CATALEJO
Nuestra historia viva en un hombre bueno
El roble de la familia Sandoval es nuestro queridísimo papá-tío-abuelo-bisabuelo-tío bisabuelo Julio Sandoval Cámbara. Y como lo mejor de la vida viene hacia cada persona de manera limpia, sin precio, Dios nos ha premiado a todos con tenerlo por 101 años, celebrados ayer en la intimidad de su casa, a donde no pude llegar por culpa del virus de moda en todo el mundo de hoy. Pero ese premio divino es particularmente generoso, porque tiene una memoria excelente y mantiene su sentido del humor picante y picarón, con la sonrisa a flor de labios, aunque por supuesto no perenne. Mantiene, eso sí, una capacidad de amar y de demostrarlo a quienes lo hemos mantenido cerca a todo lo largo de nuestras vidas. Verlo bien, a pesar del paso del tiempo, es inspirador.
' Tener a alguien cercano, de 101 años, es poco común. Tenerlo con sus plenas capacidades, es un regalo divino.
Mario Antonio Sandoval
No solo representa la historia de la familia, sino la de Guatemala y pertenece a un grupo etario mínimo: talvez no alcance ni siquiera la cuarta parte del uno por ciento de la población. Tenía siete años cuando comenzó la dictadura ubiquista y 22 cuando ocurrió el genuino y patriótico movimiento popular conocido como Revolución de octubre de 1944, pues su generación aceptó con gusto las ideas en favor de la democracia y en contra de las dictaduras de Hitler y Mussolini, presentadas por Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Sufrió injusticias, como el haberle quitado la beca para especializarse en urología en 1955, por motivaciones puramente políticas y envidias. Sirvió muchos años en el IGSS, solo para encontrarse un día con otro médico ocupando su escritorio.
Aun hoy, sigue enterado de la política nacional e internacional, especialmente la de Estados Unidos. Formó parte del Partido Revolucionario en Guatemala, pero se retiró porque mi tía Florence lo conminó a hacerlo luego de una bomba colocada en su camionetilla Opel. Lo recuerdo muy bien. En suma, cumplió con su país en todo y se retiró cuando consideró que ya era tiempo de dejar el paso a nuevas generaciones médicas. La vida lo golpeó durísimo: dos de sus hijos, Juan Carlos y Julio, se nos adelantaron. Hace cuatro años, ella se fue a reunirse con sus hijos, y quedó aún más rodeado del amor de todos nosotros, orgullosos de poder estar con él para conversar, en mi caso hasta hace poco con una onza de horchata escocesa o algún refresco de malta, ambos de color amarillo…
Ha tenido entre sus pasatiempos la pintura al óleo y la música en el bandoneón, además de escuchar a Mahler y otros grandes músicos, lo cual me ha permitido tener una mina de motivos para conversar. En la década de los cincuentas se encargó de despertar en nosotros la afición por el futbol. Y para tener motivos de diálogo, al ver nuestra afición por el Comunicaciones, él adoptó “ser del Municipal”. Hoy, ya viejo yo, comprendo esa motivación, parecida a cuando para los cumpleaños nos pedía a todos expresarnos sobre la fecha, y la espera del turno de hacerlo era motivo de nervios. Eso nos enseñó a saber hablar en público. La tía Florence fue el centro de ese hogar y tuvo la habilidad de despertar en nosotros la confianza para contarle los pequeños grandes secretos de niños y jóvenes.
Hablar con él, ya lo dije, permite conocer la historia nacional y familiar. Ha sido testigo y actor de varios acontecimientos del país, y conoce de las vueltas del mundo en asuntos políticos, sociales. Puede dar puntos de vista sobre temas vividos, no solamente contados, lo cual da un sabor especial a las historias. Y demuestra cuánta razón tienen las civilizaciones orientales, como la china, para valorar la experiencia serenamente implícita en la ancianidad, no la ligereza inexperta de la juventud, sobre todo aquella autoconsiderada superior. Pero lo mejor es la actitud ante la vida. Ayer, al hablar con él para felicitarlo, le dije: “Ya solo quedan 364 días para celebrar sus 102 años”. Sonrió al responder: “Vamos a comer un tamalito”. Eso es una muestra de su actitud positiva. Ojalá lo comamos.