LA BUENA NOTICIA

Santo Cristo de Esquipulas

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Mañana es el día en el que los creyentes agradecemos, alabamos y adoramos en Esquipulas, Chiquimula, a Nuestro Señor Jesucristo Crucificado. Lo llamamos el Cristo de Esquipulas, pero se trata del mismo Jesucristo cuyo nacimiento acabamos de conmemorar y cuya muerte redentora en la cruz celebramos con agradecimiento cada Semana Santa. El apelativo “de Esquipulas” no lo hace distinto, sino que designa el lugar donde recibe reconocimiento. Es el único Jesucristo a quien se dirigen nuestras súplicas y agradecimientos, nuestra fe y nuestra esperanza por medio de su imagen en el santuario esquipulense.

' Jesucristo nos salva del gran enigma que agobia a toda la humanidad.

Mario Alberto Molina

La racionalidad ilustrada que todavía impregna nuestra cultura reduce la misión y la tarea de Jesucristo a su enseñanza moral. Jesús habría sido el maestro que nos enseña a respetarnos y a vivir en fraternidad. Su enseñanza suprema habría sido recordarnos lo que ya estaba escrito en los libros hebreos del Antiguo Testamento: que el mandamiento principal es el amor a Dios y al prójimo. En realidad, es un solo precepto: hacer bien al prójimo, por aquello de que quien no ama a su hermano a quien ve, difícilmente puede amar al Dios que no ve y a saber si existe. Ese es el cristianismo reducido a moralismo en la pura inmanencia de este tiempo y este mundo.

Pero en Esquipulas se honra y adora al Hijo de Dios crucificado para nuestra salvación. ¿Salvación de qué? Del gran enigma que agobia a toda la humanidad de todos los tiempos y lugares. Por eso Jesucristo, que vivió hace dos mil años al otro lado del mundo, puede ser objeto de la fe de los guatemaltecos actuales.

Me explico. Los seres humanos padecemos múltiples necesidades: el hambre y la enfermedad, la urgencia de migrar por falta de oportunidades o para huir de la guerra y la violencia, la carencia de vivienda, educación, salud, trabajo; las calamidades de diverso tipo que ocasionalmente caen sobre nosotros en forma de terremotos y huracanes, incendios e inundaciones. Todas estas carencias y necesidades tienen solución o al menos alivio al alcance de nuestra capacidad de organizarnos políticamente para crear oportunidades, inversión, empleo, riqueza, desarrollo, legalidad y justicia.

Pero hay una necesidad profunda y grave cuya solución desborda nuestras capacidades. Es la gran necesidad de dar sentido a nuestra vida frente a la muerte inevitable y las ambigüedades de nuestra libertad. Nacemos para morir. Desde la racionalidad científica, ese es el final. ¿Qué sentido tienen los esfuerzos y sacrificios para llevar una vida moralmente coherente y constructiva, si todo acaba en la aniquilación? Además, somos libres. Con frecuencia tomamos decisiones y realizamos acciones irresponsables, negligentes, destructivas e inmorales. ¿Es posible volver a empezar en la vida? ¿Está el futuro personal hipotecado por un pasado irresponsable e inmoral?

Jesucristo, con su muerte en la cruz manifestó el gran amor de Dios que perdona a quien se arrepiente de las equivocaciones y maldades que ha perpetrado y lo habilita para comenzar de nuevo sin el peso de su pasado irresponsable o inicuo. Jesucristo, con su resurrección, vence en sí mismo la muerte e inaugura para sí mismo un nuevo modo de existencia humana más allá de la muerte y comparte esa victoria con quienes ponen su fe en él. Esa es la misión principal de Jesús. Su enseñanza moral está subordinada a esta misión principal, en cuanto que quien ha sido rehabilitado de las ambigüedades de su libertad debe tener una guía para que su conducta sea constructiva en vistas de la vida eterna que le aguarda. En Esquipulas adoramos y agradecemos al Hijo de Dios que murió y resucitó por nosotros para sanar nuestra libertad y darnos vida para siempre.

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