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Opinión: Xi, Putin, Trump y las locuras de los autócratas

El desempeño de Putin en Ucrania es un anuncio a voces de lo peligroso que es tener un presidente vitalicio, que además cree que es indispensable e infalible.

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Los últimos cinco años han sido una clase maestra de política comparada, porque se han conjuntado circunstancias que nunca antes habíamos visto al mismo tiempo: los tres líderes más poderosos del mundo —Vladimir Putin, Xi Jinping y Donald Trump— tomaron medidas drásticas con la intención de aferrarse al poder más tiempo del correspondiente a su mandato. Uno de ellos fracasó. Dos lo consiguieron. Precisamente ahí está el meollo del asunto, que dice mucho de la situación actual del mundo.

Trump fracasó por una sencilla razón: las instituciones, leyes y normas estadounidenses lo obligaron a ceder el poder al concluir sus cuatro años de mandato (no sin dificultad), a pesar de todo lo que hizo para desacreditar los resultados electorales y alborotar a sus partidarios con el objetivo de intimidar a los legisladores y lograr que anularan su derrota en las urnas.

A Putin y Xi les ha ido mejor… hasta ahora. Sin la presión de instituciones y normas democráticas, instalaron nuevas leyes para convertirse, de hecho, en presidentes vitalicios.

Debemos compadecer a sus países.

Nadie niega que las democracias tienen sus problemas, pero con todo y esos problemas, tienen algo que les falta a las autocracias: la capacidad de cambiar el curso, por lo regular con un cambio de liderazgo, y la capacidad de examinar y debatir en público otras ideas antes de ir de lleno en una dirección. Estos atributos son especialmente valiosos en una época de cambios climáticos y tecnológicos acelerados, en la que es poco probable que una persona de casi 70 años (como es el caso de Putin y Xi) tome decisiones cada vez mejores, cada vez más por su cuenta, mientras envejece cada vez más.

Sin embargo, Putin torció el brazo de su Duma en 2020 para que, en esencia, eliminara los límites de su mandato, de tal forma que pudiera postularse a la presidencia de nuevo en 2024 y así tener la posibilidad de permanecer en el poder hasta 2036. Por su parte, en 2018, Xi indujo a sus legisladores a reformar la Constitución de China y abolir por completo los límites del mandato presidencial, para poder permanecer oficialmente en el poder para siempre (si resulta reelecto presidente en la sesión del Congreso Popular Nacional en 2023, lo cual podemos asumir que sucederá).

Deng Xiaoping impuso un límite de dos mandatos consecutivos a la presidencia de China en 1982 por una razón: para evitar el surgimiento de otro Mao Zedong, cuyo liderazgo autocrático y culto a la personalidad se combinaron para que China se estancara en la pobreza, el aislamiento y, en general, en un caos mortífero. Xi logró superar esa barricada. Se considera indispensable e infalible.

No obstante, como todos podemos constatar, el desempeño de Putin en Ucrania es un anuncio a voces de lo peligroso que es tener un presidente vitalicio, que además cree que es indispensable e infalible.

Ucrania es la guerra de Putin, y todos sus cálculos fueron equivocados: sobrestimó la fortaleza de sus propias fuerzas armadas, subestimó la voluntad de los ucranianos para pelear y morir en defensa de su libertad y malinterpretó por completo la disposición de Occidente, tanto de los gobiernos como de las empresas, para unirse en apoyo a Ucrania. O Putin recibió información absurda de unos asesores temerosos de decirle la verdad, o se sentía tan seguro de su infalibilidad que nunca cuestionó sus planes ni preparó a su gobierno ni a su sociedad para una situación que su propio portavoz ha descrito como una guerra económica “sin precedentes” mediante sanciones de Occidente. Lo único que sabemos con seguridad es que prohibió cualquier crítica de los medios y les ha hecho prácticamente imposible a los rusos castigarlo en las urnas por su locura bárbara.

China es un lugar más serio, que ha logrado sacar a alrededor de 800 millones de chinos de la pobreza extrema desde finales de la década de 1970. Además, Xi es más serio que Putin. De cualquier manera, ya se manifiestan los peligros de la autocracia. Xi se mostró renuente a conducir una investigación seria sobre el surgimiento del coronavirus, cuyo origen probable fue Wuhan, o, por lo menos, compartir sus hallazgos con el mundo (al parecer, por temor a que hacerlo afecte la imagen de su liderazgo). Ha aplicado una estrategia basada en cierres de actividades y vacunas de fabricación nacional que, al parecer, son menos efectivas que otras contra la variante ómicron, lo que tiene bajo grave presión a su economía.

Por si fuera poco, la apuesta de Xi por una alianza con Rusia, bajo el mando de Putin, ha fracasado con gran rapidez. Cuando estos dos líderes se reunieron el 4 de febrero en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos en China, difundieron un comunicado en el que declaraban que la amistad entre sus “dos países no tiene límites; no hay áreas ‘prohibidas’ de cooperación”.

El hecho de que, al parecer, Putin interpretó esa amistad sin límites como permiso para proceder con la invasión de Ucrania sin duda ha dejado a Xi desconcertado y estático. China es un importador importante de petróleo, maíz y trigo de Rusia y Ucrania, por lo que la invasión rusa ha impulsado al alza sus costos por estos productos y otros alimentos de importación, además de que ha contribuido a impulsar a la baja el mercado bursátil de China (aunque se está recuperando). También ha obligado a China a mostrarse indiferente respecto al violento ataque de Rusia contra Ucrania, y ha generado tensión en las relaciones de Pekín con la Unión Europea, el mayor socio comercial de China.

Me pregunto cuántos funcionarios en Pekín ahora están farfullando: “Si esto es lo que pasa cuando tienes un presidente vitalicio…”.

Me consuela el hecho de que uno de los clichés más trillados en política exterior ha quedado expuesto como la necedad que es: los líderes de China y Rusia son muy entendidos y siempre juegan el juego de las naciones como todos unos grandes maestros de ajedrez, mientras que esos bobos estadounidenses, con su enfoque lento, laborioso y centrado en los temas esenciales en sus relaciones con el mundo, solo saben jugar a las damas.

En realidad, me da la impresión de que Putin no ha estado jugando ajedrez, sino ruleta rusa, y no solo ya se le acabó la suerte, sino que le ha hecho un boquete a la economía rusa justo en el centro. En cuanto a Xi, parece estar paralizado, incapaz de decidir a qué jugar, pues de corazón quiere oponerse a Occidente, pero la cabeza le dice que no puede darse ese lujo. Así que China mantiene una posición neutral frente a los mayores crímenes de guerra perpetrados en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

Entre tanto, el adormilado Joe se ha quedado en la esquina jugando Legos: ha ido añadiendo metódicamente una por una sus piezas, un aliado tras otro, unidos por valores compartidos y amenazas, hasta construir una fuerte coalición para manejar esta crisis.

En síntesis, al menos por ahora, las desorganizadas democracias, con sus rotaciones regulares de poder, les llevan la ventaja a los presidentes vitalicios, que necesitan ahogar todas las fuentes de disidencia más que nunca.

Para que la oleada autoritaria se revierta con sostenibilidad, se necesitan dos grandes acontecimientos. El primero, que fracase el violento ataque de Putin a Ucrania. Una posible consecuencia es que pierda poder. Claro que una Rusia sin Putin podría no ser mejor que la actual o incluso peor. Pero si mejora, todo el mundo será mejor con un líder ruso decente en el kremlin.

El segundo elemento es todavía más importante: que Estados Unidos demuestre que no solo es bueno para forjar alianzas en el exterior, sino que también puede construir coaliciones positivas en casa; que es capaz de tener un buen gobierno, crecimiento, transferencias de poder sin oposición y una unión más perfecta. Nuestra capacidad de hacerlo en el pasado nos ganó el aprecio del mundo y un gran interés por emularnos. Así éramos… y podemos ser de nuevo.

Si es así, entonces mi letra favorita del musical “Hamilton” será de lo más pertinente. Es cuando George Washington le explica a Alexander Hamilton por qué ha decidido retirarse voluntariamente de la contienda en vez de postularse para un tercer mandato:

Washington: “Si lo hacemos bien, / Vamos a enseñarles cómo decir adiós, / Tú y yo——”

Hamilton: “Señor Presidente, van a decir que es débil”.

Washington: “No, verán que somos fuertes”.