META HUMANOS

Nuestras carreteras se deben transformar

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Las carreteras del país están colapsando. La carretera CA-1, que es la que recorro para ir de Xela a la capital, esta literalmente quebrada, con hoyos cada vez más grandes y derrumbes de todos los tamaños.

La CA-1 conecta a más de 5.4 millones de guatemaltecos entre sí y hacia la capital, enlazando a varios de los departamentos más poblados del país como Huehuetenango, San Marcos, Quiché, Quetzaltenango, Totonicapán y Sololá. A pesar de su importancia para el desarrollo del suroccidente, la CA-1 tiene tramos destruidos y abandonados, en zonas que conectan con poblaciones mayas de la región.

Todos los días, esta ruta es transitada por miles de personas por trabajo, comercio, salud y recreación. Pasan por ella desde lujosos carros de doble tracción hasta motos, tuc-tucs y bicicletas. Van pullman, camionetas y microbuses (con un servicio que necesita mejorar), así como tráileres, paneles y picops, y a veces ambulancias. Pasan también personas a pie, cargando leña o artesanías, y hay niños y niñas a la orilla del camino, saludando para que alguien les regale algo.

Esta, al igual que todas las carreteras y caminos vecinales del país, nos sirven a todos para comunicarnos, promover desarrollo y bienestar. Sin embargo, en el estado que están, son rutas que nos dañan, nos sabotean, nos demoran, nos desconectan y, lo que es peor, nos ponen en peligro de muerte a todos por igual.

A nivel nacional, las carreteras están colapsando. Según informe publicado el domingo pasado por Provial, Covial y Conred a través de Data Export, de todas las carreteras que conectan al país, la única “sin complicaciones” para transitar era la CA-13, hacia Santa Elena, Petén. El Inguat, por su parte, publicó un comunicado oficial indicando que, “debido a la lluvia”, muchos caminos no se encuentran habilitados e identificó alrededor de 30 puntos de precaución por derrumbes, hundimientos y zonas en mal estado.

' Nada cambiará mientras sigamos culpando a la lluvia y, silenciosamente, aceptando lo inaceptable.

Claudia Hernández

La realidad es que el copioso invierno es la “excusa” que nos pone de frente y sin maquillaje la realidad del país: Guatemala se nos quiebra, se nos hunde y se nos derrumba a pedazos, producto de la corrupción y la falta de gestión de riesgos.

Desde los ministerios hasta las municipalidades, vemos gestiones mediocres y corruptas que nos han llevado a donde estamos hoy. En calidad de carreteras, según el último informe global de competitividad del Foro Económico Mundial, Guatemala ocupa el puesto 92 de 138 países, por debajo incluso de Honduras, minando la posibilidad de atraer turismo e inversión. En el tema de gestión de riesgo, tal parece que se nos olvida que Guatemala es uno de los países con mayor riesgo de desastres, ubicado en el puesto 10, según el Reporte Mundial de Riesgo 2020.

A la puerta de las elecciones, los guatemaltecos debemos entender, por fin, que el costo económico, ambiental y humano de la corrupción (y de nuestro silencio) es devastador y nos quita oportunidades de desarrollo a todos. Si bien los impactos los sufren con mayor severidad los más vulnerables, si hoy no detenemos esta inercia, como efecto dominó afectará a todos sin distinción.

Guatemala necesita un nuevo sistema de movilidad funcional, multimodal y resiliente. Si bien el Gobierno tiene un rol protagónico e ineludible para lograrlo, nosotros también. Nada cambiará mientras los guatemaltecos sigamos culpando a la lluvia y, silenciosamente, aceptando lo inaceptable.

Un primer paso hacia adelante es que dejemos de lado el silencio y pidamos a nuestros diputados, gobernadores, alcaldes y ministros, los caminos y carreteras que necesitamos y merecemos. De nosotros también depende pasar del conformismo a la transformación.

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