AL GRANO
La Universidad
Los acontecimientos que se han sucedido desde hace unos cinco años en la Universidad de San Carlos, de los cuales la ocupación del campus principal por algunos estudiantes no es más que el último eslabón de una larga cadena, me han movido a compartir algunas reflexiones sobre la idea de universidad.
No hablo de “la universidad” como un ente que tenga existencia propia, sino como una colectividad integrada por múltiples individuos, cada uno de los cuales ha hecho propia desde alguna perspectiva la finalidad para la cual se ha organizado una universidad. Cada uno lo ha hecho tras la prosecución de sus propios intereses que, juzgados por terceras personas, pudieran parecer a algunos altruistas o egoístas, útiles a la comunidad o inútiles, valiosos o despreciables, etcétera.
Ahora bien, una de las aristas del desarrollo histórico de las universidades se relaciona con el ideal de la búsqueda de la verdad. Este es un ideal que ha diferenciado a la Civilización Occidental de otras civilizaciones, si bien es cierto que no siempre se ha promovido –o hasta permitido— por quienes ostentan el poder la búsqueda de la verdad. En cualquier caso, creo que hoy en día nadie sostendría seriamente que una sociedad en la que los ciudadanos no están en libertad de ir tras este ideal pueda considerarse representativa de los valores de la Civilización Occidental.
' No es posible darle a una institución funciones mutuamente incompatibles sin adulterarla.
Eduardo Mayora Alvarado
Otra característica que define a la universidad como se desarrolló en Occidente es que esa búsqueda de la verdad se ha de realizar con arreglo al método científico. La vida universitaria se materializa, fundamentalmente, cuando los miembros de una facultad buscan la verdad siguiendo dicho método. Por consiguiente, desde este punto de vista se hacen evidentes, por lo menos dos puntos, a saber: dentro de esta tradición, sin libertad académica no cabe pensar en una universidad y, en su seno, no hay lugar para los dogmatismos.
Si uno se detiene a reflexionar sobre las reglas constitucionales por las cuales se organiza a la universidad estatal, a la Usac, creo que uno se encuentra con una visión de una universidad diferente de la que he esbozado arriba. Si bien es cierto que se habla de promover la investigación en todas las esferas del saber humano, el foco principal está en “organizar y desarrollar la educación superior del Estado y la educación profesional universitaria estatal”. En pocas palabras, está concebida para formar profesionales.
Pero, más allá de eso, a la universidad se la concibe allí para ocuparse de otros dos órdenes de cosas, a saber: uno, cooperar al estudio y solución de los problemas nacionales y, el menos académico que uno pueda imaginar, participar en el nombramiento o en los procesos de postulación de magistrados, contralores, procuradores, banqueros centrales, directores de entidades estatales, etcétera.
De ese modo, las personas que integran esa comunidad supuestamente académica se ven involucradas en innumerables conflictos de índole más bien política, como en la actualidad, porque sus decisiones inciden de manera significativa en la conformación de muchos de los principales órganos del Estado. Así, la elección de un rector deja de tener relevancia estrictamente universitaria, es decir, para dirigir ese esfuerzo de buscar la verdad por los cauces del método científico, pasando a convertirse en un proceso político que, como se ha visto cada vez con mayor crudeza, en nada difiere de los otros procesos en que las facciones, los partidos y los grupos de interés se enfrentan para conseguir una mayor cuota de poder político. Ese modelo de universidad se destruye a sí mismo.