Nyasha Kadandara* / BBC
Eva, una estudiante de aviación de 19 años, estaba sentada en su minúscula habitación en cuarteles compartidos en la localidad de Kitengela, Kenia, sintiéndose arruinada, hambrienta y desesperada.
Utilizó los 100 chelines kenianos que le quedaban en la cartera y tomó un autobús al centro de la ciudad, donde buscó al primer hombre que le pagase por tener sexo con él. Tras 10 minutos en un callejón sórdido, Eva volvió a Kitengela con 1.000 chelines, suficiente para comer el resto del mes.
Hace seis años, cuando estaba en la universidad, Shiro conoció a un hombre casado casi 40 años mayor. Al principio, recibía de él solo comestibles. Luego fueron viajes al salón de belleza.
Dos años después del comienzo de la relación, el hombre la mudó a un nuevo apartamento porque quería que estuviera más cómoda. Dos años después, le dio a Shiro un pedazo de tierra en el condado de Nyeri como muestra de compromiso.
A cambio, puede dormir con Shiro cuando le apetece.
La experiencia de Eva es sexo transaccional en su forma menos adornada, un encuentro rápido causado por la desesperación.
La historia de Shiro ilustra un fenómeno más complejo: el intercambio de salud y belleza por ganancias financieras duraderas, motivado no por el hambre sino por las aspiraciones, embellecido por las estrellas de las redes sociales, con frecuencia envuelto en las formas de una relación.
Los hombres mayores siempre han usado los regalos, el estatus y la influencia para comprar el acceso a mujeres jóvenes. El “sugar daddy”, como se conoce en inglés a estos hombres “de azúcar”, probablemente ha estado presente en las sociedades durante tanto tiempo como la prostitución.
Pero en Kenia, así como en otros países africanos, este tipo de relaciones parecen haberse hecho más frecuentes y más visibles: lo que antes se escondía, ahora es público, en los campus universitarios, en bares y ahora en Instagram.
Es difícil saber cuándo esto cambió. Pudo ser en 2007, cuando se filtró la famosa cinta sexual de Kim Kardashian, o un poco después, cuando Facebook e Instagram tomaron el mundo, o quizás cuando el internet 3G llegó a los teléfonos celulares africanos.
Pero de alguna forma se ha llegado al punto en el que tener un “espónsor” se ha convertido en algo aceptado por muchos jóvenes, e incluso una elección de un estilo de vida glamuroso.
Solo hace falta visitar los barrios de estudiantes de Nairobi, le dijo un reciente graduado a la BBC, para ver cuán extendida es esta cultura.
“En una noche de viernes, vayan a sentarse afuera de la Box House (un hostal de estudiantes) para ver qué tipo de coches pasan: conductores de ministros y políticos enviados para recoger a chicas jóvenes”, dice Silas Nyanchwani, quien estudió en la Universidad de Nairobi.
“Hasta hace poco no había datos que indicaran cuántas mujeres jóvenes de Kenia están involucradas en estas relaciones “azucaradas”. Pero este año el Centro Busara de Economía Conductual realizó un estudio para BBC África en el que interrogó a 252 estudiantes universitarias de edades comprendidas entre los 18 y los 24 años.
Concluyeron que aproximadamente el 20% de las jóvenes que participaron en la investigación tenían o han tenido un “patrocinador”.
El tamaño de la muestra era pequeño y el estudio no totalmente aleatorio, por lo que los resultados solo dan una indicación de una posible cifra y no se pueden tomar como definitivos.
Además, solo un pequeño porcentaje admitió abiertamente tener un “sugar daddy”. Pero, curiosamente, al hablar de los demás, no de ellas mismas, las mujeres jóvenes estimaron en promedio que el 24% de sus pares habían tenido una relación sexual transaccional con un hombre mayor, una cifra muy cercana a la alcanzada por los investigadores.
Jane, una estudiante keniana de 20 años que admite sin problemas tener dos patrocinadores, no ve nada vergonzoso en esas relaciones: son parte del ajetreo cotidiano que se necesita para sobrevivir en Nairobi, dice ella.
También insiste en que sus relaciones con Tom y Jeff, ambos casados, implican amistad e intimidad, además de intercambio financiero.
“A veces te ayudan, pero no siempre se trata de sexo. Es como si solo quisieran compañía, quieren a alguien con quien hablar”, dice.
Ella asegura que sus padres religiosos la criaron con valores tradicionales, pero ha tomado sus propias decisiones. Uno de sus motivos, dice, es poder ayudar a sus hermanas menores para que no necesiten depender de los hombres para obtener dinero.
Pero también se ha sentido inspirada por las “celebridades” de alta sociedad de Kenia: mujeres que han transformado el atractivo sexual en riqueza, convirtiéndose en estrellas de las redes sociales.
Entre ellas se encuentran las estrellas del reality show “Nairobi Diaries”, la versión keniana de “Keeping up with the Kardashians” y “The Real Housewives of Atlanta”. El espectáculo ha catapultado hacia la alta sociedad a varias personas procedentes de los barrios marginales de Nairobi.
La más conocida de las celebridades de Kenia es probablemente Vera Sidika, que pasó de bailar en videos musicales al plató de los “Nairobi Diaries” y desde allí lanzó una carrera comercial basada en su fama y su físico.
Igualmente famosa es la modelo y “socialite” Huddah Monroe, que también saltó a la fama desde la telerrealidad, en su caso el “Gran Hermano África” de 2013, y que ahora dirige una línea de cosméticos bien establecida.
“Si tienes que exponer tu cuerpo, haz dinero con ello”, se reportó que dijo Monroe en referencia a las fotos semidesnuda que muestra a sus 1,3 millones de seguidores en Instagram.
Cuando llegan a la cima, muchas de ellas empiezan a cultivar una imagen diferente, presentándose como mujeres de negocios independientes que se hicieron a sí mismas y que ahora animan a las niñas a trabajar duro y continuar en la escuela.
Pero los millones de fans que miran sus posts en Instagram no están ciegos. El énfasis repentino en el emprendimiento no esconde el hecho de que estas mujeres usaron su atractivo sexual para crear oportunidades. Y muchas, lo cual es bastante entendible, están intentando aplicar esta metodología a sus propias vidas.
Una de las personas que ha tenido éxito es Bridget Achieng, una mujer del barrio marginal de Kibera en Nairobi que trabajaba como empleada doméstica en una casa pero que ganó seguidores en las redes sociales gracias a una sesión de fotos sexy, y luego encontró su camino al elenco de “Nairobi Diaries”.
Sin embargo, su mensaje para las aspirantes a “socialites” es que nada es gratis.“Si quieres un millón de dólares, tendrás que hacer algo que valga un millón de dólares”.
Si uno de los extremos del espectro “azucarero” presenta a mujeres jóvenes con la mirada puesta en un Range Rover de color rosa intenso, un condominio de lujo y boletos de primera clase a Dubai, en el otro son mujeres que buscan poco más que un poco de crédito para su celular y tal vez un almuerzo en la cafetería Java.
Pero el hueco entre las dos puede no ser tan profundo como parece.
“¿Debo dejar todos estos Gucci Prada? ¿Qué jovencita no teme el hambre?” cantó la cantante ghanesa Ebony Reigns, que resume la mezcla de aspiración social y ansiedad económica que sienten muchas mujeres jóvenes.
El deseo de no pasar hambre y el de probar la buena vida pueden ir fácilmente de la mano. Y la suerte de una mujer dependiente de un patrocinador puede cambiar en un instante, ya sea para bien o para mal.
Grace, una madre soltera de 25 años del norte de Nairobi, tiene un patrocinador habitual, pero está buscando activamente una relación más lucrativa con un hombre que invierta en su carrera como cantante.
Ella es pobre para los estándares de los kenianos de clase media, a menudo vive al día, baila a cambio de dinero en efectivo en un club nocturno y lucha para que su hija pueda ir a la escuela. Pero su determinación de alimentar y educar a su hija coexiste con una desnuda ambición de hacerse rica y famosa a través del modelaje y la música.
“Necesito ser una estrella”, dice, citando no solo a Vera Sidika sino también a Beyoncé. ¿Está impulsada más por la vanidad o la pobreza, la aspiración o la desesperación? Las líneas son borrosas.
Tanto Grace como Jane han alcanzado la mayoría de edad en la última década, bombardeadas desde la infancia con imágenes de estatus femenino basadas en el atractivo sexual. Pero según Crystal Simeoni, experta en género y política económica, la sociedad de Kenia fomenta este tipo de relaciones también de otras maneras.
Si las mujeres están ahora más dispuestas a sacar provecho financiero de su juventud y belleza, dice, se debe en parte a las enormes desigualdades económicas, la falta de movilidad social y la corrupción generalizada en Kenia.
“La forma en que se construyen las cosas en este país hace que sea mucho más difícil para una persona joven llegar a fin de mes”, argumenta. El trabajo duro no los llevará a ninguna parte. “Tienen que conseguir un patrocinador, robar un banco o ganar una licitación”.
Michael Soi, un conocido artista cuyas pinturas satirizan la cultura del sexo transaccional de Kenia, adopta una postura similar pero más cínica, atribuyendo el fenómeno más a la pereza y la mentalidad de hacerse rico rápidamente que a la injusticia estructural.
Los días de levantarse temprano y trabajar de la mañana a la noche han quedado atrás, dice: “En este momento, el culo es el nuevo cerebro, y esto es lo que usas para obtener lo que quieres”.
George Paul Meiu, que estudia las relaciones transaccionales entre los hombres de la tribu Samburu de Kenia y las mujeres europeas mayores, ha descrito cómo su juventud y buena apariencia se han convertido en productos valiosos en los balnearios de playa de Kenia.
Gracias a un conjunto de mitos sobre las “proezas sexuales tribales” y los estereotipos sobre los “guerreros africanos”, los samburu y otros parecidos a ellos son particularmente atractivos para las “mujeres de azúcar” (sugar mummies) locales y extranjeras.
Algunos pueblos samburu, dice, afirman que no han podido defenderse de las incursiones ganaderas de tribus vecinas porque muchos jóvenes han emigrado a la costa para convertirse en chicos de la playa.
“Un chico de la playa es alguien que se levanta por la mañana, fuma un porro, se acuesta debajo de un cocotero esperando a una mujer blanca vestida de bikini que pasa por la playa y corre tras ellos”, dice el artista Michael Soi.
Pero como la mayoría de los que dependen de estas relaciones son mujeres, ellas han dominado el debate público. Existen preocupaciones sobre la moralidad de su estilo de vida, pero también sobre las consecuencias para su salud.
Kerubo, una joven de 27 años de Kisii en el oeste de Kenia, sostiene que tiene control sobre su relación con su sugar daddy, Alfred. Pero cuando le pregunto sobre sexo seguro, esta ilusión se evapora rápidamente.
Tanto Alfred como su otro patrocinador, James, prefieren no usar condones, dice ella. De hecho, ella ha tenido relaciones sexuales sin protección con múltiples sugar daddies, que luego tienen relaciones sexuales con otras mujeres, así como con sus esposas, exponiendo a todas estas parejas al riesgo de enfermedades de transmisión sexual.
La doctora Joyce Wamoyi, del Instituto Nacional de Investigación Médica de Tanzania, dice que las niñas y mujeres jóvenes de entre 15 y 24 años han padecido sistemáticamente un mayor riesgo de infección por VIH que cualquier otro grupo de población del África subsahariana.
Estas relaciones, dice, están contribuyendo a estos riesgos porque las mujeres que participan en ellas no tienen el poder de insistir en el uso de condones. “Con el trabajo sexual, los hombres son más propensos a usar condones porque es más explícito que esto, es vender y comprar”.
Una mirada a los tabloides de Kenia también sugiere que las mujeres corren el riesgo de ser víctimas de la violencia por parte de sus patrocinadores.
No es difícil encontrar titulares como “Apuñalada por un hombre que ha estado financiando su educación universitaria” o “Hermosa chica de 22 años asesinada por su ‘sugar Daddy”. Todos estos artículos describen, a veces con detalle gráfico, “relaciones azucaradas” que acabaron en asesinato.
Nadie sabe realmente cuántas relaciones de este tipo terminan en abuso sexual o daño físico. Académicos y organizaciones de Kenia han realizado amplios estudios sobre violencia doméstica y los riesgos a los que se enfrentan las trabajadoras sexuales. Pero en el tema del sexo transaccional no hay investigación, solo las anécdotas espeluznantes de los tabloides.
Entre las feministas de Kenia, el aumento de la cultura del patrocinio ha causado un intenso debate.
¿La ruptura de viejos tabúes alrededor del sexo representa una forma de empoderamiento femenino? ¿O es la cultura del patrocinador simplemente otra forma en la que el cuerpo femenino puede ser subastado para el placer de los hombres?
“Ha habido un creciente aumento del movimiento de mujeres en África y una creciente conciencia feminista”, dice Oyunga Pala, columnista de Nairobi. “A las mujeres que fueron vilipendiadas por ser sexualmente activas se les ha otorgado la licencia de serlo. Hay menos humillación que antes”.
Pero si bien algunas feministas argumentan que cualquier elección que hace una mujer es intrínsecamente feminista, porque fue hecha por una mujer, otros cuestionan qué tan libre es realmente la opción de entrar en una relación patrocinada.
Mildred Ngesa, embajadora del grupo activista global Female Wave of Change, cree que después de décadas en las que las mujeres han luchado por el derecho al voto, a poseer tierras o a ir a la escuela, la “opción” de participar en estas relaciones está impregnada de contradicciones.
“Si decimos que tiene derecho a ser una prostituta, la enviaremos de vuelta a las fauces del patriarcado“, asegura.
Pero, ¿es prostitución o algo diferente de una manera sutil pero importante?
Jane, la estudiante, hace una distinción, argumentando que “en estas relaciones, las cosas se hacen según tus condiciones”, y la doctora Kirsten Stoebenau, una científica social que ha investigado el sexo transaccional en Kenia, está de acuerdo en que esto es significativo.
“Solo se convierte en trabajo sexual cuando la mujer que participa en estas relaciones describe a sus parejas sexuales como clientes, cuando se describe a sí misma como involucrada en la economía sexual y cuando el encuentro y el intercambio son prenegociados, explícitos, generalmente remunerados de inmediato y muchas veces desprovistos de cualquier conexión emocional”, dice.
Grace, la aspirante a cantante que lucha por poner comida en la mesa, tiene una perspectiva ligeramente diferente: para ella, las similitudes con el trabajo sexual son más evidentes.
“Prefiero tener un patrocinador que estar de pie en la calle”, dice. “Porque tienes a esa única persona que te está apoyando… no necesitas dormir con tantos hombres”.
El artista Michael Soi señala que Kenia sigue siendo en la superficie una sociedad religiosa con costumbres sexuales tradicionales, pero solo en la superficie.
Aquellos que deploran el sexo antes del matrimonio y la infidelidad en el matrimonio raramente practican lo que predican, argumenta, y la condena de las relaciones “azucaradas” está manchada por la misma hipocresía.
“Estamos constantemente bombardeados con ética moral y con lo que la religión permite y no permite. Pero es todo fingido“, dice. “Solo estamos enterrando nuestras cabezas en la arena y haciendo como si estas cosas no sucedieran”.
Para muchos jóvenes kenianos, los valores propugnados en las familias, las escuelas y las iglesias simplemente no se alinean con las realidades económicas del país, o no pueden competir con las tentaciones materiales que, en la era de la telerrealidad, la televisión y las redes sociales, son visibles en todas partes.
Incluso dentro de la familia, la mayoría de las chicas de Kenia son bombardeadas desde muy temprana edad con que deben casarse con un hombre rico, no con uno pobre.
Se da por sentado en estas conversaciones que los hombres proporcionarán el dinero para la sobrevivencia de las mujeres. Entonces, para algunos, es solo un pequeño paso para visualizar la misma transacción fuera del matrimonio.
“¿Qué pasa con el sexo de todos modos?” pregunta Jane. “La gente simplemente hace que suene mal. Pero a veces, no está mal en absoluto”.
Algunos nombres han sido cambiados.
*Nyasha Kadandara es una periodista y cineasta de Zimbabue que trabaja mayoritariamente en África subsahariana.