Todos conocen esas escenas: los pequeños gritan, por ejemplo, “bang, bang”, mientras empuñan armas de plástico o sencillamente un pedacito de madera. Y quien haya sido “alcanzado”, deberá hacerse el muerto o la muerta.
Para los niños, esto suele ser muy divertido, porque sienten que todo el mundo está atento sus órdenes. Los adultos, en cambio, ponen cara de circunstancia, porque no les causan gracia estos juegos. Pero, realmente, ¿podría abrirse a través de ellos la puerta para que los pequeños que juegan así se conviertan en adolescentes violentos?
Si se formula esta pregunta a psicólogos infantiles o asesores pedagógicos, estos inmediatamente brindan tranquilidad. Porque jugar a disparar no resulta peligroso en sí mismo, en tanto que se practique con pistolas de plástico u otros juguetes.
“Los niños compensan en el juego lo vivido y lo que les preocupa”, manifiesta la partera Kerstin Lüking, madre de siete hijos.
La psicóloga Anikka Rötters, en tanto, con la que Lüking trabaja en la página web mutterkutter.de, también sabe que los adultos suelen reaccionar en primer lugar con preocupación.
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Por eso, se encarga de aclarar que, “en contraposición a los adultos, los niños no están en condiciones de pensar por completo las consecuencias hipotéticas”. Y añade que no desean realmente que alguien muera.
El juego de disparar puede servir para diversos “fines”. El más extremo de estos casos es cuando un niño tuvo una experiencia traumática, que desea procesar a través del juego. “Pero tal vez solo tenga un tío que participa activamente en el club de tiro o una madre que trabaja para la Policía”, dice Rötters.
Bettina Meisel, presidenta de la Asociación de Psicoterapeutas de Niños y Adolescentes en Alemania, afirma: “Para los niños, el juego tiene a menudo un carácter ‘como si'”. Para ello, los niños asumen en el juego un rol o una capacidad con la que no cuentan en la realidad. O imitan algo de la realidad, de modo de procesarlo.
Sin embargo, existe una forma del juego en la que la preocupación de los padres se encuentra justificada: “Y esto es cuando el niño se muestra lleno de odio al desarrollar el juego”. Entonces los padres deberían aguzar el oído y fijarse de dónde procede ese odio. El componente de alegría y diversión señala la especialista, no debería pasar a un segundo plano.
Entonces, ¿los padres no deberían prohibir en absoluto el juego de disparar con palos o pistolas de plástico? “Los niños suelen buscar una salida o una alternativa cuando se les prohíbe hacer lo que les gusta”, dice Meisel.
Rötters manifiesta una opinión similar: “Mientras que las armas formen parte de este mundo y de esta realidad, y los niños se vean confrontados a ellas en los libros, los cuentos, los radioteatros o audiolibros y las películas, no creo que sea aconsejable declarar una prohibición general de jugar a disparar”. Por supuesto, indica, la prohibición de manejar armas reales es algo diferente.
Lo que puede tener sentido, afirma la experta, es restringir temporal y geográficamente este tipo de juegos. Por ejemplo: “En el living no se juega con pistolas de agua”. Eso puede convertirse en regla familiar, añade.
Y Lücking apunta: “Según mi experiencia, jamás es razonable prohibir algo a los niños solamente porque no es apropiado y corresponde a un determinado cliché. Lo digo siempre: ¡hablar ayuda!”.
Esto implica también escuchar a los niños, tomarlos en serio y dejarlos manifestarse con sus propias palabras: “Dejarlos hacer y tener confianza en ellos es lo mejor que se puede hacer como madre o como padre”, apunta.
Esto no implica que haya que aceptar todo: “Pero la atracción por el juguete mal visto solo se desvanece cuando a los pequeños simplemente se les permite probarlo”.
A los padres que experimentan un problema con este tipo de juego, Meisel les recomienda que lo lleven a la esfera real. Así puede decirse, por ejemplo: “Si me matas a tiros, entonces estaré muerta y no puedo hacerte la cena”.
Anikka Rötters aporta todavía otra forma de verlo: “Para el desarrollo de la capacidad de empatía podemos argumentar que es importante que los niños repliquen en el juego también situaciones de poder desigual, y que ellos mismos ocupen en el juego todos los roles posibles”.
Dentro de la familia, las relaciones de poder pueden dejarse deliberadamente sin efecto, por ejemplo, cuando cada miembro recibe una pistola de agua y todos juegan a una batalla en este húmedo medio.
Kerstin Lüking recomienda establecer reglas claras al jugar, por ejemplo, con las pistolas de agua. Entre ellas, no apuntar a los ojos. Además, quien diga que no participa, tampoco deber resultar mojado en la contienda. Y si alguien no se atiene a las reglas, las pistolas de agua serán inmediatamente guardadas.