LA BUENA NOTICIA

La alegría

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En la Iglesia católica, desde muy antiguo, la Navidad ha estado precedida de un tiempo de preparación llamado adviento. El nombre deriva de la palabra latina “adventus”, que originalmente designaba la visita del emperador romano a una ciudad. Los cristianos la adoptaron para designar la segunda venida de Jesucristo, el soberano ante quien todos rendiremos cuentas de conciencia, incluidos los gobernantes poderosos de este mundo. La lógica va poco más o menos así: nos preparamos espiritualmente para conmemorar la primera venida del Hijo de Dios, cuando nació pobre y humilde para morir en la cruz, alistándonos para su segunda venida, cuando nos visite en gloria y majestad para completar la salvación ya iniciada por él.

Lamentablemente ya es habitual que la Navidad comercial se apodere del ambiente social desde septiembre. Hasta en las iglesias, el adviento parece disolverse en festejos, representaciones y decoraciones navideñas adelantadas. La hermosa espiritualidad del adviento está reducida ahora a la liturgia oficial. La de mañana se caracteriza porque los textos elegidos para lecturas y oraciones son una convocatoria a la alegría.

' La felicidad en Dios es la meta a la que tiende nuestro deseo más profundo.

Mario Alberto Molina

La frase que desde antiguo ha caracterizado este domingo es la invitación que hace san Pablo en la carta a los filipenses: “Alégrense siempre en el Señor; se lo repito: ¡alégrense! Que la benevolencia de ustedes sea conocida por todos. El Señor está cerca”. El deseo más profundo del corazón humano tiende a la alegría, al gozo, a la felicidad. Vivimos en medio de penurias, dificultades y adversidades. Quisiéramos que no hubiera daño, que no hubiera sufrimiento, que no hubiera muerte. Deseamos la plenitud y el gozo. ¿Es legítimo desear ser felices? ¿Quiere Dios que el gozo llene nuestro corazón? La Biblia nos enseña que Dios no nos ha creado para el sufrimiento y el dolor, aunque muchas veces eso sea lo que con más frecuencia encontramos en el curso de nuestra vida. Dios quiere nuestra felicidad. Por eso también envió a su Hijo al mundo, para abrir la vía a la felicidad eterna para la que hemos sido creados.

La búsqueda de la felicidad es el propósito que guía nuestras acciones. Una de las tentaciones fuertes, particularmente en estas fechas, es la de creer que la felicidad se alcanza adquiriendo bienes. La promoción comercial nos presenta siempre a personas jubilosas porque ya consiguieron tal aparato, alcanzaron tal propiedad o consumieron tal producto. Hay quien busca la alegría en la distracción y la diversión. Otros creen que la alegría se encuentra en la evasión de una borrachera o en la alucinación de una dosis de estupefacientes. Vamos mejor encaminados cuando la felicidad tiene que ver con el logro de una meta académica o profesional o cuando encontramos a la persona con la que queremos compartir el resto de la vida y nos casamos con ella.

Pero ¿en qué consiste la alegría que viene de Dios? Es el sentimiento que nos embarga cuando nos sabemos amados por Dios. El gozo y la alegría nos colman cuando sabemos que Dios nos ha perdonado, que estamos en paz con él, que nuestra vida tiene sentido porque estamos encaminados hacia Él. La felicidad en Dios es la meta a la que tiende nuestro deseo más profundo. La alegría en Dios comienza ahora y se abre y se consolida en la eternidad. Es la alegría que la cercanía de Dios nos produce, ya que entonces Él nos consuela y sostiene en los momentos de adversidad; nos cura en nuestro dolor; nos perdona en nuestro pecado; nos alienta en nuestras fatigas; nos colma con su felicidad. La alegría espiritual es el contenido de la convicción cristiana de que Dios está siempre cerca y estará también al final como plenitud de nuestra vida.

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