Economía
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“Una guerra por los talentos jóvenes”: las naciones ricas se disputan a los trabajadores migrantes
El covid mantuvo a muchas personas encerradas en casa. Ahora, varios países desarrollados, que enfrentan el envejecimiento de sus fuerzas laborales y la escasez de trabajadores, se apresuran a reclutar, capacitar e integrar a los extranjeros.
Inmigrantes participan en una clase de albañilería en Bildungskreis Handwerk, un centro de capacitación regional en Dortmund, Alemania. Después de que la pandemia detuvo la migración, Alemania y otros países que enfrentan una fuerza laboral envejecida y escasez de trabajadores ahora están compitiendo para reclutar, capacitar e integrar a los extranjeros. (Foto Prensa Libre: Laetitia Vancon / The New York Times)
A medida que la economía global se reinicia e intenta poner la pandemia a un lado, ha comenzado una batalla mundial por los jóvenes y los capacitados. Con visas rápidas y promesas de residencia permanente, muchas de las naciones ricas que impulsan la economía mundial están enviando un mensaje a los inmigrantes calificados de todo el mundo: les ofrecemos empleo. Ahora.
En Alemania, donde las autoridades advirtieron recientemente que el país necesita 400.000 nuevos inmigrantes al año para cubrir puestos de trabajo en campos que van desde el académico hasta la industria de los aires acondicionados, una nueva Ley de Inmigración ofrece visas de trabajo aceleradas y seis meses para visitar y encontrar un trabajo.
Canadá planea dar la residencia a 1,2 millones de nuevos inmigrantes para 2023. Israel ha cerrado recientemente un acuerdo para traer trabajadores de la salud desde Nepal. Y en Australia, donde las minas, los hospitales y los bares están escasos de mano de obra tras casi dos años con la frontera cerrada, el gobierno pretende duplicar aproximadamente el número de inmigrantes que permite entrar en el país durante el próximo año.
La campaña mundial para atraer a extranjeros con habilidades, especialmente los que se encuentran entre el trabajo físico y el doctorado en física, pretende suavizar la accidentada recuperación de la pandemia.
Un desequilibrio demográfico
Los trastornos por el covid han hecho que muchas personas se jubilen, renuncien o simplemente no vuelvan al trabajo. Pero sus efectos son más profundos. Al mantener a tanta gente sin salir de su casa, la pandemia ha hecho más evidente el desequilibrio demográfico de la humanidad: las naciones ricas que envejecen rápidamente producen muy pocos trabajadores nuevos, mientras que los países con un excedente de jóvenes a menudo carecen de trabajo para todos.
Los nuevos enfoques frente a ese desajuste podrían influir en el debate mundial sobre la inmigración. Los gobiernos europeos siguen divididos sobre cómo gestionar las nuevas oleadas de solicitantes de asilo. En Estados Unidos, la política de inmigración sigue estancada en su mayor parte, centrándose en la frontera con México, donde las detenciones de inmigrantes han alcanzado un récord. Sin embargo, muchos países desarrollados están creando programas más generosos, eficientes y sofisticados para acoger a los extranjeros y ayudarlos a convertirse en una parte permanente de sus sociedades.
“El covid es un acelerador del cambio”, dijo Jean-Christophe Dumont, jefe de investigación sobre migración internacional de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). “Los países han tenido que darse cuenta de la importancia de la migración y los inmigrantes”.
La pandemia ha originado varios cambios importantes en la movilidad mundial. Frenó la migración laboral. Creó más competencia para los “nómadas digitales”, ya que más de 30 países, entre ellos Barbados, Croacia y Emiratos Árabes Unidos, crearon programas para atraer a trabajadores tecnológicos móviles. Y condujo a una flexibilización general de las normas de trabajo para los extranjeros que ya se habían mudado.
Muchos países, como Bélgica, Finlandia y Grecia, concedieron derechos de trabajo a los extranjeros que habían llegado con visas de estudiante u otros. Algunos países, como Nueva Zelanda, también ampliaron las visas temporales de trabajo de forma indefinida, mientras que Alemania, con su nueva Ley de Inmigración, aceleró el proceso de reconocimiento de los títulos profesionales extranjeros. En Japón, un país que envejece rápidamente y que tradicionalmente se ha resistido a la inmigración, el gobierno permitió a los trabajadores temporales cambiar de empleador y mantener su estatus.
Estas medidas —enumeradas en un nuevo informe de la OCDE sobre las perspectivas de la migración mundial— constituyeron las primeras advertencias de la desesperación del mercado laboral. Las preocupaciones humanitarias parecían combinarse con la incertidumbre administrativa: ¿cómo se aplicarían las normas de inmigración durante una epidemia única en el siglo? ¿Cómo sobrevivirían las empresas y los empleados?
“En toda la OCDE veías que los países trataban a la población inmigrante del mismo modo que al resto de la población”, dijo Dumont.
Sin suficientes trabajadores
Cuando llegó el momento de la reapertura, parecía que a la gente le importaba menos que se redujeran los niveles de inmigración, como demostró una encuesta realizada en Gran Bretaña a principios de este año. Entonces llegó la escasez de mano de obra. Carniceros, conductores, mecánicos, enfermeros y personal de restaurante: en todo el mundo desarrollado no parecía haber suficientes trabajadores.
En Gran Bretaña, donde el Brexit ha dificultado el acceso a los inmigrantes procedentes de Europa, una encuesta realizada en junio a 5700 empresas reveló que el 70 por ciento había tenido problemas para contratar nuevos empleados. En Australia, las empresas mineras han recortado sus previsiones de beneficios debido a la falta de trabajadores, y solo en el sector de la hostelería hay unas 100.000 vacantes. En las noches de mayor afluencia, los lavaplatos de un restaurante de lujo de Sídney ganan 65 dólares la hora.
En Estados Unidos, donde los baby boomers abandonaron el mercado laboral a un ritmo récord el año pasado, los pedidos para reorientar la política de inmigración hacia la economía son cada vez más fuertes. La Cámara de Comercio de Estados Unidos ha instado a los responsables políticos a revisar el sistema de inmigración para permitir más visas de trabajo y tarjetas de residente permanente (green cards).
El presidente Joe Biden intenta primero desatascar lo que ya existe. El proyecto de ley de política social de 2,2 billones de dólares del gobierno, si se aprueba en un Senado dividido, liberaría cientos de miles de tarjetas de residente permanente que datan de 1992, poniéndolas a disposición de los inmigrantes actualmente atrapados en un retraso burocrático.
Muchos otros países van más allá. Israel, por ejemplo, ha ampliado sus acuerdos bilaterales para trabajadores de la salud. Inbal Mashash, director del programa del gobierno israelí para la gestión de la mano de obra extranjera, señaló que en la actualidad hay 56.000 inmigrantes, en su mayoría procedentes de Asia, trabajando en el sector de cuidados de enfermería del país. Y eso puede no ser suficiente.
“El Estado sigue preguntándose hacia dónde quiere llevar esto”, dijo. “¿Queremos 100.000 trabajadores extranjeros, solo en el sector de los cuidados de enfermería, para 2035?”.
¿Reducción de barreras?
En las economías avanzadas, las medidas migratorias que se están desplegando incluyen la reducción de las barreras de entrada para los inmigrantes calificados, la digitalización de las visas para reducir el papeleo, el aumento de los requisitos salariales para reducir la explotación y la supresión de los salarios, y la promesa de una ruta hacia el estatus permanente para los trabajadores más demandados.
Los nómadas digitales en Portugal pueden quedarse todo el tiempo que quieran. Canadá, que experimentó su quinto año consecutivo de descenso de nacimientos en 2020, ha suavizado los requisitos lingüísticos para la residencia y ha abierto 20.000 plazas para los trabajadores de la salud que quieran convertirse en residentes de pleno derecho. Nueva Zelanda anunció recientemente que concedería visas permanentes, en una oferta única, a hasta 165.000 titulares de visas temporales.
Uno de los cambios más bruscos puede darse en Japón, donde una bomba de relojería demográfica ha hecho que los pañales para adultos se vendan más que los pañales para bebés. Tras ofrecer hace dos años vías de residencia a los trabajadores de atención geriátrica, agricultura y construcción, un funcionario japonés dijo la semana pasada que el gobierno también estudiaba la posibilidad de permitir que otros trabajadores con visas de cinco años se quedaran indefinidamente y trajeran a sus familias.
“Es una guerra por los talentos jóvenes”, dijo Parag Khanna, autor de un nuevo libro titulado Move, quien ha asesorado a los gobiernos en materia de política de inmigración. “Hay una escalera mucho más clara y una codificación de los niveles de residencia a medida que los países se toman en serio la necesidad de tener una demografía equilibrada y satisfacer la escasez de mano de obra”.
La fuga de cerebros
Para los países de los que suelen proceder los inmigrantes, la mayor apertura a la migración calificada plantea el riesgo de una fuga de cerebros, pero también ofrece una válvula de escape para los jóvenes y frustrados.
Países como Alemania están deseosos de acogerlos: su cacareado sistema de formación profesional, con estrictas certificaciones y formación en el trabajo, está cada vez más falto de personal.
“Durante la crisis del coronavirus, el sistema colapsó”, afirma Holger Bonin, director de investigación del Instituto de Economía Laboral IZA de Bonn. “Hemos visto el número más bajo de contratos de aprendizaje desde la unificación alemana”.
Los jóvenes alemanes prefieren cada vez más ir a la universidad, y la mano de obra del país está disminuyendo. Según un estudio publicado por el Instituto Económico Alemán, Alemania perderá cinco millones de trabajadores en los próximos 15 años: 3,2 millones para 2030.
Los inmigrantes se han convertido en un recurso provisional. Hace tres años vivían en Alemania alrededor de 1,8 millones de personas de origen refugiado. Y con el tiempo, el país ha intentado mejorar la forma de integrar tanto a los solicitantes de asilo como a los extranjeros con visas de trabajo.
Una mañana reciente, en Bildungskreis Handwerk, un centro de formación regional en Dortmund, cerca de la frontera con los Países Bajos, un centenar de aprendices recorrían los pasillos con suelo de linóleo de un edificio de cinco plantas situado en una tranquila zona residencial. En las aulas y espacios de trabajo, aprendían a ser peluqueros profesionales, electricistas, carpinteros, soldadores, pintores, mecánicos de planta, operadores de máquinas de corte e ingenieros de mantenimiento.
Los costos de los programas de 24 a 28 meses son cubiertos por la oficina de empleo del gobierno local, que también paga los gastos de apartamento y manutención. Para entrar, los candidatos deben hacer primero un curso de integración y otro de idiomas, también pagados por el gobierno alemán.
Se buscan desesperadamente trabajadores formados
“En este momento, no importa cuál de nuestros departamentos gradúe a nuestros aprendices: se buscan desesperadamente trabajadores formados en casi cualquier ámbito”, afirma Martin Rostowski, subdirector del centro.
Serghei Liseniuc, de 40 años, que llegó a Alemania desde Moldavia en 2015, ha empezado a formarse como mecánico de planta, lo que pronto le reportará un trabajo estable y un mayor salario. “Somos un poco como los médicos”, dice. “Los médicos ayudan a las personas y nosotros a los edificios”.
Pero a pesar de las ganancias para algunos trabajadores y algunos lugares, los economistas y demógrafos sostienen que las brechas del mercado laboral persistirán y se ampliarán, ya que la pandemia revela lo mucho que hay que hacer para gestionar un desequilibrio mundial no solo en la población, sino también en el desarrollo.
Hay una pregunta que quizás corre como una corriente de agua fría justo debajo de la nueva y cálida bienvenida: ¿Qué pasa si no hay suficientes trabajadores calificados que quieran mudarse?
“Escuchamos lo mismo en todas partes”, dijo Dumont, investigador de la OCDE. “Si se quiere atraer a nuevos trabajadores, hay que ofrecerles condiciones atractivas”.
Vjosa Isai y Gabby Sobelman colaboraron con la reportería.
c. 2021 The New York Times Company