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¿Cuáles son las verdaderas señales de advertencia de un tiroteo masivo?
Muchos expertos que estudian cómo prevenir los tiroteos masivos se han centrado en los cambios marcados en el comportamiento o la comunicación a otros de los planes de violencia.
Los dolientes se abrazan en un monumento a los muertos en el tiroteo masivo en el Walmart local en El Paso, Texas, el 7 de agosto de 2019. (Foto Prensa Libre: Calla Kessler/The New York Times)
El estudiante de noveno grado que en 2014 entró en la cafetería de un colegio en Marysville, Washington con la Beretta calibre .40 de su padre, no encajaba en ningún perfil de asesino en masa. Era un excelente atleta. Abrazaba sus tradiciones indígenas estadounidenses: usaba un penacho en los eventos tribales y le ofrecía ciervos recién cazados a su abuela. Era popular, hasta el punto de haber sido nombrado el príncipe del baile escolar más reciente.
No tenía antecedentes de enfermedad mental, solo lo que varios compañeros de clase describieron como un mal humor inusual esa semana. Fue solo después de que asesinara a cuatro compañeros e hiriera a otro que comenzaron los diagnósticos informales sobre su estado mental.
Culpar a las enfermedades mentales de los asesinatos en masa es un impulso tradicional, utilizado tanto por las fuerzas policiales como por los políticos. “Las enfermedades mentales y el odio son las que aprietan el gatillo, no el arma”, afirmó el entonces presidente Donald Trump en 2019 en respuesta a los tiroteos masivos en El Paso, Texas y en Dayton, Ohio. Luego de que un adolescente armado matara a 19 niños y dos maestras en la Escuela Primaria Robb en Uvalde, Texas, en mayo, el gobernador Greg Abbott declaró: “Cualquier persona que le dispara a otra tiene un problema de salud mental. Punto”.
Estas explicaciones satisfacen un profundo anhelo de comprender lo incomprensible. Además, apelan al sentido común: ¿cómo podría estar en su sano juicio una persona que mata de forma indiscriminada?
Sin embargo, los asesinos en masa de Estados Unidos no se ajustan a un perfil único y ciertamente a ningún patrón de locura: a muchos, por no decir a la mayoría, nunca se les había diagnosticado algún trastorno psiquiátrico grave. Las verificaciones de antecedentes pueden evitar que alguien con un diagnóstico de enfermedad mental adquiera un arma, pero los psicólogos afirman que existe una gran brecha entre un diagnóstico clínico y el tipo de trastorno emocional que precede a muchos asesinatos en masa.
El verdadero problema, según esos expertos, es que una enfermedad mental no es un medio útil para predecir la violencia. Cerca de la mitad de todos los estadounidenses experimentarán problemas de salud mental en algún momento de sus vidas, y la enorme mayoría de las personas con enfermedades mentales no son asesinas.
“¿Tiene o no tiene un diagnóstico de salud mental?”, preguntó Jillian Peterson, cofundadora del Proyecto Violencia, un centro de investigación que compiló una base de datos de los tiroteos masivos ocurridos desde 1996 en adelante y estudió a los perpetradores a fondo. “En muchos casos, realmente no importa. No es el factor principal”.
En cambio, muchos expertos se han centrado en las señales de advertencia que ocurren con o sin la presencia de una enfermedad mental real, entre las que se incluyen cambios marcados en el comportamiento, la actitud o la apariencia; peleas o discusiones inusuales; y contarles a otros sobre planes violentos, un fenómeno conocido como “filtración”.
Este enfoque está lejos de ser perfecto, puede ser extremadamente difícil detectar las amenazas graves de entre muchas otras que son pasivas, impetuosas o exageradas. Pero la estrategia de las señales de advertencia tiene sus beneficios: puede funcionar incluso cuando el sistema de salud mental no lo hace, y evita la queja de que culpar a las enfermedades mentales de los tiroteos masivos incrementa las actitudes negativas y el estigma hacia quienes las padecen.
Para Dewey Cornell, profesor de educación de la Universidad de Virginia, quien ayuda a capacitar a las escuelas para realizar evaluaciones de conductas de riesgo, un caso emblemático fue el de un estudiante de noveno grado en West Paducah, Kentucky. En 1997, el estudiante llevó armas a la escuela bajo la mentira de que eran para un proyecto de la clase de arte y las utilizó para matar a tres estudiantes y herir a otros cinco.
El perpetrador era esquizofrénico y sufría de alucinaciones graves, pero eso no fue lo que ayudó a Cornell a desarrollar su modelo para prevenir la violencia escolar.
Más bien fue el hecho de que el estado mental del asesino había claramente empeorado con el tiempo, lo que significa que hubo oportunidades para intervenir. El estudiante había sido acosado, había amenazado a sus compañeros y había entregado un ensayo sobre dispararle a un acosador en el colegio.
“Hubo muchísimas señales de advertencia y filtraciones, y ni un solo estudiante intercedió y dijo: ‘Oye, estoy preocupado’”, afirmó Cornell. “Es un caso que uso en todos mis programas de capacitación para mostrar cómo podemos marcar la diferencia”.
Cornell aseguró que el sistema de atención a la salud mental no está condicionado para evitar la violencia masiva, porque las compañías de seguros limitan los padecimientos por los que pagan tratamiento, y las leyes que rigen la hospitalización psiquiátrica, que pueden evitar que las personas adquieran armas, tienen una definición muy limitada de lo que es una enfermedad mental.
“Identificamos a las personas que amenazan con hacerle daño a alguien, pero no cumplen con los criterios para la hospitalización porque no tienen esquizofrenia ni un trastorno bipolar y no expresan una intención inminente de concretar sus amenazas”, afirmó Cornell.
Las leyes de bandera roja buscan eludir algunas de esas limitaciones al permitir la incautación temporal de las armas de una persona si esta muestra señales de peligro, independientemente de la existencia de una enfermedad mental.
El problema de depender de los diagnósticos de salud mental para predecir la violencia armada se ha hecho evidente. El pistolero de Uvalde no tenía antecedentes de enfermedad mental diagnosticada. A un adolescente en Santa Fe, Texas, nunca se le había diagnosticado nada antes de ser acusado de asesinar a 10 compañeros de clase en 2018, aunque en repetidas ocasiones se le ha declarado mentalmente incapacitado para comparecer en un juicio. En más de una ocasión, las personas que han terminado perpetrando masacres habían sido evaluadas y dadas de alta.
En la base de datos de Peterson, más de dos tercios de los perpetradores habían tenido algún antecedente de problemas de salud mental, incluida hospitalización, terapia psicológica, medicación psiquiátrica o un diagnóstico previo. Alrededor del 30 por ciento de los perpetradores tenían algún tipo de psicosis, una categoría de enfermedad mental que implica dificultad para determinar la realidad, y, de ellos, un tercio cometió asesinatos en respuesta directa a delirios o alucinaciones.
Pero en muchos casos, la psicosis no influyó en el crimen o fue solo uno de varios factores motivadores. Por ejemplo, un estudiante universitario creía que los empleados de la institución estaban conspirando contra él y lo tenían vigilado, pero se volvió violento solo después de no poder obtener un rembolso de su matrícula.
Todo esto ha generado cierto escepticismo sobre la asignación de 8500 millones de dólares de la nueva ley federal sobre armas para expandir el sistema de salud mental del país, especialmente cuando la cantidad de asesinos en masa es tan pequeña. “Si lográramos curar las enfermedades mentales graves, la violencia solo se reduciría un cuatro por ciento”, afirmó Jeffrey Swanson, sociólogo de la Universidad Duke.
Swanson afirmó que su investigación ha encontrado que otros factores, como el consumo de drogas y alcohol, están más estrechamente vinculados con la violencia. Además, estudio tras estudio ha demostrado que la disponibilidad de armas tiene una conexión mucho más fuerte con la violencia que los factores psicosociales.
Los perpetradores están motivados por una serie compleja de factores que puede incluir el deseo de fama, la radicalización en internet y el trauma infantil, y los expertos afirman que los medios de intervención deberían ser igual de amplios. Los asesinos en potencia podrían necesitar un mentor, un tratamiento por abuso de sustancias, apoyo cognitivo en el colegio, o incluso ayuda para sus padres como cuidado infantil y transporte. La atención al entorno social, como las campañas contra el acoso y los programas que les enseñan a los estudiantes cómo reconocer y contrarrestar las señales de aislamiento, también podrían evitar la violencia.
Las crisis pueden detonarse o exacerbarse por una enfermedad mental, pero también por la pérdida de un empleo, una ruptura sentimental, un divorcio, un fallecimiento u otros eventos. La madre del pistolero de Parkland había fallecido tres meses antes de que él llevara a cabo su ataque en el colegio, del cual había sido expulsado.
Esto sugiere que la posible violencia puede prevenirse. En una charla de TEDx llamada “Casi fui un asesino en masa en un colegio”, un hombre llamado Aaron Stark contó cómo la simple invitación de un amigo a ver una película lo ayudó a abandonar sus planes. “Cuando alguien te trata como una persona cuando ni siquiera te sientes como un humano, todo tu mundo cambia”, afirmó.
Peterson contó que, en las entrevistas con los perpetradores, “siempre les preguntamos: ‘¿Hay algo que podría haberte detenido?’, y siempre nos dicen que sí”. Peterson agregó: “Creo que uno de ellos dijo que quizá cualquiera pudo haberlo detenido, pero simplemente no hubo nadie que lo hiciera”.