, junto con celebridades argentinas y modelos, en programas de televisión y radio.
Soy ateo, pero algo sobre el padre me atrajo. Era consciente de su presencia activa en las redes sociales, que incluía innumerables perfiles en Facebook, Twitter y YouTube, y supe por los afiches de películas en su iglesia que alentaba las comparaciones con filmes de Hollywood.
Me pareció inusual que un sacerdote pareciera tan hambriento de fama así que decidí llamarlo. Para mí, fue una oportunidad de profundizar en la práctica del exorcismo y sus efectos a largo plazo en los seguidores, a menudo pobres y vulnerables, del padre.
¿Realmente curaba a las personas con enfermedades mentales? Y, si ayudaba a sus pacientes, ¿realmente importaba si era real o solo una forma de catarsis?
Sin embargo, las cosas terminaron mal. Mientras avanzaba la filmación el padre terminó acusándome de cuestionar su relación con una joven que había dejado el cuidado psiquiátrico para estar a su lado.
Se trataba de su asistente Paula, quien organiza sus consultas con posibles “exorcizados”. Pasó la mayor parte de su adolescencia en un pabellón psiquiátrico, antes de que Acuña le realizara un exorcismo y la tomara bajo su protección.
Ella me reveló que su exorcismo, de hecho, se hizo viral en YouTube.
Fue publicado por primera vez en marzo de 2015 pero lo titularon erróneamente “El exorcismo de Laura”.
Ahora, lejos de su familia y sin novio, su vida parece girar enteramente alrededor de la iglesia de Acuña. “Nos queremos mucho porque él me salvó“, me contó.
Sospechoso de mis preguntas, el padre me arrinconó en una pequeña habitación junto con sus asistentes y me insultó. Traté de mantener la calma pero mis piernas temblaban.
Aunque él es bastante diminuto, tiene una presencia enorme. En el medio de la nada, a medianoche, y rodeado de personas a las que consideraba fanáticas, era muy consciente de que nadie sabía dónde estaba. Mientras nuestras cámaras rodaban, comenzó a gritarnos a mí y a mi equipo de filmación. Me quedé atónito.
Pero esa tensión había estado creciendo por algún tiempo. Como ateo, era escéptico con respecto a sus teorías paranormales: creía en cosas como la levitación, las maldiciones y hasta los vampiros.
Cuando le pregunté con bastante descaro sobre esto último, casi esperaba que reaccionara enojado. Pero él respondió: “Ah, sí, los vampiros existen. No lo del ajo, eso es solo de las películas; pero la cruz funciona”.
Sin embargo, Natalia y Paula parecían más felices después de sus exorcismos. Para averiguar por qué, hablé con el psiquiatra que había atendido a Paula en el hospital de emergencias psiquiátricas Marcelo Torcuato de Alvear.
Me explicó que el exorcismo es una “práctica peligrosa (…) (que) por sugestión puede tranquilizar y ayudar a quienes se someten a ella. Hasta la reaparición de un nuevo episodio (psicológico) después de uno, dos o cinco años”.
Para ver si las palabras del médico resultaban proféticas, hablé con Natalia fuera de cámara más de un año después de su exorcismo. Me dijo que sus “demonios” habían regresado.
Hoy Natalia tilda al padre Acuña y a su trabajo como “teatro”. No obstante, ella sigue siendo parte del reino paranormal y se realiza exorcismos semanalmenteen otra iglesia cercana.
Aunque Acuña es considerado el más famoso de los exorcistas de Argentina, él es uno de muchos. De hecho, el doctor Garín me explicó que “es muy común que los pacientes vengan al hospital después de haber visto a un sacerdote o pastor evangélico”.
En nuestro documental la historia se repitió con la única otra persona que filmamos sometiéndose a un exorcismo: Candela, una estudiante de 17 años cuyos padres la llevaron a ver a Acuña. Cuando la conocí en la iglesia, estaba llorando.
Su madre me explicó: “Se corta a sí misma, oye voces (…) fuimos a una clínica psiquiátrica pero (…) no quiero a mi hija en ese lugar”.
Cuando Candela se sintió capaz de hablar, agregó: “Mi padre me sacó de la escuela porque quería suicidarme en los baños”.
Esta vez llegué a conocer a la persona sometida a un exorcismo antes del ritual, lo que hizo que fuera más desgarrador observarla.
Agitar las campanas por todos lados parecía socavar la gravedad de su situación, así que miré desde un costado mientras ella reía demoníacamente y una voz que salió de algún lugar oscuro dentro de ella rugió: “¡Ella es mía! ¡Nunca la tendrás!”.
Nunca olvidaré esa escena tortuosa, que apenas pude volver a mirar cuando la estaba editando.
Fuimos a su casa a visitarla unas semanas más tarde y la filmamos radiante de orgullo y hablando con entusiasmo sobre el éxito del exorcismo.
Pero, al igual que con Natalia, Candela perdió la fe en los métodos del padre Acuña: sus pensamientos suicidas regresaron solo un mes después y recién comenzó a sentirse mejor después de unirse a una iglesia evangélica que le ha dado una nueva esperanza.
Cuando le hablé fuera de cámara un año después de su exorcismo, me dijo: “No es un buen camino. Ahora estoy mucho mejor, gracias a Dios, porque tomé el camino de la verdad, que es evangélico”.
Estas mujeres viven en barrios desfavorecidos y retrógrados, donde la salud mental es un tema tabú. De hecho, Candela me dijo que nunca había conocido a nadie que hablara de las enfermedades mentales.
Antes de hacer este documental había considerado el exorcismo como una práctica tonta pero inofensiva, que fue glorificada por obras góticas como “Drácula” y “El exorcista”.
Pero pararme en una habitación que retumbaba con los gritos de adolescentes me hizo ver la cruda realidad.