ALEPH

Que no nos roben la esperanza

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En la Guatemala de la permanente crisis, se hace hoy más cierta que nunca la frase del pensador, político y sociólogo italiano Antonio Gramsci, quien estuvo diez años en prisión durante el régimen fascista de Mussolini, cuando la consigna era callar con muerte o prisión las ideas. Ante las circunstancias, Gramsci optó por “el pesimismo del intelecto y el optimismo de la voluntad”, palabras que hago propias en estos tiempos de incertidumbre, violencia y cooptación del Estado guatemalteco.

' Cuando se pierde el estado de Derecho, ganan el terror, el pensamiento uniforme, el silencio y la mecanización de la vida.

Carolina Escobar Sarti

Muchas personas somos optimistas en la voluntad y pesimistas por la realidad que enfrentamos cada día en este paraíso de injusticia, corrupción e impunidad. Queremos algo distinto para Guatemala y trabajamos por ello, pero la inercia del pacto de corruptos, su codicia, su sed de venganza y de poder, siguen marcando el paso de una imparable regresión de lo que algún día quisimos llamar democracia. Es el totalitarismo de la corrupción y la impunidad.

Las sociedades “totalizadas” como esta se levantan sobre el terror, la inercia, la mentira, el control y el hecho de que todo abuso de poder es posible, aunque no sea justo, ni moral, ni bueno. Por eso, Guatemala es el lugar del absurdo, donde la realidad supera la ficción. Aquí ya no importa la ley, sino su interpretación y aplicación arbitraria; legalidad aquí no es igual a moralidad. Cabe recordar la citada frase que señala que el holocausto, la esclavitud y la segregación racial fueron legales.

En Guatemala ya no importa que públicamente los candidatos a alcalde, diputado, presidente y otros puestos públicos reconozcan ser asesinos, corruptos, narcos o miembros de dinastías de ladrones, porque igual compiten por el puesto, sin ninguna vergüenza. Aquí le tienen más miedo a una candidata indígena que a un candidato narco ladrón, y ya no importa la muerte, porque ya no importa la vida ni el tiempo que pasamos en el tráfico, ni las niñas y niños que mueren por desnutrición, ni los cuerpos torturados de mujeres bajo una loza de cemento en una colonia urbano-periférica. En tiempos preelectorales esto se intensifica para que votemos por quien ofrece (aparente) seguridad, por la vía del control. Otra característica de los absolutismos disfrazados de democracia.

A medida que una sociedad se va totalizando o acercando más a una dictadura, la ciudadanía se va volviendo más impotente; se va perdiendo, poco a poco, la profundidad en el análisis y la cohesión social. El grueso de la población se queda sin capacidad para actuar y, mientras un grupo totaliza a la sociedad, el resto solo ve cómo su propia falta de poder se va haciendo más y más real. Y se acepta, porque no hay tiempo de pensar y actuar, porque la economía es mayormente de sobrevivencia, porque hay miedo, injusticias, incertidumbre, polarización social y las instituciones públicas están secuestradas. Hannah Arendt decía que la lógica profunda de una sociedad totalitaria es la lógica del campo de concentración. No exageraba. Cuando se pierde el estado de Derecho, ganan el terror, el pensamiento uniforme, el silencio y la mecanización de la vida.

Es un tiempo de incertidumbre, y esto no se resuelve con unas elecciones. Cuando veo a un “presidente” y a los corifeos de la alianza mafiosa volver a los discursos de hace medio siglo, confirmo que la historia no es lineal, sino que da saltos hacia atrás, antes de retomar su camino a futuro. Nuestra crisis es profunda y evidente; es una crisis de humanidad perdida. Esa casi-dictadura que hoy vivimos está al acecho de nuestra esperanza, pero no podrán jamás robárnosla, porque la esperanza no es un lugar al cual se llega, sino algo irreductiblemente nuestro que iluminará cualquier camino oscuro por el que debemos transitar.

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