Para el adulto conocer los traumas de la infancia no es cosa fácil. Por un lado, si realmente se desea, reconocerlos dependerá de cuánta atención se presta a uno mismo; por otro lado, puede ser que no interese ni saber, pues bloquear los traumas de la infancia puede ser muy cómodo, aunque los efectos de los mismos influyan indirectamente en la vida.
Si se decide prestar atención, es posible estar pendientes de reacciones emocionales y patrones de conducta que suelen manifestarse en lo cotidiano, en las relaciones interpersonales o con la pareja. Por ejemplo, al darse cuenta de cuán dependientes o complacientes son; o si por el contrario, uno se percata de la dificultad para establecer una conexión afectiva con otros y se evita, o se descubre que se está dentro de una relación hostil.
Se puede también prestar atención en lo académico o laboral, como por ejemplo, en el manejo del estrés y la respuesta a las adversidades del día a día. El miedo a fallar, al fracaso o una exagerada necesidad de aprobación. Mucho dependerá del grado de severidad del trauma infantil.
Muy pocas veces, el solo reconocer los traumas infantiles generará cambios; razón por la cual, el paso responsable a dar sería el inicio de un proceso psicoterapéutico con un psicólogo o psicóloga colegiada, que acompañe profesionalmente en este autodescubrimiento y mejor aún, en la adquisición de herramientas de afrontamiento y resolución por parte de la persona.
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*Docente del Departamento de Psicología de la Facultad de Humanidades, Universidad Rafael Landívar.
¿Qué otra pregunta le gustaría hacerle a un psicólogo? Escriba a buenavida@prensalibre.com.gt y especialistas del departamento de psicología de la Universidad Rafael Landívar responderán sus dudas.