LA BUENA NOTICIA
El cristiano ante Dios
En esta vida rige la dinámica del esfuerzo y la superación, que con frecuencia se traduce en competencia. La sociedad pide eficiencia. En la escuela se estimula el rendimiento académico y se hacen competencias nacionales para ver quién es el mejor en lectura y matemáticas. Las oportunidades laborales dependen de las destrezas y habilidades que uno logre aplicar en el trabajo. La excelencia laboral es tan importante para la promoción en el escalafón y el salario que se vuelve una competencia entre los compañeros. Esta urgencia por calificar mejor puede llevar a la hipocresía de aparentar lo que no se tiene y tapar con una fachada las deficiencias propias.
' A Dios le debemos la existencia y la vida; nacemos endeudados con Él.
Mario Alberto Molina
Este modo de proceder es tan normal que resulta fácil pensar que nuestra relación con Dios se desarrolla en los mismos términos. Entonces el que quiera estar a buenas con Dios debe esforzarse por cumplir con todas las prácticas de piedad, participar en los actos religiosos y hasta procurar vivir de manera intachable, tratando de cumplir todos los mandamientos, con los escrúpulos de haber faltado en cosas nimias e insignificantes. De ese modo, esa persona se siente segura de poder demostrar ante Dios su propia santidad impecable. Así cree ganarse el favor de Dios. Muchas veces estas personas son “santos insoportables”.
Para corregir ese error, Jesús contó una parábola acerca de dos hombres que llegaron al lugar de oración. Uno de pie declamaba ante Dios sus méritos. Alardeaba de sus virtudes, de sus buenas obras, de su superioridad moral sobre los demás. El otro, de rodillas y compungido, ni se atrevía a levantar la mirada del suelo y reconocía su condición pecadora, su necesidad de recibir el perdón y la misericordia de Dios, lo que implicaba la voluntad de convertirse. Jesús sentencia que este pecador arrepentido fue grato a Dios; en cambio el hombre sin tacha ni pecado, no. Esto parece escandaloso, pero la parábola explica gráficamente la actitud correcta para situarse ante Dios.
La vida cristiana no se rige por la lógica del éxito y del premio al esfuerzo. No es una carrera para alcanzar la santidad a pulso ni es esprint para ganar el ascenso al cielo. No es una competencia para ganar puntos ante Dios. Ante Dios no cuenta tanto lo que tú haces, sino lo que Él hace por ti y en ti. Tus buenas obras son respuesta que tú le das en agradecimiento. No puedes hacer alarde ni presumir de ellas como mérito propio, porque nacen del amor con que Dios te ha amado, del perdón que de Él has recibido, de la salvación que Él te ha otorgado.
La dinámica propia en las cosas de este mundo es el esfuerzo para lograr el éxito en la academia, la empresa y el trabajo. La norma ética que rige esfuerzo por descollar debe ser la honestidad, el reconocimiento de los apoyos y ayudas que hemos recibido, el respeto a los derechos del prójimo y la voluntad de servir. Ante Dios las cosas funcionan de otro modo. La razón básica es que somos sus creaturas y Él es nuestro creador y redentor. A Dios le debemos la existencia y la vida; nacemos endeudados con Él, por lo que toda presunción ante Él es hipocresía. Además, hemos cometido errores, hemos sido negligentes, nos hemos equivocado en nuestras decisiones y hasta hemos hecho lo que está mal. Por lo tanto, estamos necesitados del perdón que rehabilita y que solo Dios puede dar. Finalmente nos enfrentamos a la muerte. Ante ella no hay alarde ni autosuficiencia posible. Solo Dios, por medio de la resurrección de Jesucristo, nos da la victoria sobre ella. Ante Dios corresponde tomar conciencia de cuán profundamente estamos en deuda con Él, y así reconocer nuestra indigencia, nuestra total dependencia y mostrar nuestro agradecimiento.