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Lo que revela el incidente del globo chino que sobrevoló EE. UU.
La presencia del artefacto en espacio aéreo estadounidense genera preguntas y tensa la relación entre ambos países.
El secretario de Estado estadounidense Antony Blinken y el ministro surcoreano de Asuntos Exteriores Park Jin se dirigen a los medios de comunicación en el Departamento de Estado en Washington, Estados Unidos, el 3 de febrero de 2023. (Foto Prensa Libre: Will Oliver / Efe)
Que las superpotencias se espíen mutuamente no es nada nuevo. Tampoco los globos de este tipo. Pero, solo por el atrevimiento, esta vez fue diferente.
Tal vez pasen meses antes de que las agencias estadounidenses de inteligencia puedan comparar el atrevido vuelo de una sonda de vigilancia china por todo el país con pasadas intromisiones a los sistemas nacionales de seguridad, con el fin de determinar qué lugar ocupa.
Después de todo, hay bastante competencia.
Hace unos 15 años se robaron los diseños del F-35, lo que permitió que la fuerza aérea china desarrollara un avión de combate características furtivas de imitación y con especificaciones chinas. En 2015, el principal grupo de piratería informática de China retiró los archivos de las autorizaciones de seguridad de 22 millones de estadounidenses de las computadoras de la Oficina de Administración de Personal. Eso, combinado con los registros médicos que se hurtaron de Anthem y los registros de viaje de los hoteles Marriot, supuestamente ha ayudado a que los chinos cuenten con un plano detallado de la infraestructura de seguridad de Estados Unidos.
Pero, solo por el atrevimiento, el globo fue algo distinto. Se convirtió en un tema de fascinación pública mientras flotaba sobre los silos nucleares de Montana y luego fue avistado cerca de Kansas City hasta protagonizar un final de película cuando un misil Sidewinder lo derribó encima de las aguas superficiales de la costa de Carolina del Sur. No es de sorprender que ahora sea codiciado por militares y funcionarios de inteligencia que desean con desesperación aplicar ingeniería inversa a los restos que la Guardia Costera y la Marina puedan recuperar.
Sin embargo, más allá del espectáculo digno de la transmisión noticiosa de televisión por cable, el incidente también resulta muy elocuente porque evidencia la poca comunicación entre Washington y Pekín, a casi 22 años de que la colisión entre un avión espía estadounidense y un caza chino a poco más de 110 kilómetros de la costa de la isla de Hainán ocasionó que ambos bandos prometieran mejorar el manejo de las crisis.
“No sabemos cuál fue el rendimiento en inteligencia para los chinos”, dijo Evan Medeiros, profesor de la Universidad de Georgetown que asesoró al presidente Barack Obama en asuntos de China y Asia con el Consejo de Seguridad Nacional. “Pero no hay duda de que fue una grosera violación de soberanía”, algo a lo que los chinos se oponen ruidosamente cuando EE. UU. sobrevuela y navega por las islas que China ha formado con bancos de arena en el Mar de la China Meridional.
“Y eso hizo que este desafío de China fuera visceral”, dijo Medeiros, “porque, mientras paseabas a tu perro, podías ver en el cielo a un globo espía chino”.
Sin embargo, no es ni de lejos la primera vez. Horas antes de que el gran globo fuera desinflado, el Pentágono informó que había otro que sobrevolaba en Sudamérica. Y observó que había una larga historia de sondas que sobrevuelan EE. UU., algo que el Pentágono, por algún motivo, nunca antes había querido comentar hasta verse forzado por este incidente.
“Previamente se han observado instancias de este tipo de actividad de globos en los últimos años”, dijo el vocero del Pentágono, el general Patrick S. Ryder, en un comunicado publicado el jueves. Un alto funcionario dijo que muchos de esos avistamientos se registraron en el Pacífico, algunos cerca de Hawái, donde tiene su base el Comando del Indo-Pacífico de EE. UU., junto con gran parte de la capacidad naval y el equipo de vigilancia de la Flota del Pacífico.
La admisión del general Ryder plantea la duda de si EE. UU. ha fracasado en imponer una línea roja en lo que respecta a la vigilancia por globo y, en efecto, eso ha hecho que China actúe cada vez con más audacia.
“El hecho de que ya hayan ingresado al espacio aéreo no es consuelo”, dijo Amy B. Zegart, una investigadora sénior en la Hoover Institution y autora de Spies, Lies and Algorithms, que trata sobre las nuevas tecnologías de la vigilancia ubicua. “Debimos tener una estrategia antes”, dijo, y “debimos haber señalado nuestros límites mucho antes”.
A pesar de esto, el espionaje mutuo entre superpotencias no es nada nuevo, ni siquiera con globos. A mitad de la década de 1950, el presidente Dwight Eisenhower autorizó vigilar a la Unión Soviética alzando globos con cámaras que volaron “sobre países del bloque soviético bajo el subterfugio de investigación meteorológica”, según un artículo publicado por los Archivos Nacionales en 2009. “Generó más protestas del Kremlin que inteligencia de utilidad”, reportó el autor del artículo, David Haight, un archivista de la Biblioteca Eisenhower.
Con la llegada de los primeros espías satélite, los globos parecieron quedar obsoletos.
Ahora están volviendo porque si bien los satélites espía pueden verlo casi todo, los globos equipados con sensores de alta tecnología pueden planear sobre un lugar durante mucho más tiempo y son capaces de captar transmisiones de radio, celular y otras que desde el espacio son indetectables.
Es por eso que el avistamiento del globo en Montana fue clave: en los últimos años, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, en inglés) y el Comando Estratégico de EE. UU., que supervisa el arsenal nuclear del país, han estado modificando las comunicaciones con las instalaciones de armas nucleares. Ese sería uno, pero solo uno, de los objetivos naturales del Ministerio de Seguridad del Estado en China, que supervisa muchos de sus ataques a la seguridad nacional.
La NSA, por supuesto, también tiene en la mira a China. Con las revelaciones de Edward Snowden, el excontratista que divulgó muchas de las operaciones de la agencia hace una década, el mundo se enteró de que EE. UU. había ingresado a las redes de Huawei, la empresa china de telecomunicaciones y también rastreaba los movimientos de líderes chinos y soldados encargados de trasladar armas nucleares. Ese es solo un atisbo de la vigilancia que EE. UU. despliega en China.
Esas actividades apoyan el argumento de que todo el mundo lo hace. Porque, aunque suelen realizarse a escondidas –excepto cuando se revela de vez en cuando algún hackeo grande–, rara vez se inmiscuyen en la política nacional. Pero eso está cambiando.
El incidente de la sonda sucedió en un momento en que los demócratas y republicanos están compitiendo para demostrar quién puede tener una postura más fuerte hacia China. Y eso se notó: el nuevo presidente del comité de inteligencia de la Cámara de Representantes, Michael R. Turner, republicano por Ohio, se hizo eco de muchos republicanos que argumentan que el globo debió ser derribado antes.
Dijo que el derribo fue “como taclear al mariscal de campo después de que terminó el juego. El satélite ya había completado su misión. Jamás debió permitirse que ingresara a EE. UU. y jamás debió permitirse que concluyera su misión”.
Aún no está claro cuál era “la misión” ni si el riesgo de permitir que procediera realmente era mayor que el riesgo de derribarlo sobre tierra, como pareció insinuar Turner.
Es solo una pequeña fracción de los avances cada vez más agresivos de las superpotencias que compiten y recuerdan a Spy vs. Spy, la tira cómica. Eso solo se ha intensificado ahora que la fuente de las nuevas carreras armamentistas son el control de la producción de equipo de semiconductores, las herramientas de inteligencia artificial, las telecomunicaciones 5G, la computación cuántica y las ciencias biológicas. Y ambos bandos participan.
Sin embargo, fue la obviedad del globo lo que hizo que muchos en Washington se preguntaran si la comunidad de inteligencia y el liderazgo civil en Pekín están en comunicación.
“Sea cual haya sido el valor de lo que los chinos pudieron haber obtenido”, comentó el almirante Michael Rogers, exidrector de la NSA en el gobierno de Obama y Trum, “lo que fue distinto aquí fue la visibilidad. Simplemente se siente distinto cuando se trata de una intromisión física en el país”. Y una vez que fue detectado China “lo manejó mal”, dijo.
El globo voló sobre el territorio continental de EE. UU. pocos días antes de que el secretario de Estado, Antony Blinken, realizara la primera visita de un alto diplomático estadounidense a Pekín en muchos años. Las autoridades chinas sostuvieron que se trataba de un globo meteorológico que ingresó al espacio aéreo estadounidense por accidente.
Blinken canceló su viaje, una reprimenda en público que muchos funcionarios estadounidenses consideran que no debió dejar contento al presidente Xi Jinpipng en un momento en que el líder chino parece intentar estabilizar la relación con Washington, que se deteriora con rapidez.
Esta no fue una crisis grave. Pero fue revelador el hecho de que las autoridades chinas, al darse cuenta de que el globo había sido visto, no llamaran para buscar la forma de solucionarlo.
Ese tipo de problema debía haber quedado resuelto luego de la colisión de un avión espía EP-3 y un caza chino en 2001 en el que ambas aeronaves fueron derribadas. Días después de ese incidente, el presidente George W. Bush no pudo comunicarse con el liderazgo chino. También fallaron los esfuerzos del secretario de Estado de ese entonces, el general Colin Powell. “Te hacía preguntarte qué podía ocurrir durante una crisis más profunda”, dijo el general Powell más tarde.
Después se crearon líneas telefónicas de respuesta urgente y se hicieron promesas de que la comunicación mejoraría. Es evidente que eso ha fracasado. Al derribarse el globo, China emitió un comunicado diciendo “claramente es una reacción excesiva que EE. UU. insista en emplear a las fuerzas armadas”.
Pocos expertos dudan que si la situación hubiera sido la inversa, China habría empleado la fuerza: ya ha amenazado con hacerlo cuando creía que había forasteros en las aguas que disputa, mucho más en el territorio chino establecido.
“Te hace preguntarte quién hablaba con quién en China”, dijo Zegart. “Es claro que este es el mayor error espontáneo que los chinos han cometido en algún tiempo”.