Entre actuar moderadamente para no asustar a quienes se mueven tímidamente entre bambalinas para reconocerlos, y aterrorizar sin pudor para dejar claro a los afganos quién manda ahora, los talibán sin duda están eligiendo la dos.
En la ciudad de Herat, hasta hace poco una de las urbes más liberales de Afganistán, los verdugos no encontraron mejor cadalso que dos excavadoras. De las palas pendieron este martes, enfrente a una multitud, los cuerpos de tres presuntos asaltantes que, según con vicedelegado del gobierno Mawlawi Shir Ahmad Muhajir, habían tratado de entrar en la propiedad de un individuo, en el distrito de Obe, pero no pudieron consumar el hecho. Esta sí que fue justicia express.
La lección fue, de hecho, más para los curiosos que para los supuestos asaltantes, quienes no lograron conocer su condena, puesto que cuando fueron colgados ya estaban muertos.
Los había abatido el propietario de la finca, en una nueva muestra de cómo, rápidamente, Afganistán se está convirtiendo en el salvaje oeste, con la única diferencia, si acaso, es que ahí el cuatrero es la autoridad.