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Alfredo Ceibal: El artista guatemalteco que transforma la geografía y el paisaje en sueños
En este diálogo, Ceibal dibuja una ruta hacia el pasado para contar su historia y el origen de sus creaciones pictóricas que fueron conocidas por primera vez hace varias décadas en Nueva York.
Alfredo Ceibal ha realizado gran parte de su obra tanto en Guatemala como Nueva York. (Foto Prensa Libre: Cortesía Alfredo Ceibal)
Luego de sus casi siete décadas, en las que ha trabajado cerca de 30 años en una obra artística dentro de Centroamérica y Nueva York, Alfredo Ceibal asegura no interesarse tanto por el tiempo que ha transitado.
Infiere que su edad es lo de menos cuando se le quiere ubicar dentro de la llamada historia del arte. “Nací en el 54 pero casi nunca lo destaco porque es algo que categoriza dentro del arte. Por ejemplo, si tenés cierta edad, sos tal cosa… A mí me gusta más la atemporalidad”, dice, mientras en sus manos sostiene un folleto de la exposición que presentó en el 2002 en la galería New York Generous Miracles y que llevó por nombre Oasis: The rivers of Alfredo Ceibal.
El colorido folleto muestra pinturas en las que plasmó ríos de Guatemala como el Motagua, el Usumasinta o el Magdalena. Alfredo cuenta que la serie fue mostrada en una época “decaída y deprimida” en la Gran Manzana.
Tan solo un año antes habían ocurrido los atentados del 11-S y su exposición en la Generous Miracles mostraba un acercamiento a varias geografías pictóricas plenas de matices verdes, azules y marrones.
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Pero más allá de mostrar un imaginario hidríco en lo que se suponía que era Guatemala, la serie trataba de poner sobre el diálogo artístico una narrativa del deterioro natural donde los ríos se secaban y de ellos permanecían ciertos resquicios de naturaleza en forma de pequeños oasis.
Durante su carrera, Ceibal ha perseguido una temática alrededor de las topografías existentes y el tiempo en soportes como pinturas, dibujos e instalaciones donde aparecen universos y personajes que desde topografías utópicas confluyen en la vitalidad, la finitud y lo melancólico.
Ceibal reconoce cierta nostalgia en sus obras y mucho tiene que ver con las escenas naturales que veía durante sus primeros años de infancia y juventud en Guatemala. Parte de esa lejanía lo siguió hasta Estados Unidos, donde empezó a vivir desde mediados de los setenta y durante los ochenta.
“Tenía familiares que por distintas razones migraron allá. A mí me interesaba conocer en general la cultura y me quedé”, cuenta el realizador, quien vivió temporadas en Florida, Boston y Washington, pero fue una atracción por la diversidad idiosincrática encapsulada en Nueva York lo que le obligó a permanecer allí por más de 30 años.
Fue dentro de esa gran jungla de concreto, donde, sin esperarlo ni planificarlo, terminó compartiendo con otros jóvenes alrededor de galerías, activaciones y propuestas que bullían en la creación, ya fuera desde la danza y la música hasta la confección de atuendos o la pintura. Aunque le parecía un ecosistema “adictivo” que no dejaba de sorprenderlo desde sus múltiples expresiones, Alfredo se comprendía más como espectador de las dinámicas y no se nombraba como artista.
“Nunca fui a una escuela de arte. En Guatemala tuve la oportunidad de ir, pero no me gustó. Recuerdo a un profesor que daba clases particulares y solo hablaba. Sucedió algo parecido en Nueva York, donde tuve opción de estudiar en varias de los mejores universidades, pero no lo hice. Hay algunas personas a las que les funciona la escuela, pero yo no soy una de ellas”, dice Alfredo, quien se reconoce como alguien disperso que encontró dificultades en su proceso de aprendizaje desde temprana edad, ya que a diferencia de otros menores, luchaba por retener y manejar toda la información que recibía durante la escuela. Él prefería el mundo.
Comenzó a leer pasados los 10 años. Durante su niñez rondaba en plantaciones de café, campos de frutos, pozas y ríos, sitios donde encontró su pulso por la creación: “Me gustaba buscar cosas en la naturaleza para armar. Hacía piezas con barro y a veces usaba plumas que se les caían a los pájaros. Una vez llegué a encontrar varias abejas muertas, las recogí para colocarlas alrededor de un panal y después le construí unos caminos de tierra. Con los años me di cuenta que esas eran mis primeras instalaciones”.
Con esa misma agilidad solía construir regalos con elementos naturales que entregaba a sus amigos en Nueva York. Por otro lado, gozaba de pintar, danzar y confeccionar atuendos. Toda creación la veía como un pasatiempo, pero su virtud artística generó interés en quienes le rodeaban.
En un punto, durante los ochenta, la vida dio un giro cuando fue invitado a mostrar varias de sus pinturas por primera vez en una exposición colectiva. No hubo vuelta atrás ni se detuvo. Con los años llegó a mostrar sus obras en distintos espacios alternativos y otros tantos más consolidados de Nueva York. Pasados los noventa, retomó su vínculo con Centroamérica, en especial con Guatemala, a donde regresó para seguir trabajando, imaginando y proponiendo sus universos.
En muchas de sus piezas suele destacar la presencia de personas en varios territorios idílicos. La huella humana puede verse, por ejemplo, desde situaciones como la industrialización o el consumo excesivo. ¿Qué opina acerca de estas situaciones?
Los seres humanos venimos a este mundo como consumidores. Cada persona es responsable de lo que va a heredar. Recuerdo cuando iba al Lago de Amatitlán de niño y podía ver los peces de colores y nadar ahí. Había heredado un lago que todavía estaba limpio, pero después llegó a ensuciarse y dejó de ser apto para la vida.
Siento que los seres humanos somos personas muy irresponsables; queremos parecer como seres de orden que protegen derechos universales, pero somos el centro nada más de cómo nos percibimos. Tal vez sí sabemos mucho, pero no ponemos en práctica todo. Basta con ver este mundo en el que cada vez hay más guerras, discordias y contaminación. Pareciera que este consumir y producir excesivo es lo que mejor estamos haciendo a raíz de todos nuestros avances.
¿Es por eso que tiende a repensar el mundo desde otras formas y perspectivas?
Muchas veces surgen del pensamiento detrás de la necesidad por encontrar nuevos mundos habitables, ya que la Tierra va a tener que abandonarse eventualmente por los problemas que hay. Esto lo propuse en la serie Jardines de otros mundos, donde elaboré asteroides con paisajes y formas idílicas que, imagino, podrían habitarse en algún momento.
¿A qué alude el planteamiento por esa nostalgia geográfica?
Estamos en un mundo paradisíaco. Todavía hay muchos recursos que pueden salvarse. Es una ironía, además, que tengamos tanta prisa por salir de aquí con los proyectos que buscan llevar a la población humana a Marte. Suena fantástico vivir en otros mundos lejanos, pero creo que solo algunos podrán lograrlo.
Muchos de lo paisajes en sus obras toman referencia de Guatemala. ¿Cuán presente estuvo esa melancolía por el país cuando vivió tanto tiempo en Nueva York?
Sí, pero venía poco. Hay otro componente en mi historia y es que cuando sucedía el conflicto armado interno no me gustaba regresar mucho a Guatemala. Me hacía sentir muy impotente todo lo que estaba ocurriendo. Era poco lo que podía hacer yo ante semejante poder. Desde mi punto de vista, creo que no todos hubiéramos podido o tuvimos la capacidad mental de reaccionar.
Por mucho tiempo dejé de venir y extrañaba la naturaleza del país. Lo bueno es que con el tiempo quedaron muchas cosas en el paisaje, aunque luego hubo varias situaciones que lo han amenazado como el envenenamiento a ríos o a los campos.
A estas instancias de su camino e historia, ¿cómo definiría eso que llamamos “arte”?
Lo llamamos arte porque queremos encontrarle una palabra. Muchas veces se dice que es una porción de situaciones, objetos o prácticas, pero siento que arte es todo lo que hay y lo que se puede ver. Es lo que siempre ha existido. Nadie de nosotros inventa nada. Solo estamos transformando cosas desde nuestro afán e impulso natural.
Tampoco es algo que se limita a lo que está en un museo, una galería o lo que esté colgado en las paredes. El arte es algo universal que no tiene tiempo y que tampoco se limita a este mundo ni a esta sociedad, ni a los continentes. Es todo.
Partiendo de ese sentido, donde ‘todo’ es arte, en sus obras ha habido una intención por ubicar las formas de vida existentes en sus geografías. ¿Qué importancia tiene el humano?
Siento que los seres humanos somos tal vez el componente más inspirador que pueda existir. Podemos ir desde lo más genuino e incluso hasta lo malévolo. El humano puede ser de todo. Ahí dentro de la mezcla de nuestras experiencias resultan todas las cosas que vemos.