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Video: Cómo Alta Verapaz se convirtió en el epicentro del hambre en Guatemala

Este año han muerto 51 niños por desnutrición aguda, la cifra supera la del 2020 y se ensaña en Alta Verapaz.

Elvira Chuc observa la cuna de su hijo, que murió de desnutrición aguda a los ocho meses de nacido en Panzós, Alta Verapaz. (Foto Prensa Libre: Érick Ávila)

Elvira Chuc observa la cuna de su hijo, que murió de desnutrición aguda a los ocho meses de nacido en Panzós, Alta Verapaz. (Foto Prensa Libre: Érick Ávila)

El calendario marcaba 8 de julio del 2021 y el reloj, las 7 de la noche. El día y la hora en que Adán dejó de respirar en una fría camilla del centro de salud de Telemán, aldea situada a orillas del río Polochic, en Panzós, Alta Verapaz.

El niño, de 8 meses, llegó deshidratado y con fiebre. La ficha epidemiológica indica que llevaba 10 días con diarrea y su peso era de 5.9 kilos —13 libras—. El diagnóstico: desnutrición aguda moderada.

Su debilitado cuerpo no dio para más y perdió la batalla contra el peor de los flagelos que aquejan a la niñez guatemalteca y que es causado por el hambre, la enfermedad, la pobreza y el olvido del Estado y de la sociedad.

“Mamaba bien, pero al rato lo vomitaba; así estuvo todo el día”, relata Amanda Reyes, la madre del pequeño, al recordar el momento en que lo vio morir.

Reyes no habla español, solo q’eqchi’, el idioma que predomina en Telemán. “El bebé dejó de vomitar, se puso helado… tieso. ¡Ya no aguantaba!”, cuenta la joven de 19 años. La voz le tiembla, no lo puede evitar, pues desde hace cuatro meses ya no escucha las risas de su bebé y no podrá verlo dar sus primeros pasos.

La familia Reyes vive en la lotificación Chivich, a unos 15 minutos en vehículo del centro de salud de la aldea. Las casas que se encuentran a la orilla de la carretera tienen más acceso al lugar, pero conforme se alejan los caminos son de terracería. Salir de allí a pie es un suplicio, sobre todo si se lleva un niño en brazos, enfermo y en temporada de lluvia.

Reyes y su esposo no tenían dinero para pagar el transporte y llevar al pequeño Adán al centro de salud, por lo que pidieron prestado a los vecinos, sin éxito. La angustia de ver a su hijo empeorar se acrecentaba conforme pasaban las horas. Por fin lograron vender dos tareas de mazorcas de maíz, que era su reserva de alimentos para comer algunos días.

Con esos pocos quetzales lograron llevar al niño al servicio. Era de noche y el pequeño iba con vida, según el reporte del centro de salud. Sin embargo, el esfuerzo del personal sanitario fue en vano y el corazón del bebé se apagó.

“Lo que lo mató fueron los vómitos”, comenta la madre, con la mirada clavada en el piso de tierra del cuarto del cual salió corriendo aquella noche de julio para que su hijo recibiera atención médica.

Elvira aún no supera la muerte de su pequeño hijo, que por la falta de dinero no logró llevarlo a tiempo al centro de salud para que lo asistieran por un cuadro grave de desnutrición. (Foto Prensa Libre: Érick Ávila)

A la mano de Dios

La niñez en Panzós, como en el resto de Alta Verapaz, no solo lidia con el hambre y la enfermedad, el difícil acceso a los servicios de salud es otro factor que limita la detección de casos de desnutrición aguda en áreas rurales.

Los puestos y centros de salud están retirados de las comunidades, por lo que para llevar a los niños a control regular los padres tienen que viajar largas distancias por caminos de terracería a pie, y cuando consiguen dinero pagan transporte, pero eso significa sacrificar el poco dinero que tienen destinado para alimentos.

Al llegar a los servicios de salud la desigualdad es evidente. Los edificios están en malas condiciones: son viejos, oscuros, hay escaso mobiliario y los sanitarios están deteriorados y no cuentan con agua.

A esas carencias se suma la falta de insumos. No siempre está disponible el alimento terapéutico (ATLU) diseñado para la recuperación de niños con bajo peso y que forma parte del protocolo del Ministerio de Salud para tratar la desnutrición aguda. También hay desabastecimiento de Vitamina A.

“Cuando no contamos con ese alimento se interrumpe el tratamiento del niño, y eso afecta. Hay bebés que tienen un estado moderado, pero cuando no tenemos ese alimento pasan a severo”, explica Enrique, enfermero profesional del centro de salud de Panzós.

El recurso humano también es limitado, trabajan en más de 20 programas y actualmente deben lidiar con el coronavirus —detección de casos y vacunación—.

“Se están descuidando otros programas por concentrarse en el covid-19. Somos muy pocos y no nos damos abasto para atender a la población”, refiere Esteban Chamán, enfermero que se dedica a rastrear a niños con desnutrición en 28 comunidades. Como parte de su tarea, monitorea el peso y la talla de unos 300 menores al mes.

Ambos indican que esta realidad les parece frustrante, sobre todo ver a niños morir a causa de la desnutrición aguda, por la pobreza, por no tener un plato de comida que los nutra, por no recibir atención oportuna.

“Esos niños no debieron morir, debieron salvarse”, señala el enfermero, quien reconoce que la labor del personal de salud por rescatar a esos niños de la muerte se ve limitada.
Fernanda Patzán, nutricionista del centro de salud de Telemán, dice que sabían del caso de Adán desde meses atrás. Cuenta que el niño estaba en tratamiento por desnutrición aguda, pero pocas veces lo llevaron sus padres a control.

El bebé tenía distención abdominal —abdomen hinchado— y sus padres optaron por recurrir a una comadrona, pues en la comunidad son un consuelo para los pobladores en momentos de enfermedad. Ellas conocen su idioma y sus costumbres. Ella le practicó un “lavado de estómago”, lo que le trajo alivio aparente.

De nuevo, en el centro de salud, le dieron alimento complementario para que recuperara el peso y los nutrientes perdidos por los constantes cuadros de diarrea.

Durante las visitas del personal salubrista para monitorear la evolución de Adán, se anotó en la ficha de control que su dieta eran café y galletas saladas. “La alimentación que el bebé recibía no era de calidad”, enfatiza Patzán.

Llegó al centro de salud deshidratado y con fiebre. “Tenía posibilidades, pero tristemente sus fuerzas ya no dieron para continuar con vida”, recuerda la nutricionista.

Doce horas después de que Adán falleció, le practicaron un hisopado para descartar que su deceso se haya debido al covid-19. El resultado dio negativo.

“Si lo hubiéramos llevado a tiempo se hubiera salvado”, lamenta Reyes, quien después de la muerte del niño cayó en depresión, igual que su esposo. Pasaron varios días en cama. El dolor de perder a su primer hijo los inmovilizó.

La atención médica estatal en las áreas rurales de Alta Verapaz es limitada y deficiente, pero debe bastar para atender a la población más necesitada. (Foto Prensa Libre: Érick Ávila)

Desigualdad desde la cuna

Entre paredes formadas con varas de caña, techo de lámina, piso de tierra y el olor a leña que emana del fogón, colocado a unos metros de la cama, vino al mundo Adán, con la ayuda de una comadrona, pero las condiciones de pobreza, la inseguridad alimentaria y el difícil acceso a los servicios de salud marcaron sus escasos días de vida.

Un costal cerca de la cama guarda muñecos de peluche, frazadas y ropita del bebé. La pequeña butaca de madera en que lo sentaban permanece amarrada en uno de los tablones del cuarto de la familia Reyes. Los objetos son preciados para la madre, pues le hacen sentir cerca y no olvidar a su niño.

El dolor que ella siente también invade a otras madres en Panzós, a quienes la desnutrición aguda les arrebató a sus hijos. Es el municipio con más decesos de niños menores de 5 años por esa causa este año, de acuerdo con el registro del Sistema de Información Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional de Guatemala (Siinsan).

Al 20 de noviembre se reportan cuatro muertes, pero el subregistro es una sombra tras la cual se ocultan más casos. La pandemia del covid-19 dificulta efectuar un monitoreo exhaustivo de los menores que no son llevados a los servicios de salud, quienes fallecen en sus hogares y el sistema no se entera.

Del 2017 a la fecha, el 17% de las muertes registradas en Alta Verapaz ocurrieron en este municipio.

La falta de alimentos en calidad y cantidad, aunada al escaso cuidado y la aparición de infecciones, puede llevar a que un niño desarrolle desnutrición aguda severa, el estadio más cercano a la muerte.

Otilia Choc lo sabe. No se alimentó bien durante su tercer embarazo porque su hogar es uno de los golpeados por la inseguridad alimentaria. Dio a luz a una niña con un peso muy por debajo de lo normal, y así continuó. La leche materna no le sustentaba.

Durante el monitoreo de peso y talla en el centro de salud se le detectó la desnutrición y le dieron tratamiento para que ganara unos gramos, pero no lo logró. La escena se repitió varias veces.

Entre los pobladores está arraigada la creencia del awás, que está asociado a los antojos no cumplidos de la madre durante el embarazo o a una emoción que la mujer lleva al tener contacto con un enfermo. A esa razón atribuia Otilia que su hija no mejorara y esa también era la explicación a los desmayos de la pequeña.

En busca de una solución llevaron a la bebé con el pastor local para que orara por ella. Nada se logró.

La niña murió a los cuatro meses y dos días de edad, en febrero de este año. Su caso figura entre los menores de 5 años detectados con desnutrición aguda en Panzós.

La madre trata de consolarse y volcarse en cuidados hacia los otros dos hijos que tiene. No es fácil, la pobreza amenaza la condición nutricional de estos otros niños. Su esposo trabaja como jornalero y con dificultad reúne algún dinero para comprar frijol, arroz y, a veces, huevos.

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