No escatima en decir que es una de las personas que más ha sido mencionada en Prensa Libre durante las últimas cinco décadas.
Es 2021 y convocarla para una entrevista es algo más difícil de lo que probablemente era al inicio de su carrera.
Desde hace varios años no acostumbra salir mucho de su casa debido a quebrantos de salud que atraviesa. Actualmente, el descanso es vital para esta pintora, creadora y galerista que nació en 1944.
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Luego de contactarla y de lograr un diálogo, es poco probable pensar que una entrevista de su vida pueda parecerle algo novedoso a ella.
No obstante, el motivo detrás de este encuentro con Klüssmann tiene que ver con un hito que solo ella pudo lograr en los últimos 50 años: el de convertirse en la galerista con más trayectoria que ha visto el circuito urbano de las artes en Guatemala.
El mérito se lo debe a una incesante pasión por la creación artística, así como al trabajo de divulgación con el que dio vida al espacio y galería El Túnel, que fundó en 1971, y que terminó por convertirse en eje central para la vida cultural del país en aquella época. A
llí se presentaron las obras gestadas en los primeros días que surcaban los “grandes maestros” de la plástica nacional como Efraín Recinos, Rodolfo Abularach, Roberto González Goyri, Elmar Rojas y muchos más.
Se trataba de un novedoso evento artístico sincronizado a una época en la que eran frecuentes las actividades de arte en galerías de la ciudad, y de las cuales muchas dejaron de funcionar. Entre ellas, El Túnel resistió al igual que lo hizo Ingrid, su creadora.
El pulso por estar cerca del arte tomó forma como una resistencia desde que Klüssmann era niña. Llegada su juventud vio la posibilidad y desde ahí no se detuvo.
Ese compromiso le ha valido a la galerista reconocimientos por parte de instancias como el Ministerio de Cultura y Deportes —que le confirió la Orden Carlos Mérida—, la Hemeroteca Nacional o la Fundación G&T Continental, desde donde se le otorgó la Orden del Arrayán.
Más allá de sus hazañas en El Túnel, donde se han realizado más de 700 exposiciones, Ingrid también es recordada por un propio imaginario artístico que ha establecido con pinturas situadas en el movimiento impresionista y expresionista.
También se le recuerda por trabajar con objetos como maniquíes, plumas, lentejuelas, cascos y muchos soportes más con los que elaboró piezas que se han visto en Guatemala, Estados Unidos, España, Puerto Rico, El Salvador y Costa Rica.
La historia personal de Ingrid también guarda vinculaciones con episodios que moldearon su trayectoria en las artes, como una ocasión en que después de un accidente aparatoso recibió el apoyo de varios artistas para ser operada fuera del país, o cuando nació Pedro, su hijo, y quien a la fecha coordina El Túnel.
Como una huella que sigue vigente y que difícilmente se borrará de la historia del arte nacional, Ingrid Klüssmann recapitula en esta conversación su historia como galerista detrás de El Túnel, también objeta acerca del mercado artístico nacional, alude a la complejidad detrás del arte contemporáneo y sin poder evitarlo, deja ver su incesante pasión como divulgadora de arte.
Se podría decir que toda su vida ha estado vinculada a las artes. ¿Qué piensa cuando mira hacia atrás?
Desde que era pequeña sabía que este era el propósito de mi vida. No todos los niños tienen un motivo desde que nacen. Yo sí sabía, pero mi mamá tenía otros planes para mí.
Fui de la primera promoción del Colegio Alemán, y cuando salí entré a la Escuela Nacional de Artes Plásticas (Enap). Era una maravilla. Ahí estaban Manolo Gallardo, Dagoberto Vásquez, Roberto Cabrera, Rolando Ixquiac Xicará, Wilfreda López… Todos nos llevábamos muy bien. Pero solo estuve dos años porque mi mamá dijo que no quería una hija pintora. Dijo que era oficio de haraganes.
Me había metido a estudiar un secretariado bilingüe, pero yo solo llegaba a molestar porque no me gustaba. Luego de eso me dijo que tenía que sacar una carrera. Estudié Psicología en la Universidad Rafael Landívar. Me gocé los primeros años porque eran estudios culturales. Luego recibí literatura y otros cursos que me interesaban porque se relacionaban a temas como las raíces griegas y latinas.
¿En paralelo seguía pintando?
Sí, pintaba en el estudio de don Miguel Ángel Ríos. Solo iba una vez a la semana.
¿Qué recuerda de las primeras veces que empezó a involucrarse con las actividades artísticas?
A los 22 años ya había expuesto en la Enap, cuando Mario Alvarado Rubio era director. Luego comenzaron las actividades de lo que llegaría a ser El Tunel. Las acciones se hacían en la sede de la Facultad de Humanidades de la Universidad Rafael Landívar en la 10a. calle de la zona 1. Allí había un espacio para que se presentaran obras de estudiantes.
El padre Antonio Gallo que era uno de los directores me había dicho que el lugar estaba disponible y que podía ser una galería. Me invitó a dirigirla. Acepté porque así podía hacer algo que fuera mi sueño y también podía liberarme de mi mamá. La galería se abrió el 5 de julio y a finales de octubre me iba a Inglaterra a estudiar inglés, pero estaba segura de que quería regresar. Sabía que iba a poder manejar la galería.
Cuando regresé, el padre Atucha que estaba encargado de la iglesia de San Ignacio de Loyola me dijo que había un local en la 16 calle de la zona 1. Me preguntó si me animaba a darle clases a niños de escasos recursos en el espacio y también hacer exposiciones.
Accedí y llamé al arquitecto Jorge Montes quien me ayudó a mejorar el espacio que estaba casi cayéndose. Esa fue la segunda sede de El Túnel. La más reciente fue en Plaza Obelisco en la zona 10, que pasó a ser coordinada por mi hijo, Pedro, en 2001.
¿Cómo se percibía la creación artística en el país durante las primeras épocas de El Túnel?
Era otra cosa. Había mucha atención por los paisajes, la gente era muy colorista. Ahora es muy raro que una persona pida un paisaje.
¿Le hicieron entrevistas desde los primeros años de El Túnel?
Me hicieron cantidades. Una vez los dueños de Prensa Libre me contaron que yo era de las personas que más habían salido publicadas, incluso más que los presidentes. Antes se cubrían mucho los eventos artísticos. Había más atención al arte en todos los medios. Entonces sí, hubo muchas entrevistas.
Una de las anécdotas recordadas de su historia fue el aparatoso accidente que tuvo en agosto de 1974...
El martes 13 de agosto de 1974 tuve un accidente de tráfico con mi hermana y Álvaro Aycinena, después de una fiesta a la que fuimos en la Embajada de Brasil. Luego de la reunión, Álvaro nos llevaba a la casa y antes de llegar, se durmió y nos fuimos a estrellar contra un carro antiguo.
Álvaro resultó con una herida en la frente, mi hermana en la oreja, pero a mí me faltaba parte del labio, el ojo se había lastimado y la oreja me iba colgando. Yo había dado contra un vidrio que estuvo a punto de cortarme la aorta.
Recuerdo que los artistas lloraban al verme. Estaba destruida. Pasé 15 días en el hospital Herrera Llerandi. Manolo Gallardo había hecho una obra de Santa Lucía y la dio como ofrenda en una iglesia para que yo no perdiera el ojo.
Pero la naturaleza es tan sabia que, a la hora del golpe, surgió una catarata traumática en el ojo, lo que provocó que no se vaciara. Pero aquí en Guatemala no podían quitarla. Para hacerlo tenía que ir a operarme a Houston y para ayudarme a pagarla, varios artistas hicieron una subasta. Fueron muy lindos.
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¿Era muy unido el gremio del arte?
Totalmente. En cuanto a la ayuda que me dieron después del accidente, todos colaboraron. Había sido una tragedia y todos llegaron a verme.
¿Puso en riesgo su carrera aquel accidente?
Debido al impacto que tuve sobre el rostro, ya no pude realizar tantos movimientos con el lado izquierdo. Por eso ya no manejo.
Aun así, seguí yendo a pintar al campo. El accidente era algo que debía superar. Tuve que seguir.
A los dos meses del accidente ya estaba haciendo una exposición. Fue de mi gran amigo Efraín Recinos, a quien quería mucho, aunque en realidad he querido a todos los artistas con los que trabajé en la galería. Por eso El Túnel también ha sido un motivo de vida. No ha habido una exposición que no me haya dado felicidad.
En aquel entonces, cuando El Túnel empezaba acaparar atención, ¿cómo buscaba a los artistas que exponían?
Siempre fui a todas las exposiciones de la Enap, del cerro del Carmen y del Palacio Nacional de la Cultura. Iba a buscar talentos y ayudaba a los artistas aunque no tuvieran dinero.
Me dedicaba a eso. Uno se va haciendo de un instinto para reconocer buenos artistas. Yo crecí sabiéndolo porque en la casa de mi mamá había cuadros de Humberto Garabito, Miguel Ángel Ríos y Tono Tejeda.
De niña me quedaba viendo por horas una pintura de Garabito que mostraba un camino a la Antigua. Era enorme, como el tamaño que siempre usaba en sus cuadros. Siempre me pareció difícil cómo lograba esos cielos. Eso me inspiró mucho.
Cuando buscaba las obras para El Túnel, buscaba calidad. Yo era artista, no mercantilista. Pasa que hay galeristas a quienes solo les ha interesado vender. A mí me mueve presentar cosas buenas.
¿Y cuáles considera que son los elementos que comprenden una buena calidad en las obras?
Buen color, buena pincelada, buena espátula, buenos temas…
¿Qué opinión le merece el arte contemporáneo?
¡Me fascina! Que no crea la gente que es fácil hacerlo porque se vale mucho de la imaginación. Creo que es algo que tenía que evolucionar, como en otras épocas. Es lógico, no íbamos a seguir haciendo la Venus de Milo.
Pero para ser un buen contemporáneo se debe ser académico. Es algo que debe tener la base del dibujo, de la anatomía, de las técnicas… Si no, ese cuadro u obra no va a tener calidad.
También tiene que ver con la síntesis, porque en los materiales hay una libertad total ahora. Hay quienes hacen solo manchas. Debe haber un perfeccionismo, pero no creo que sea fácil.
¿Considera que hay artistas mujeres que la historia de Guatemala no ha rescatado o destacado?
No creo. Ese es un tema que abordan mucho desde el feminismo, pero creo que en mi tiempo no vi mucho esas expresiones. No tuve una cercanía con el feminismo.
Hacer arte desde el feminismo deja ver un posicionamiento político. ¿Qué opina?
Yo sí me considero apolítica. Creo que el arte que me gusta no tiene que ver con lo político. Solo con sentimientos, con el corazón.
A este punto de su carrera, ¿qué cree que es el arte?
¿Qué sería de nosotros si no existiera? El arte es un sentir. Sin él no habría vida. Es algo que motiva y ayuda.
Como galerista, ¿considera que las creaciones deben ser validadas por galerías o instituciones para ser entendidas como ‘arte’?
Creo que el arte se valida solo si tiene la calidad. Es algo que el espectador puede decir cuando entra a una exposición y se da cuenta de lo que le gusta o lo que no. También el arte es validado por lo que genera en las personas. Los humanos tenemos sentimientos.
Desde una observación podemos saber cómo nos llega la obra. Quizá habrá muchas personas a quienes no les gustará, pero pienso en Instagram, donde incluso ahora se pueden conocer muchos trabajos buenos.
Es artista y galerista. ¿En qué dinámica se ha sentido más cómoda?
Después de tanto luchar, diría que como galerista. No tuve tanto tiempo de pintar, porque hacía de todo en El Túnel. Comenzaba una exposición y tenía que atenderla. Luego, me quedaban pocos días libres porque luego venía otra. Hacía a mano las invitaciones, tenía que hacer los boletines y también iba a comprar las bebidas. Estaba comprometida.
Cincuenta años después de inaugurada la galería, ¿cuál es el recuerdo que más la ha marcado de ese precedente?
Es difícil. Lo más hermoso que me ha pasado en este tiempo es el nacimiento de mi hijo. Fue algo tan bello como lograr una buena obra.
De hecho, es él quien coordina la galería ahora… Él creció en eso e iba a las subastas de Juannio.
A usted se le ha visto como una artista experimental. ¿Trabaja en algún tema referido a ello actualmente?
Ahora es cuando tengo el tiempo de trabajar más el tema. Tengo muchas ideas, pero las estoy llevando a cabo. Tal vez use algunos pedazos de lámina o de madera que hay en mi casa.
La materialidad de los objetos ha estado presente en su obra. ¿Cuáles son algunos materiales que siguen llamando su atención?
Se me ocurre de todo: las lentejuelas y aspectos lúdicos como el brillo, el tornasol, las plumas, flores secas, semillas, rollos de papel, cabello… También me fascina vestir maniquíes porque es como darles vida, ya sea con pintura o con otros materiales.
¿Cree que el artista debe comprometerse con un estilo durante toda su carrera?
¡No! Tiene que evolucionar. Tiene que probarlo todo. Algunos no lo hicieron y se quedaron en lo mismo. Mientras haya imaginación, las cosas van cambiando.
¿Cree que se jubila un artista?
Nunca. Eso de la inspiración no existe. Cuando uno se mete a hacer arte no hay un final, solo se sigue y se sigue…