EDITORIAL
Conducta política dice más que mil mítines
Parece una perogrullada decir que se espera para la ya próxima campaña electoral una publicidad política con propuesta de ideas, un debate técnico y coherencia ética de forma y fondo; sin embargo, es una demanda básica, dadas las conductas observadas previamente: candidatos envueltos o procesados por escándalos de financiamiento corrupto, otros han utilizado el Estado, programas u obras públicas con fines propagandísticos egolátricos; también hay quienes tienen demostrada pertenencia a narcopartidos o nexos con estructuras mafiosas o exfuncionarios que entraron a entidades públicas con una mano atrás y otra adelante, pero que ahora son millonarios emergentes e incluso han fundado partidos satélites desde los cuales buscan más impunidad, más tráfico de favores y más amaños de contratos.
Causa una pésima impresión la ya larga hilera de representantes de partidos que forman fila frente al Registro de Ciudadanos desde el primer día del año, con el fin de elegir la “mejor” casilla de la papeleta electoral, como si se tratara de una lotería o un afiche publicitario. Con esta acción, lanzan un mensaje de menosprecio a la inteligencia de los votantes, pues suponen que aquella figura que esté arriba a la izquierda es más llamativa y apela más al impulso de último momento para atraer votos. Si se analiza la posición de los candidatos ganadores de la Presidencia en los últimos 30 años, no existe tal correlación, pues pesan más otros factores.
El TSE, en su afán de aparentar democracia interna, que no es sino una obediencia inexplicable a los caprichos de los partidos, renunció al sorteo de casillas para regresar al arcaico método del que llegue primero —a hacer campamento de resistencia tres semanas antes, como si fuera el sorteo de un carro—.
Buscar “la mejor casilla” es un indicio de poca seriedad y limitada confianza en la propuesta programática de gobierno. Cualquier perfil de presidenciable que busque la mejor esquina para ganar pierde ya algo del aplomo que pretende proyectar. Podría argumentar alguno de los flamantes precandidatos que no han ordenado ni solicitado tales acciones, pero esto también apuntaría a un liderazgo limitado sobre sus prosélitos.
En todo caso, es deseable que una vez inscritos los aspirantes estén dispuestos a exponer con claridad sus objetivos prioritarios y la forma en que los concretarán; también es necesario que expongan quiénes integran su rosca de trabajo y que reporten con claridad quiénes son sus financistas, no a través de sociedades anónimas, sino con nombres y apellidos. Es curiosa la forma en que acuden presurosos, afables y hasta dicharacheros los candidatos a foros y medios de comunicación, lo cual contrasta con su hosquedad y reticencia a los cuestionamientos cuando llegan a un puesto.
Es predecible que las redes sociales sean escenario de una batalla campal de insultos, denuncias y campañas de desprestigio a menudo promovidas por “expertos” nacionales o importados, no sujetos a cuentadancia, ni siquiera a derechos de respuesta. Es allí donde Prensa Libre y Guatevisión ofrecen a sus audiencias una cobertura fundamentada en hechos, con espíritu periodístico crítico y equidistante, para que los ciudadanos puedan tomar decisiones informadas y razonadas. Esto no quiere decir información generalista o publicidad electoral gratuita, sino piezas informativas serias, pertinentes y contextualizadas. Cada partido y cada candidato deben cargar con su historia, sus aciertos y errores, sus contextos y sus vínculos.