LA BUENA NOTICIA
El fin del mundo
Hay quienes promueven la adhesión a la fe cristiana con promesas de bienestar y el éxito en la vida. Jesucristo colmaría a sus seguidores de prosperidad. Ese mensaje se ajusta mal a la predicación de Jesús tal como la transmiten los evangelios. Él prometió a sus seguidores persecuciones, rechazos, acosos, burlas, cárceles y a veces muerte violenta. Algunas pocas palabras de Jesús anuncian algún tipo de paz y serenidad en esta vida, pero casi la totalidad de sus promesas de plenitud y felicidad son de naturaleza trascendente: se darán más allá de la muerte y de esta vida.
' Debemos anclar nuestra vida personal en la realidad consistente, que es Dios.
Mario Alberto Molina
Por eso, para estimularnos a poner la mirada en esa meta, Jesús también destaca la caducidad de este mundo. Particularmente inquietantes y temibles son los anuncios relativos al final de la historia humana y del cosmos. La convicción de que todo cuanto existe fue creado por Dios y de que igualmente este mundo colapsará y dará paso a la realidad definitiva es constitutiva de la cosmovisión de la fe cristiana. El cosmos en el que vivimos es caduco, pasajero, transitorio. La realidad permanente, duradera y definitiva es solo Dios. Por eso solo la fe, la unión con Dios y la participación en su divinidad, en la medida en que Él concede esa gracia, da al creyente consistencia de eternidad.
En las enseñanzas de Jesús acerca del fin del mundo, él menciona las señales que permitirán a los discípulos reconocer que ese fin está próximo. Un primer grupo de señales tiene que ver con fenómenos naturales adversos a la vida del hombre: terremotos, epidemias, hambrunas y fenómenos cósmicos; hoy añadimos el calentamiento global. El otro grupo de señales son las catástrofes que producimos nosotros mismos y que causan muerte y destrucción: guerras, agresiones, convulsiones sociales y añadimos contaminación ambiental. Finalmente, el tercer tipo de señales del fin está constituido por la persecución, acoso y agresión contra los discípulos de Jesús que acabarán en comparecencia ante tribunales, cárceles y muerte violenta. Pero resulta que estas “señales del fin” se han dado a lo largo de la historia humana. Por eso esas señales no deben entenderse en categorías cronológicas, como si la proximidad del fin pudiera medirse en días, meses y años. Esas señales deben entenderse en categorías ontológicas, es decir, como señales del carácter caduco, transitorio e inconsistente de la misma creación de Dios. Son como las grietas y fracturas en una pared, que son señal de que esa pared colapsará, aunque no sepamos cuándo. Por eso debemos anclar nuestra vida personal en la realidad consistente, que es Dios.
La enseñanza de Jesús contenida en los evangelios identifica cuáles son los acontecimientos del fin: la segunda venida de Jesucristo en gloria y majestad y el colapso del cosmos; el inicio de un mundo nuevo con la resurrección de los muertos, el juicio final por el que se manifestará a la luz de la verdad que es Dios el logro o fracaso de cada persona en la construcción de su vida. El último acontecimiento será el establecimiento del Reino de Dios como realidad definitiva y permanente.
El cristiano desarrolla su vida en relación con esa meta. Lejos de ser un elemento alienante, la esperanza de la vida eterna en Dios es un estímulo para la vida responsable en este mundo. La idoneidad para participar en el Reino de Dios se manifestará en el éxito o fracaso de cada persona para construir una vida con sentido, integridad y responsabilidad. Ese será el resultado del juicio ante Dios. Por eso, el deseo de alcanzar el Reino y vivir de manera grata a Dios será el estímulo principal que guíe al creyente para construir su vida y la de su comunidad de manera responsable.