Marcos González Díaz / BBC News Mundo
“¡Que viene el mar! ¡Que viene el mar!”.
Con este grito desesperado, muchos vecinos de Mayagüez, en el oeste de Puerto Rico, alertaron de la llegada de un tsunami el 11 de octubre de 1918.
Solo cuatro minutos antes, la isla entera se había estremecido por los temblores del que se considera el terremoto más mortífero en la historia del país.
Según los reportes, un total de 116 personas murieron como consecuencia de ambos desastres, 40 de ellas ahogadas por el maremoto.
Los expertos creen que es poco probable que dos sismos de tanta magnitud como el llamado “terremoto de San Fermín” puedan registrarse en un período de menos de 100 años.
Pero precisamente este jueves, un siglo después, Puerto Rico recuerda este suceso que marcó su historia mientras trabaja por prepararse ante la inevitable llegada, tarde o temprano, de un nuevo terremoto.
Eran las 10:14 de la mañana cuando el sismo, con una magnitud aproximada de 7,3 en la escala Richter, comenzó a hacerse sentir, sin previo aviso.
Aunque según Alberto López Venegas, profesor de geología en la Universidad de Puerto Rico, “hoy hablaríamos de otras magnitudes”.
“El problema es que al llegar a ciertos niveles, los sismógrafos se saturan aunque el evento siguiera creciendo”, le explicó a BBC Mundo.
El epicentro, registrado en el Cañón de la Mona que separa el país de República Dominicana, se localizó en el mar, muy cerca de la esquina noroeste de Puerto Rico: a poco más de 40 km.
Esta zona fue la más afectada, en especial municipios como Mayagüez o Aguadilla, donde las olas del posterior tsunami llegaron a los seis metros de altura.
Ada Monzón, la primera meteoróloga profesional en la televisión de Puerto Rico, aún recuerda las historias que su abuela de Mayagüez, que por aquel entonces tenía 19 años, le contaba sobre la tragedia.
“Cuando la tierra comenzó a temblar, todo el mundo empezó a correr y la gente gritaba en la calle que el mar se había retirado y que venía el maremoto”, le dice a BBC Mundo.
Su abuela hablaba del ruido que hacía la tierra, “que era como un crujir”.
Muchas personas aseguraron haber visto ondulaciones del suelo, “como si el terreno hiciera olas del mar” como señal de la propagación de las ondas sísmicas.
La abuela de Ada Monzón sobrevivió al terremoto, pero no todos en la familia corrieron la misma suerte.
“Un sobrino de mi abuela, de siete años, murió en la escuela. Según el certificado de defunción, falleció cuando una pared lo aplastó a consecuencia del temblor. Murió de la mano de su maestra”.
Precisamente en una reciente exposición fotográfica organizada sobre el terremoto, Monzón descubrió cómo el nombre de su familiar encabezaba la lista de víctimas en Mayagüez: Hiram Joaquín Gómez y Doiteau.
Pero como suele ocurrir, al gran terremoto de aquel 11 de octubre le siguieron muchas réplicas, con dos de especial intensidad el 24 de octubre y el 12 de noviembre.
“Tras el primer terremoto no había energía, así que la gente cocinaba en calderos sobre leña y fuego. Y mi abuela siempre decía que alguien tenía que sujetarlos, porque había tanta réplica que los calderos se caían al suelo”, recuerda la también fundadora del Museo de Ciencias de Puerto Rico, EcoExploratorio.
“Quién sabe si los constantes relatos de mi abuela me llevaron a ser lo que soy hoy, que pasa por enfatizar en la educación para que las familias no tengan que volver a pasar lo que pasaron en 1918 o lo que acabamos de pasar con el huracán María“, dice la meteoróloga.
Esa educación y preparación de la población ante desastres es fundamental en cualquier lugar, pero más en Puerto Rico, donde cada día se registran hasta diez pequeños temblores aunque no sean sentidos por la población.
“Que van a ocurrir más terremotos en el futuro, no hay duda. Puede ser ahora, mañana, en 100 años más… no lo sabemos”, afirma el experto López Venegas, miembro de la Red Sísmica de Puerto Rico.
Pero ¿por qué esta zona del Caribe esté en riesgo permanente de sufrir una catástrofe?
El motivo es la cercanía de la Trinchera de Puerto Rico, una gran hendidura provocada por la colisión hace millones de años de dos placas tectónicas y en cuyo límite (el punto más susceptible de registrar sismos) se encuentra la isla.
“En la parte noreste del Caribe tenemos la convergencia entre la placa de Norteamérica y la del Caribe, en la que la primera está haciendo subducción y hundiéndose constantemente por debajo de la segunda”, explica López Venegas.
Este desplazamiento se produce “a una velocidad de 2 cm. por año”. Se trata de un proceso lento si se compara, según el experto, con el desplazamiento de 5 cm. anuales de la falla de San Andrés en California, lo que provoca mayor número de eventos sísmicos.
“Pero el desplazamiento de la placa del Caribe en dirección a Europa no para. A veces se atasca y a veces se libera. Si se atasca durante mucho tiempo, entonces puede generar eventos grandes. Si no, va moviéndose poco a poco”, explica.
Otros países de la zona son igualmente afectados por la cercanía de esta placa tectónica del Caribe. Es el caso de Haití, que el pasado 6 de octubre sufrió un nuevo terremoto.
Esta particularidad de su ubicación geográfica es, pese a los avances en los sistemas tecnológicos, lo que provoca que un gran futuro sismo como el de hace un siglo sea “imposible de predecir” en Puerto Rico.
Monzón identifica estructuras de Puerto Rico como las “casas sobre zancos” (viviendas sobre columnas que se hincan sobre piedra debido a la geografía montañosa de la isla) o las escuelas construidas antes de 1987 como las más vulnerables a sufrir daños significativos por no estar preparadas para resistir sismos.
“La preparación es la única herramienta que tenemos para evitar que un desastre se convierta en algo mucho peor, sabiendo qué tenemos que hacer, cuáles son los planes de emergencia, teniendo nuestras mochilas de seguridad…”, asegura López Venegas.
“Y si estamos todos preparados, entonces no debería haber ningún tipo de temor”, dice.