FUERA DE LA CAJA

Inteligencia artificial: del riesgo a la oportunidad

Desde la irrupción del internet y sus posteriores avances, la humanidad no había enfrentado un desafío tan importante como el que plantea el surgimiento y desarrollo de la inteligencia artificial (IA). Las recientes noticias de CHATGPT son solo parte de una secuencia de progresos científicos que denotan cómo las máquinas ya superan la inteligencia humana.

Tareas que normalmente tendrían que ser realizadas por decenas de personas en tiempos variables son ejecutadas en microsegundos por la IA con excelencia. Desarrollos matemáticos complejos o análisis de datos multitudinarios son parte del segundo a segundo de esta poderosa ventana creada por programadores para entender, interpretar y concluir a velocidades inimaginablemente breves.

En otras palabras, la inteligencia artificial está revolucionando la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos con los demás. Su impacto es tan significativo que muchos expertos consideran que es una nueva revolución digital en la que la IA es el motor que impulsará el progreso y la innovación.

Sin embargo, hay quienes creen que la IA representa un riesgo para la humanidad. Descargar en la IA tareas que obligan a pensar —dicen— ralentizará la mente humana; por el contrario, sus promotores señalan la ventaja de recurrir a IA en apoyo de algunas tareas y liberar así tiempo para desarrollar otras que reclaman imaginación, meditación y análisis alejados de la lógica matemática y que pueden suponer innovaciones notables. Así ha ocurrido en muchos de los descubrimientos, gestados a partir de ideas aparentemente descabelladas —como volar, ir a la Luna o crear la realidad virtual— y que surgieron cuando los paradigmas cedieron ante la búsqueda de soluciones ilógicas.

' Lejos de impedirla o negarla, es mejor que incursionemos en cómo podemos convivir y ser más productivos con ella.

Klara Campos

El término IA nació en 1956, cuando el informático John McCarthy lo utilizó por primera vez en una conferencia en Darmouth. Desarrollos como los de Alan Turing, en 1950, o el del procesador ELIZA, de Weizenbaum, en 1966 —cuando una computadora se comunicó por voz con los humanos— maravillaron al mundo. Qué pudieron decir los ajedrecistas cuando vieron en 1996 cómo la computadora Deep Blue venció al campeón mundial Kasparov o cuando en el cercano 2012 Google creó una supercomputadora que logró diferenciar por medio del Deep Learning rostros humanos y de gatos sin error.

La IA está en lo cotidiano. Centros de respuesta automatizados, navegación satelital, administración masiva de servicios públicos, redes sociales que determinan los gustos de sus usuarios, y a partir de allí infieren y moldean percepciones, son solo algunos de los cientos de servicios basados en esta novedosa herramienta. Servicios como identificación de personas, la clasificación instantánea de huellas dactilares, las búsquedas en gigantescas bases de datos de los gobiernos y agencias de seguridad, son otros desarrollos alcanzados.

La gran incógnita está en cuándo o cómo podría producirse la sustitución de la voluntad humana por la IA. Si su diseño es tan acertado como hasta ahora, esta herramienta no tomaría decisiones ajenas a una realidad preconcebida. Impediría errores —fuente de aprendizaje natural— y condicionaría el comportamiento —como ya lo hacen los algoritmos en los motores de búsqueda del internet— a partir de la integración de una realidad social e individual preconcebida y cómoda para el humano y su contexto.

Nadie puede predecir lo que suceda con la inteligencia artificial. Lo que sí es cierto es que lejos de impedirla o negarla, es mejor que incursionemos en cómo podemos convivir y ser más productivos con ella.

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