AL GRANO
Sitios de clase mundial
Durante el último mes y medio tuve ocasión de visitar tres de los sitios turísticos principales de Guatemala. Se dio la coincidencia de que una de las personas que venía en el grupo, pero no la misma, compartió con los demás algo parecido al comentario siguiente: “Esto podría ser un sitio turístico de clase mundial”.
' Los mismos lagos, playas o sitios arqueológicos, con seguridad, orden y sin abusos serían de clase mundial.
Eduardo Mayora Alvarado
Se referían, en los tres casos, al contraste tan notorio entre la belleza natural y cultural del lugar y su buen clima con las condiciones deplorables de las carreteras y caminos de acceso; el desorden urbano; la polución física, visual y auditiva y la falta de seguridad.
Llegar a cada uno de estos lugares de belleza extraordinaria fue un ejercicio de paciencia y de destreza al volante. En uno de los tres trayectos, más de la mitad de la carretera estaba prácticamente destruida. En los otros dos hay tramos largos en mal estado. En las tres rutas se atraviesa por pueblos o ciudades que han convertido la carretera en su “Sexta Avenida”; los vehículos pesados o de transporte colectivo, cuando hay más de un carril, van en el que les da la gana; los tuc-tuc y los microbuses que se mezclan con el tráfico de la carretera, pero obstruyendo el tráfico en busca de pasajeros; la basura y la profusión de vallas publicitarias convierten un trayecto que pudiera ser un paseo turístico en sí mismo en algo desagradable. A la vera de la carretera se instalan talleres mecánicos, vendedores de frutas y bebidas y, en ciertos entronques (como El Rancho o Los Encuentros), parte de la carretera misma se ha convertido en plaza comercial.
Ya en los sitios turísticos, al acercarse uno a la población, si no es un servicio religioso con los altavoces a todo meter es una tienda de electrodomésticos la que inunda el ambiente con música estridente. Un enjambre de microbuses, tuc-tuc y taxis paran a recoger o a bajar pasajeros donde les plazca. Las estrechas aceras se bloquean por los comerciantes con maniquís, bancos u otros enseres y de los bares y discotecas el “bum, bum…” ensordecedor de la fiesta dura hasta la madrugada.
Claro está, el problema no es de falta de leyes que regulen todas esas cosas, sino que las autoridades responsables de aplicarlas perciben que su caudal político se vería afectado si las hicieran valer. Perciben que la población prefiere el nivel de anarquía que se produce al permitir toda clase de abusos de los espacios y ambientes públicos en lugar de su alternativa; es decir, una coexistencia en orden y en la que el respeto mutuo es la paz. Eso es un error lamentable.
El hecho es que en muchos sitios turísticos del mundo que, objetivamente, no son tan bellos como los visitados y otros de Guatemala, los turistas —incluso algunos guatemaltecos— pagan más dinero por los hoteles en que se hospedan, los restaurantes en que comen, los tours que toman, las mercancías que adquieren y los medios de transporte que utilizan. El nivel de ingresos de los habitantes de esos lugares es más alto, tienen acceso a mejores condiciones de vida y, en general, con menor esfuerzo.
Dicho de otra forma, el mismo lago, río, playa, ciudad histórica o sitio arqueológico se venden a mucho mayor precio si se ofrecen con todo y un paquete de seguridad, orden y limpieza; sin polución de todo tipo y accesibles por carreteras y caminos razonables. Eso depende, principalmente, de que las autoridades responsables hagan valer las leyes que regulan los derechos de vía, el ordenamiento territorial y urbano, la protección del medio ambiente (incluyendo el visual y el auditivo) y la seguridad vial y civil. Muchos de los sitios turísticos de Guatemala, con un paquete así, serían de clase mundial.