LA BUENA NOTICIA
Conservar el sabor
Los evangelistas describen a Jesús como un maestro dedicado a instruir a sus discípulos acerca del camino hacia Dios y la salvación. Su enseñanza fomenta actitudes, exige conducta coherente con un código ético, instruye a los discípulos para que tengan como propósito de vida ser parte del reino de Dios. Esa forma de vida está en contraste con las tendencias del mundo de entonces y de ahora. Pero esa capacidad de ofrecer a la sociedad un modo de actuar alternativo convierte a los discípulos en sal de la tierra y luz del mundo.
' La Iglesia será cada vez más pequeña y socialmente insignificante, pero mantendrá su sabor.
Mario Alberto Molina
Las metáforas llevan implícita la idea de que la vida del discípulo fundada en la enseñanza del evangelio contribuye al bien de la sociedad, le da sabor de evangelio, la ilumina con la luz de Dios. Pero si los discípulos son infieles a la enseñanza, pierden el sabor y se les apaga la luz. Jesús también advierte a sus discípulos que deben estar preparados para sufrir persecución y la muerte, porque no todos aceptarán gustosos ese testimonio que deben dar.
Los cristianos sufrieron persecución al inicio de la evangelización en el contexto del imperio romano. Padecen la persecución siempre que sus principios y su conducta contrastan y cuestionan la cultura dominante. En el contexto del imperio romano, las persecuciones cesaron cuando los cristianos efectivamente hicieron que el evangelio impregnara la cultura. La cultura europea y la nuestra latinoamericana derivada de ella llevaban implícitas una cosmovisión, una antropología y una teología coherente con el evangelio. Pero, a medida que las culturas que fueron cristianas dejan de serlo, los cristianos enfrentamos un dilema. Las dos opciones del dilema causan tensión en la Iglesia.
La larga historia de simbiosis entre Iglesia y sociedad, en la que una y otra coincidían en su comprensión del mundo, del hombre y de Dios, condiciona una opción. A medida que la sociedad se descristianiza, el único modo de mantener la mutua pertinencia de Iglesia y sociedad es que la Iglesia se adapte a la nueva cultura que se va fraguando. Quienes toman esta opción dicen que la Iglesia debe actualizarse en su doctrina y enseñanza para mantenerse en sintonía con la sociedad. Por eso a todos los niveles de la estructura de la Iglesia actualmente hay católicos que silencian la dimensión trascendente de la fe, que acomodan la moral a las transformaciones que la ética sexual sufre después de la revolución de 1968, que ven la misión de la Iglesia predominantemente en términos inmanentes y adoptan agendas de instituciones internacionales como programa que la debe guiar en su colaboración con el mundo. Pero me parece que estos son los cristianos cuya sal perdió sabor y cuya luz dejó de alumbrar, y que por mimetismo acabarán disolviéndose en el entorno cultural.
La otra opción toma conciencia del carácter contracultural del evangelio. En el presente, diversas corrientes dentro del catolicismo configuran esta opción. Estas corrientes no siempre coinciden entre sí ni ponen el acento sobre los mismos puntos: ahí están los tradicionalistas, los conservadores, los neoconservadores y toda una diversidad de tendencias litúrgicas y doctrinales. Lo que tienen en común estas corrientes es la conciencia de que a medida que la cultura se descristianiza, hay que mantener la fidelidad al evangelio, que en su cosmovisión, antropología y teología contrasta con las tendencias culturales actuales. Los católicos que se ubican en alguna de estas corrientes son conscientes de que su fe implica crítica a la sociedad que acabará hostigándolos y rechazándolos. Conservarán la identidad, serán una iglesia cada vez más pequeña y socialmente insignificante, pero mantendrán su sal y su luz.