En sentido común nos dice que hay que estar preparados, piensan los llamados "preppers".
Estamos todos fritos.
Es un pensamiento crudo, expresado a menudo, que intenta encapsular una intensa pero vaga ansiedad que experimentamos en distintos frentes.
¿Qué la provoca? La posibilidad de que se extinga la población por causa del cambio climático, el colapso financiero global y el desarrollo exponencial de la maquinaria de inteligencia artificial potencialmente malévola, por nombrar solo algunos motivos.
El Reloj del Apocalipsis, un reloj simbólico que representa el riesgo de obliterar a la humanidad, nunca ha estado más cerca de la medianoche.
Claro que, el anuncio del fin de la humanidad es tan viejo como la humanidad misma: astrólogos y órdenes religiosas han predicado el fin del mundo por miles de año.
Pero el tipo de riesgos que nos preocupan hoy día son muy específicos de nuestro tiempo: son irreversibles, tienen alcance planetario (y en algunos casos extraplanetario) y tienen nuevas texturas tecnológicas.
Estos riesgos han sido descritos como “existenciales” porque amenazan con causar, como dice el filósofo Nick Bostrom, “la extinción de la vida inteligente originada en la Tierra o destruir drástica y permanentemente su potencial de desarrollar un futuro deseable”.
Como resultado, el fenómeno dela preparación—un fenómeno predominantemente estadounidense por el cual la gente almacena alimentos, agua, armas y aprende estrategias de supervivencia para sobrevivir a un desastre— está en aumento.
Esto puede notarse en la creciente cantidad de literatura, podcasts, películas y programas de televisión sobre el tema, junto con el crecimiento inevitable de los productos relacionados (como equipos de camping y cursos para aprender a sobrevivir en la naturaleza) que se vinculan a la ansiedad del riesgo existencial.
El aumento de su prominencia en Europa nos motivó a investigar este tema.
Los medios tienden a centrarse en las peculiaridades de la preparación a través de ejemplos extremos: informes que relatan cómo la elite de Silicon Valley compra refugios en zonas remotas de Nueva Zelanda, o sobre aquellos excéntricos que usan gorras recubiertas de papel metálico y habitan en los bosques.
Pero esta no es una subcultura marginal, sino una respuesta precavida de gente frente a una crisis permanente, como revela nuestro estudio.
Después de analizar y participar en foros online y hablar largo y tendido con varias personas que se identifican con esta tendencia, se hizo evidente que la mayoría no son personas fuera de lo común.
Al escucharlos puedes empezar a entender su forma de pensar.
Hablan con frecuencia de su dedicación a los preparativos, como algo que se originó a partir de algo específico o de un punto de quiebre,como por ejemplo una persona con conocimiento interno que vio el colapso financiero de primera mano y todo lo que originó, o de las dificultades que vienen de la mano de una enfermedad o el desempleo.
Después de estos momentos de toma de conciencia, nuestros entrevistados explicaron que hicieron la transición de ser una persona infeliz mal preparada a una que lo está.
Nuestra investigación se concentró en los preppers(como les dicen en inglés) o “preparacionistas” europeos, quienes se diferencian en alguna medida del estereotipo estadounidense.
Descubrimos que los europeos ven a su contraparte estadounidense como política, religiosa, armada y misógina.
Sienten que la atención que les prestan los medios deslegitima el énfasis en la racionalidad y practicidad que caracteriza sus prácticas.
En cambio, el sentido común es la moneda de cambio más valorada en la cultura preparacionista europea.
Ellos tienen una profunda desconfianza en la capacidad de las instituciones para hacer frente a las crisis.
Y, en comparación con algunos relatos populares, nosotros encontramos que estas personas están más preocupadas por problemas mundanos del sistema(cortes de electricidad o reducciones en las pensiones) que en la estética apocalíptica más espectacular asociada a la cultura prepper (como el colapso ambiental o un desastre nuclear).
Saben que se los ridiculiza y estigmatiza como consecuencia del estereotipo estadounidense.
Sus foros en internet están llenos de advertencias: si eres periodista, lárgate.
Están preocupados por la privacidad personal y la ventaja estratégica de ocultar información sobre el lugar en el que se encuentran los recursos, en el caso de que necesiten poner en práctica alguna medida de sus preparativos.
Insistimos: estas prácticas están enmarcadas en la narrativa del sentido común. Se reivindica el sentido común para rechazar su opuesto: la paranoia.
Los preparacionistas consideran a la gente que no se prepara -el resto de la sociedad- como sorprendentemente ignorante del mundo que los rodea.
Somos “nosotros” los que somos anormales.
El civil dependiente es visto como inconsciente, diletante, complaciente y confiado, mientras que el preparacionista está atento.
La preparación se entiende como un una suerte de previsión que les falta a los consumidores comunes.
Un preparacionista mira al mundo de forma diferente: lejos de ser una infraestructura inteligente, interconectada y que funciona de acuerdo a las leyes, la ciudad es una jungla donde el preparacionista solitario negocia múltiples peligros.
Es por eso que siempre tienen cierto tipo de cosas como materiales para encender un fuego, bolsas de basura y radios en sus despensas, en sus autos o consigo.
“Siempre llevo dos o tres bolsas de basura conmigo, así puedo hacer un refugio en cualquier parte. Una de las bolsas grandes puede servir para hacer un techo y a las otra las puedo llenar con hojas para crear un espacio caliente y confortable”, nos dijo uno de ellos.
Estos individuos desprecian las interfaces tecnológicas centradas en el consumidor como las redes sociales e invierten su tiempo en tecnologías predigitales como el fuego y la agricultura.
Otra vez, el sentido común es la moneda de cambio más valorada.
¿Qué pasará entonces con el resto de nosotros?
El preparacionista se ha entrenado para un mundo sin un sistema de mercado y ya ha pensado en que pasará con los civiles dependientes cuando vengan en busca de ayuda.
En escenarios comunes (cortes de electricidad, reparaciones en el sistema de agua) estas personas tienden a verse a sí mismas como generosas, y se vislumbran ayudando a sus vecinos dependientes, a pesar de las burlas.
Pero en el caso de un colapso más serio, nuestras conversaciones revelaron un subtexto implícito en que si la situación estalla, cada cual se ocupará de su propia sobrevivencia.
Y, en última instancia, será tu vecino quien represente la mayor amenaza.
Esto es lo que les dice el sentido común a los preparacionistas que se ven viviendo en un mundo donde la mayoría de la gente está mal preparada en caso de que se produzca cualquier tipo de desastre.
Cuando pensamos en escapar las limitaciones del capitalismo nos topamos usualmente con connotaciones utópicas de una “sociedad sostenible” que pone el énfasis en la comunidad, la cooperación, en compartir y en cuidarse mutuamente.
Los preparacionistas tienen otra visión de cómo se ve un mundo “sostenible”, una basado en ideologías de proteccionismo y autopreservación.
Es una visión que se hace eco de la famosa sugerencia del filósofo del siglo XVII Thomas Hobbes, que decía que, en ausencia de las instituciones, los humanos se verían atrapados en un círculo de violencia, “una guerra de todos contra todos”.
Es probable que estas formas de pensar individualistas de los preparacionistas florezcan dentro de la sociedad, sobre todo de cara a la crisis climática actual. Y esto debe ser considerado cuando pensamos en las funcionalidad de sistemas alternativos al mercado neoliberal.
*Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Gary Sinclair es profesor de mercadeo en la Universidad de la Ciudad de Dublín, y Norah Campbell y Sarah son profesoras adjuntas de mercadeo en el Trinity College de Dublín.