EDITORIAL
Sabiduría ciudadana
El ingenio, la creatividad, la generosidad, el sentido común y los duros aprendizajes a partir de errores han configurado una proverbial inteligencia colectiva guatemalteca. Logros e innovaciones en la medicina, la investigación científica, el arte, la literatura, la pedagogía, el deporte, la agricultura, la productividad industrial y tantas otras disciplinas exhiben ese inmenso acervo acumulado de saberes, experiencias y riquezas culturales.
En los albores de un nuevo proceso electoral, este tesoro no debería ser menospreciado por ningún aspirante a cargos públicos, pero, de hecho, ocurre. Hay propuestas de solución, conocimientos fundamentados y metodologías para el abordaje de desafíos del desarrollo cuya efectividad ha sido demostrada y que podrían ser implementadas para enfrentar esos grandes retos de la educación, la infraestructura, la nutrición, la salud preventiva, la conservación ecológica, la expansión del turismo sostenible e incluso en el blindaje digital de los mecanismos para asegurar la transparencia y la cuentadancia del funcionamiento del Estado en tiempo real.
Sin embargo, las adocenadas propuestas electoreras que se van destapando apelan de nuevo, cada una, a su propia versión de las soluciones, como si un solo partido tuviera suficientes cuadros de expertos en cada área del saber. Nadie puede triunfar solo y mucho menos administrar proactivamente un país si no cuenta con la ayuda, el saber y la crítica constructiva de personas y sectores profesionales que han dedicado su vida a la construcción de paradigmas funcionales.
Esto no excluye a la propia ciudadanía, sabedora y también a menudo padeciente de dificultades agravadas por la incapacidad y la improvisación de sucesivas camadas de autoridades electas que prometieron soluciones pero no contaban con las capacidades ni con la humildad necesaria para aceptar sus carencias.
En Guatemala existen interesantes experiencias de solución para problemas como la proliferación de desechos sólidos, la tecnificación de las aulas, la provisión sostenible de energía, el combate de la inseguridad alimentaria, la prevención de la violencia, la diversificación de cultivos según el área climática o la asesoría para microemprendimientos, entre muchos otros campos de innovación generada por manos y mentes locales.
Sin caer en propaganda anticipada, hace mucho que los aspirantes a cargos de elección popular debieron propiciar diálogos cívicos, técnicos y colaborativos entre ciudadanos, jóvenes, comerciantes, profesionales de diversas ramas, para elaborar propuestas concretas e interpartidarias de intervención.
Los mitines con arengas y ofrecimientos abstractos son obsoletos. Las poses mesiánicas y actitudes de un pequeño equipo sabelotodo distan ya mucho de cualquier convicción democrática. Aún hay tiempo de crear esas instancias para la propuesta de solución surgida desde la ciudadanía, por supuesto, con el suficiente valor ético y voluntad política de echarlas a andar. Cualquier otro criterio verticalista, clientelar o generador de dependencias y exclusiones cae por su propio peso… o más bien, por su vacío conceptual.