Ídolo de Vicenza
Nadie podía imaginar en Caldogno, pequeña localidad de la provincia de Vicenza, al norte de Italia, donde nació Roby el 18 de febrero de 1967, que el sexto hijo de Fiorindo y Matilde —luego vendrían dos más— se iba a convertir en uno de los futbolistas más elegantes que ha dado el futbol italiano. El padre, un fanático del ciclismo, intentó inculcar en el joven Roberto la pasión por la bicicleta. Por suerte para los futboleros, y quizá para desgracia de los ciclistas, Il Divino escogió la pelota. Y es posible que Fiorindo lo supiera antes que nadie, porque al igual que puso de nombre a su séptimo hijo Eddy, en honor de Merckx, llamó Roberto a Baggio, por dos de sus ídolos futbolísticos: Roberto Bosinsegna y Roberto Bettega, quienes jugaron en Inter y Juve, respectivamente, como también haría años más tarde Baggio.
Siendo un pequeño crío, sus exhibiciones con el equipo del pueblo pronto llamaron la atención de los ojeadores de equipos mayores. Exhibición tras exhibición llegó a debutar en la Serie C —Segunda B— en la temporada 1982-1983, con 16 años, con el Vicenza. Las lesiones lastraron sus primeros pasos —y la mayoría de su carrera— por el futbol profesional. En su primera temporada sólo pudo jugar un partido, que fueron seis en la segunda. Y como a la tercera va la vencida, en la temporada 1984-1985 se hizo indispensable para que el Vicenza ascendiera a la Serie B: Roby aportó 12 tantos en 29 partidos. Como le sucedió en Caldogno, su toque, su regate y su magia le abrieron las puertas de los grandes de Italia.
Y así se marchó a la Fiorentina en la temporada 1985-1986. Sampdoria y Juventus, donde más tarde jugaría, también habían puesto sus ojos en la emergente estrella. Precisamente en su último partido con el Vicenza, ya con el contrato firmado con los viola, se destrozó la rodilla. La Fiorentina respetó lo firmado y decidió esperarlo unos 18 meses. En ese tiempo, Baggio se marchó a Francia a operarse, lo que le hizo perderse la primera temporada en la Serie A. Una lesión que lo marcó para el resto de su carrera y de su vida, como él mismo reconocería: “Después de aquello jugué toda mi vida con una pierna y media”. Y en el plano privado aquello también le dejó huella: se convirtió al budismo para buscar su paz espiritual. Superada la operación, debutó en la primera italiana en la temporada 1986-1987, contra la Sampdoria, y marcó su primer gol en San Paolo, Nápoles, la casa de Maradona, quien ese año se llevaría el Scudetto. Un gol de falta en La Guarida y ante los ojos del mejor jugador de todos los tiempos. La Fiore terminó aquel año en décima posición.
En la campaña 1987-1988 se consolidó en el equipo, disputó 27 partidos y marcó seis goles. Pero son en las dos siguientes temporadas cuando Baggio maravilló al férreo, táctico y cerrado Calcio, considerado por aquellos tiempos la mejor liga del mundo. En el curso 1989 Il Codino marcó 15 goles y en 1990, 17 —uno en San Paolo ante el Nápoles, emulando al de Maradona contra Inglaterra en 1986—: cerca de los 22 de Aldo Serena y los 19 de Marco Van Basten. En la antigua Copa de la Uefa, Baggio guió a la Fiorentina a la final. Perdieron contra la Juventus, equipo que ya tenía sus derechos para la próxima temporada.
Justo el día después de perder la Uefa, los medios anunciaron el fichaje de Roberto Baggio por la Juventus. “Yo no me he ido de la Fiorentina. Pontello —máximo dirigente viola— y Agnielli tenían firmado ya un contrato y me han forzado a aceptarlo”, dijo Baggio al respecto. Minutos después del anuncio, la sede de la Fiorentina se llenó de tifosis protestando por la transacción. Hubo incidentes, arrestos y heridos durante los tres días de trifulcas, en los que Roberto Baggio defendió su amor por los colores de la Fiorentina. Y a Il Divino Codino todo este asunto le vino encima a pocos días de que diera comienzo el Mundial de Italia 1990, el de casa.
En el Campeonato del Mundo de 1990 Baggio no debutó hasta el tercer partido de la fase de grupos, con Italia ya clasificada. Azeglio Vicini, seleccionador nacional, decidió sentar a su pareja titular —Vialli y Carnevale— para dejar paso a Salvatore Totó Schillaci, que había salvado a los azzurris frente a Austria en el partido inaugural —gol en el 79’—, y a Baggio, al que la Prensa y aficionados reclamaban. En aquel partido, ante Checoslovaquia, Baggio dejó el mejor gol de todo el campeonato, y uno de los mejores de toda la historia de los mundiales. Recibió en el centro del campo y bailando con la pelota fue dejando checos por el camino hasta estrenar su cuenta en un Mundial. En octavos espera Uruguay, y Baggio ya es titular. Italia ganó por 2-0 y avanzó hasta Irlanda, a la que venció con un solitario gol de Schillaci. Para el partido de semifinales ante la Argentina de Maradona en el San Paolo, Vicini volvió a dejar a Roberto Baggio en el banco. Entró en el minuto 73 con la misión de desatascar un partido que marchaba 1-1 y apuntaba a la prórroga. En los escasos minutos que estuvo sobre el caliente césped de San Paolo obligó a Goycoechea a emplearse a fondo. Y Baggio se cruzó por primera vez con los penaltis en un Mundial. Roby, segundo pateador, anotó el suyo, pero los fallos de Donadoni y Serena condenaron a Italia a disputar el tercer y cuarto puesto ante Inglaterra. Baggio y Schillaci marcaron los dos goles que dieron el bronce a Italia.
A la vuelta del Mundial, Baggio se integra en las filas de la Juventus, hereda el 10 de Platini —”No es un 10 puro, pero tampoco es un 9. Simplemente es grandísimo”, dijo de él el hoy presidente de la Uefa— y causa cierto recelo entre los aficionados turinenses, quienes no terminaban de comprender el amor y fidelidad de Baggio a la Fiorentina, aquel club que le dio la oportunidad de debutar y que lo esperó después de su grave lesión de rodilla. Incluso los tifosis de la Juventus llegaron a sacar pancartas en contra de él con un mensaje claro: “Torna a Firenze”.
Una fidelidad que no era solo de palabra: en su primer enfrentamiento ante su exequipo, Roby se negó a lanzar un penalti, y cuando se retiró a los vestuarios, recogió una bufanda de la Fiorentina que alguien lanzó desde la grada. La besó y se la llevó con él. “En la Fiore saben muy bien cómo tiro los penaltis”, se justificó Baggio tras el incidente, que provocó que un diario italiano titulase al día siguiente: “En Florencia Baggio era de Florencia. En Turín no es de nadie”. Y quizá razón no le faltase a ese titular, porque Baggio argumentó: “En mi corazón siempre seré de la Fiorentina”. Finalmente Roberto Baggio conquistó a los aficionados juventinos: en 1993 ganó la Copa de la Uefa y fue nombrado balón de oro, además de ser el Jugador del año para la Fifa.
El fatídico penalti
Con esas credenciales se presentó Baggio al Mundial de EE. UU., el del fatídico penalti en la final contra Brasil. Sacchi, seleccionador italiano, le dio galones: “Roberto, tú para mí eres indispensable, como Maradona para Argentina”, le dijo. Y los galones le duraron a la coleta divina exactamente 111 minutos: los que transcurrieron entre el primer partido que Italia perdió ante Irlanda (0-1) y los 21 que tardó en ser expulsado el portero italiano Pagliuca en el segundo partido del grupo E, ante Noruega. Los azzurri se jugaban casi todas sus opciones en aquel encuentro del Giants Stadium (NY). Y cuando Pagliuca vio la tarjeta roja, a Sacchi se le ocurrió que lo mejor era quitar a Roberto Baggio para dar entrada a Marchegiani, portero suplente. La Italia aficionada y la Italia periodística clamó contra aquel cambio, como Roby, que mientras enfilaba el vestuario, le hacía gestos al seleccionador como queriéndole decir que no estaba bien de la cabeza. Finalmente Italia se impuso con un solitario gol de Dino Baggio —sin parentesco alguno con Roberto—. Y un empate contra México en la tercera jornada le valió a Italia clasificarse a octavos, como uno de los mejores terceros.
Y allí esperaba Nigeria, que dominó un grupo en el que figuraban Argentina, Bulgaria y Grecia. Era la Nigeria de Yekini, Amunike, Amokachi, Oliseh, Finidi y Adepoju, futbolistas que se habían labrado un nombre y un respeto en el futbol mundial. Las Águilas Verdes, gracias a Amunike, se adelantaron en el 25′. Italia y Sacchi lo intentaron, pero el partido no avanzaba. Zola entró por Signori en el 63 para intentar deshacer el entuerto. Pero en el 75 fue expulsado. El mundo estaba pendiente de aquella gesta del futbol africano, que llegó hasta el minuto 88. Más o menos hasta cuando Baggio quiso. Italia, a la desesperada, lo intentaba y en esas le llegó desde la derecha un balón al 10 italiano, unos metros detrás del punto de penalti. Remató al primer toque, al palo izquierdo de Rufai. Un toque sutil con el que comenzaba la leyenda goleadora de Il Divino en Estados Unidos. Con el partido en la prórroga, una torpeza de la defensa nigeriana acabó en penalti que Baggio transformó. Italia, con uno menos, pero con Baggio, pasaba a cuartos.
Contra España la cosa fue de Baggios. El otro abrió el marcador y empató Caminero en el 58′. España dominaba —con penalti de Tassotti a Luis Enrique incluido— e Italia reculaba. O aguardaba su momento. Al igual que Baggio. Con 1-1 y en los instantes finales del partido, Julio Salinas tuvo un mano a mano con Pagliuca, y Roberto Baggio otro ante Zubizarreta. Resultado: España a casa y Baggio, a seguir deslumbrando en semifinales, ante Bulgaria.
El equipo revelación del torneo, que había sonrojado a Alemania —defensores del título—, encabezado por Stoichkov, medía a Italia y el liderazgo de Il Codino. Y Baggio, dispuesto a no llevar a un ataque de nervios a los tifosis como ante Nigeria y España, sentenció con un doblete —20′ y 25’— y sellaba el billete para el Rose Bowl, de Los Angeles, para disputar la final ante Brasil.
Fue una final sosa, aburrida para el espectador, táctica, maniatada. Y como tal, se decidió en la tanda de penaltis. “En mi carrera había fallado algunos penaltis, pero porque los detuvo el portero, no porque yo los lanzara fuera”, dijo tiempo después Roberto Baggio sobre aquel lanzamiento. Concretamente, en su carrera lanzó 79 penaltis y anotó 71. Cuentan que incluso su guía espiritual le dijo antes del inicio del Mundial: “Este campeonato lo ganarás o lo perderás en el último minuto”. Y lo fue ganando en el último minuto y lo tuvo en sus manos —pie derecho— hasta el último instante de la final, donde lo perdió. El resultado: el conocido por todos. El estigma que siempre acompañará a Roberto Baggio. El penalti que siempre lo perseguirá.
Se levanta
Pero Baggio no se rindió. En 1995 logró liga y copa con la Juventus, en la que empezó a despuntar un joven llamado Alessandro Del Piero. Al finalizar aquella temporada se marchó al AC Milán. Permaneció dos años y logró otra liga. Fichó por el Bolonia en la temporada previa al Mundial de Francia de 1998 con el objetivo de jugarlo. Lleva tiempo fuera de la selección y su lucha contra Del Piero, su sucesor en la Juve, por el puesto de titular en la azzurra es asombrosa: resurge y anota 22 goles —su récord— por los 21 del juventino. Cesare Maldini lo incluyó en la lista para el Mundial. Baggio comenzó de titular y en el partido inaugural frente a Chile marcó y salvó con su gol a Italia: 2-2. Volvió a marcar en la victoria ante Austria (2-1), y otra vez en los instantes finales del partido para dar la tranquilidad a Cesare Maldini (Austria haría su gol en el minuto final del partido, ya con 2-0).
Italia se clasificó para octavos, donde derrotó a Noruega (1-0) y se las vio con la anfitriona y a la postre campeona, Francia, en cuartos. El partido acabó 0-0 y en la prórroga Baggio tuvo la oportunidad de marcar, pero su volea se marchó muy cruzada, quién sabe si porque el destino quería ponerlo de nuevo, como en Italia 1990 y EE. UU. 1994, frente a una nueva tanda de penaltis. En esta ocasión Baggio fue el primero de su equipo en lanzar. Adentro. Pero Italia perdió. En los penaltis. Como en 1990. Y como en 1994. Il Codino tuvo protagonismo en las tres muertes súbitas. Lanzó en las tres. Y perdió las tres. Marcó dos y falló uno. El que no tenía que fallar. El que lo perseguirá siempre.
Tras el Mundial de Francia fichó por el Inter, club en el que estuvo dos temporadas. Las lesiones marcaron, una vez más, su paso por los neroazzurris. No fue llamado para la Eurocopa del 2000 y ese inicio de curso decidió fichar por el Brescia. Pasará allí, junto a Guardiola y Pirlo, entre otros, los últimos cuatro años de su carrera profesional. Aspiraba a disputar el Mundial de Corea y Japón. Una lesión en la rodilla, la izquierda esta vez, lo privó de la llamada de Trapattoni. Pero no lo privó de que el club retirara para siempre la zamarra con el dorsal 10.
Su último partido con la selección lo jugó el 28 de abril del 2004, un partido homenaje contra España (1-1). Fue una fiesta por y para él. La Gazzetta dello Sport tituló: “Has sido mito. Has sido Baggio”. A pesar del tributo que le brindó el futbol italiano, él no olvida: “Aquel penalti lo he tirado de todas las formas, en sueños, en el pasillo de casa Y siempre lo he marcado. Fue el momento más duro de mi carrera y si pudiera borrar un momento de mi vida sería ese”. El momento del que los aficionados nunca se olvidarán: el penalti que lo perseguirá toda su vida.