Este soy yo
El giro que le ha dado la vida a Thorpe refleja el lado oscuro del deporte. En el 2004, el nadador podía ser lo que se propusiera. Venía de ganar cuatro medallas en los Juegos de Atenas —dos de oro— y de agrandar su palmarés hasta los nueve metales en el mayor acontecimiento deporti vo de su especialidad. Era un referente dentro y fuera de las piscinas, una especie de gurú en su país: portada de periódicos, reclamo de campañas de publi cidad e incluso personaje ape tecible por la política. Aquel chi co de 1.95 metros y de tan solo 22 años, con un cuerpo privilegiado para la natación y una carrera extraordinaria, no estaba bien. La natación australiana había creado una máquina fí sica, pero con desequilibrios psíquicos. Como explicó el propio nadador en su biogra fía, titulada Este soy yo, entre el 2002 y el 2004 sufrió gran des depresiones que lo lle varon a consumir alcohol y a verse al borde del suicidio. En aquellos tiempos oscuros, en los que Thorpe encontraba en la natación su único consuelo, apenas tenía 20 años de edad, aún no había madurado y pa recía que la vida se le estaba consumiendo. Para entender el inicio de su declive hay que remontarse a sus inicios, cuando con 14 años fue re clutado por el Instituto Aus traliano de Deporte.
El padre de Thorpe había sido un buen jugador de cric ket y su madre había prac ticado un deporte llamado netball, que es parecido al baloncesto. La cultura deportiva siempre formó parte de la vida de Ian, quien con 5 años comenzó su carrera acuática a pesar de tener un grave pro blema de salud. Un denominador común en muchos nadadores, que descubren el agua de este modo y, gracias a su fuerza de voluntad, lo superan.
El caso de Thorpe fue más extraño que el resto. El pequeño Ian, mucho más alto que sus compañeros, era alérgico al cloro. Eso lo obligó a nadar con la cabeza fuera del agua hasta los 7 años, cuando logró corregir ese defecto y pudo comenzar a pulir su técnica. Para entonces, Thorpe ya apuntaba alto. Su gran ta maño le hacía destacar y ga nar carreras. Con 13 años y ocho meses, su entrenador lo hizo competir en los Cam peonatos Nacionales para ga narse un puesto con vistas a los Juegos de Atlanta, en 1996. Como era obvio, el joven na dador, aún un adolescente ca si imberbe, no logró el billete, pero aquella experiencia le valió para comenzar su ca rrera internacional, cada año con más éxitos, imparable. La alergia al cloro se había con vertido en un vicio.
Después de esos campeo natos, la preparación de Thor pe se profesionalizó. El Ins tituto Australiano de Depor tes es uno de los campus más sofisticados. Los nadadores, por ejemplo, disponen de cá maras subacuáticas que gra ban todos sus movimientos para poder mejorar la técnica. Perfeccionar el rendimiento se convirtió para él en una obsesión, sobre todo porque Sídney, la ciudad de Thorpe, acogía los siguientes Juegos Olímpicos. Solo había un ho rizonte, convertir a Thorpe en el rey de esos juegos. Y lo lograron. Ganó tres oros y dos platas. Su figura dio la vuelta al mundo. Desde Mark Spitz no se había visto otro nadador igual, tan dominante, versátil, imponente y elegante. Aus tralia se aupó al segundo lugar en el medallero y había re cuperado el prestigio tras el fiasco de Atlanta, donde había quedado quinto, por debajo de otros países de menor his toria como Hungría.
La vida de Thorpe fue un torbellino de emociones po sitivas. Un año después de su eclosión en Sídney, el Torpedo se convirtió en el primer na dador en ganar seis medallas de oro en un mundial. Fue en Fukuoka, Japón, en pleno ate rrizaje de Michael Phelps, un joven de 16 años que empezaba a despuntar. Thorpe pa só de ser un ícono en Aus tralia a ser uno del deporte mundial; lo mismo que lo graría Phelps posteriormente. Ídolo en Japón e invitado a la Casa Blanca, recorrió el mun do como embajador del de porte, un espejo para los jó venes. Pero el espejo era más opaco de lo que parecía. De trás de ese corpachón se es condía un hombre débil, frá gil, depresivo y repleto de du das, las que lo llevaron, poco a poco, a dejarse ir en los años de barbecho de la natación.
El primero de ellos fue en el 2002, cuando comenzó su decadencia y sus flirteos con el alcohol, con apenas 19 años. Un año después, en el 2003, compitió en el Mundial de Barcelona, en el que ganó cinco medallas, tres de ellas de oro. Solo pudo defender la mitad de su botín cosechado dos años antes. La emersión de Phelps también le hacía daño, porque la natación co menzó a olvidarse rápido de Thorpe y a sustituirlo por el deportista más grande, una apuesta de Speedo, quien se obsesionó con superar a Spitz. El capítulo final de Thorpe y el reflejo del cambio generacional con apenas 21 años se vivió en los Juegos de Atenas 2004. El Torpedo llegaba dispuesto a desafiar a Phelps, pero los seis oros del estadounidense eclipsaron los dos oros, una plata y un bronce del australiano, un buen botín para cualquier es trella, aunque pobre para un nadador como Thorpe.
El australiano comunicó que se tomaba un año sa bático. Un año que se con virtió en toda una vida, por que en el 2005, cuando pre tendía retomar los entrena mientos, una mononucleosis infecciosa le impidió regresar. El australiano quiso cambiar de aires un año más tarde y programó una serie de en trenamientos en Estados Uni dos. Entrenamientos que nun ca realizaría. El 21 de noviembre del 2006 comunicó que se retiraba. Su anuncio fue te levisado por una cadena aus traliana. Thorpe esgrimió como causa principal la falta de motivación.
Poco se conoce de la vida de Thorpe. En el 2011 intentó regresar y clasificarse para los Juegos de Londres. Fue un intento fallido, que desembo có en una nueva desilusión y una vorágine de aconteci mientos fatalistas relaciona dos con la depresión y el al cohol, como aquel día en el que lo encontraron deambu lando por la calle, solo, a altas horas de la noche. Capítulos, algunos de ellos, que explica en su biografía, como negar una y otra vez ser homosexual, uno de los rumores que circulaban, quizás otro enigma sin resolver del mejor nadador que ha dado Australia, una máquina con un software poco resistente.