Rachel, de 16 años, dejó de crecer cuando tenía 10. Andy tiene problemas graves de memoria que le dificultan el día a día. Ambos sufren el síndrome del espectro alcohólico fetal, un grupo de desórdenes debidos a que sus madres bebieron grandes cantidades de alcohol cuando estaban embarazadas.
Sharon y su marido, Paul, adoptaron a cinco hijos, entre los cuales estaban Andy y Rachel.
De pequeño, Andy tenía ataques de pánico cuando estaba en lugares donde había mucha gente. Además, tenía dificultades para hacer actividades cotidianas como lavarse los dientes: le costaba concentrarse. Ya le habían diagnosticado el síndrome alcohólico fetal, aunque su madre adoptiva asegura que los servicios sociales no le dieron mucha importancia.
El hecho de que su madre biológica bebiera mientras estaba embarazada también le provocó problemas físicos. La mandíbula inferior se le desarrolló correctamente, pero la superior no le creció y se le quedó como cuando era pequeño, por lo que a los 17 años tuvieron que operarlo.
Su hermana adoptiva Rachel también presentaba problemas: le costaba mover las articulaciones y recorrer grandes distancias a pie. A los seis años le diagnosticaron el síndrome. Entre otras cosas, sufre trastorno por déficit de atención con hiperactividad.
No hay datos oficiales de cuántos niños están afectados por este síndrome, en parte porque suele ser difícil diagnosticarlo. Según destaca en su página web la Clínica Mayo, los defectos provocados por este síndrome son irreversibles.
Sin embargo, un estudio del Centro de Adicción y Salud Mental de Canadá estima que cada año nacen en el mundo unos 119.000 niños con síndrome alcohólico fetal. Entre sus síntomas hay defectos físico y problemas cerebrales y del sistema nervioso central, entre otros.
Síntomas del síndrome alcohólico fetal
“Hay que ayudar a diagnosticar a todos los niños que lo sufren y ayudarlos para evitar que padezcan trastornos derivados, como problemas de salud mental. El síndrome alcohólico fetal es un daño cerebral permanente, pero no una condena de por vida. Con ayuda, pueden vivir una vida plena”, explica Sharon, la madre adoptiva.
Tanto Andy como Rachel tienen sentimientos encontrados cuando piensan en sus madres biológicas.
“Tengo que luchar cada día con unos síntomas sabiendo que eran totalmente evitables. Es muy duro, pero a veces pienso que no sé cuál era la situación de mi madre biológica ni cuáles eran sus circunstancias”, asegura Andy.
Rachel reconoce que tiene una mezcla de sentimientos: “Me siento frustrada y triste, pero intento ser comprensiva porque puede que mi madre biológica no supiera las consecuencias de lo que hacía. De todas maneras, yo tengo que vivir cada día sabiendo que soy diferente porque una persona cometió un error”.