Una madre que perdió a su hijo, personas que quedaron con sus viviendas destruidas o una labradora rescatista: historias y voces un año después del terremoto de 7,1 grados en México.
A un año del sismo que sacudió al centro de México dejando 369 muertos y miles de damnificados, estos son los relatos de cómo la vida, en medio del luto, ha seguido para aquellos que perdieron su hogar o a sus seres queridos.
Miriam Rodríguez Guise, de 37 años, es madre de José Eduardo, que este lunes cumpliría 8 años. Es una de las víctimas del colegio privado Rébsamen, que se desplomó por irregularidades en su construcción matando a 19 niños y siete adultos.
Un año después, Miriam, madre soltera y sin más hijos, busca trabajo en medio del luto. Cerró una farmacia que montó justo cuando nació su hijo para dedicarle tiempo. Siempre estaba con ella.
“La gente conocía a mi hijo, siente feo (pena por ella) y dejaron de ir”, lamenta.
También sigue con la demanda que padres de los niños fallecidos interpusieron contra la propietaria del colegio, prófuga de la justicia, quien sobre los salones de clase construyó un departamento con permisos irregulares el cual, según expertos, fue determinante en el derrumbe.
Con tratamiento psicológico, Miriam se ha desprendido de objetos del pequeño. “Fue duro porque es como si te desprendieras de él emocionalmente”. Conserva cosas queridas, juguetes, fotos, videos.
En lo emocional, se resiste a una nueva relación. “Me lo he planteado en algún momento. Pero no ha sido fácil porque a ninguna persona le gustará estar con una persona que sufre”.
“¿Tener más hijos? No, siento que cumplí mi misión como madre, todo mi ser fue para él. No creo que a ningún niño, a una nueva alma, le gustaría ver a su mamá así como estoy”, dice.
La tragedia ensombrece además las fiestas familiares: Miriam cumplió años el sábado y José Eduardo los celebraría este lunes. “Era mi compañero de pastel (torta), soplaba conmigo las velas”.
Frida fue la heroína entre los rescatistas. Su imagen adorna numerosos muros de la capital.
Con lentes protectores y botitas azules, la labrador se metía entre escombros para con sus ladridos alertar si hallaba víctimas.
Con nueve años, su pelabre encanece. Un militar se tira al suelo y le grita “¡Frida, buscame”. Va alegre en una demostración en un campo de la Marina Armada. Pero después jadea, se echa, descansa.
“Su rostro se ve a lo mejor como de un perrito fastidiado, hasta cierto punto cansado, de nueve años, que se considera ya adulto para las labores de terreno”, relata su entrenador, Israel Arau Salinas.
Frida está cerca de la jubilación, ya no sería exigida en caso de desastre.
En el último año ha pisado estudios de televisión, estadios para recibir homenajes y sigue siendo protagonista de notas periodísticas.
Junto a Frida trabajaron los pastores belga Eco y Evil. Arau Salinas atribuye la gran ternura que Frida despertó a que es labrador, por naturaleza noble.
“Con el pastor belga -raza ahora seleccionada por la Marina- la gente tarda más en tener confianza”, reconoce.
Frida ha localizado a 53 personas en su carrera, 12 de ellas con vida.
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