Junto a Marco Augusto Quiroa (+) y Elmar René Rojas integró el primer núcleo del grupo Vértebra.
Un nombre que tenía su razón de ser: “Queríamos algo que simbolizara integración. Cada hueso de la columna vertebral es distinto, pero sólo funcionan juntos. Aspirábamos a una columna vertebral artística en toda Centroamérica y de hecho trabajamos con pintores de El Salvador, Nicaragua y Costa Rica”, relató en una entrevista con Prensa Libre, en 2005.
La búsqueda de una identidad nacional, el cuestionamiento al imperialismo estadounidense, la debacle nacional por el conflicto armado se sienten deambular por cada una de sus propuestas artísticas.
“Yo me formé escolarmente dentro del gobierno de Juan José Arévalo (1945-1951) que fue muy humanista. Mis profesores estaban muy interesados en que conociéramos la realidad del país. Ya en la Escuela de Artes Plásticas, nos llevaban a ver la pobreza de los indígenas que otros pintores miraban decorativo. Nosotros mirábamos lo trágico. Cuando se inició el conflicto armado buscábamos explicaciones. Por eso fue que surgió Vértebra. No era un arte panfletario o de propaganda, sino una búsqueda de respuestas”, decía el maestro Cabrera.
Simón fue una escultura, de un hombre muerto, en un féretro, que representaba según lo decía el propio Cabrera, al muerto diario que había en la Guatemala en guerra. Sorprende que fue casi una clarividencia de la otra guerra delictiva en que se sumiría el país después de la firma de la paz.
Por varios años Cabrera vivió en Costa Rica. Curiosamente, su etapa escolar la pasó en la escuela República de Costa Rica, de donde tenía un recuerdo candoroso de infancia: “A los nueve años, me recuerdo que gané un concurso (de dibujo) y me dieron una medalla de chocolate plateada, con listón de la bandera. Pero ese día hubo un incendio en el sector llamado De las 5 calles, atrás del Teatro (Nacional). Se quemó un hotel y fuimos a ver, pero con el sol se me derritió la medalla en la camisa”.
Su alto nivel intelectual solo era comparable con su sencillez. Nunca olvidaba sus orígenes humildes: “Yo fui un patojo barranquero. Allí donde está el estadio Mateo Flores era barranco. Mi padre nos llevaba a observar la naturaleza”, cuenta.
Cabrera fungió como director del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, pero aunque tuvo muchos proyectos, pocos avanzaron debido a la burocracia.
“El problema es que la gente le dice Teatro y en realidad es un centro para crear cultura. Quien me promocionó para ser director fue Mario Monteforte Toledo”, relató.
“Yo iba a organizar el proyecto con la infraestructura que se estaba deteriorando por falta de uso o subutilizacion. Uno de los proyectos más grandes fue traer el Rabinal Achí auténtico. La comunidad estaba ya de acuerdo pero en el Ministerio no lo permitieron. Prefirieron autorizar el mismo teatro baladí, de escapismo. El problema es que no se tenía ni se tiene una política cultural clara, global, sino una visión parcial. Fue desgastante para mí pelear por cuestiones burocráticas. Lo peor era aguantar a la gente que llegaba con que el diputado me dijo, o que dijo la ministra, a imponer cosas”.