A los 12 años probó para ingresar en el equipo de su corazón, el Hadjuk Split, pero su físico, pequeño y de aspecto endeble, frenó la opción. Cuatro cursos después recalaba en el Dínamo de Zagreb, eterno rival de todos los procedentes de la Dalmacia, como los Modric. Pero su apariencia enclenque seguía pesando más que sus dotes y tuvo que convencer al gigante del futbol croata con dos cesiones: con el Zrinjski Mostar, de la durísima liga bosnia, y el Inter Zapresic. Al fin con sus galones y vistiendo la camiseta del Dínamo, levantó cinco títulos en tres temporadas. El Tottenham llamó a su puerta. A cambio de 18 millones de euros, los Spurs se llevaron al que ya apodaban el nuevo Cruyff, debido a su parecido físico con el holandés, después de haber coqueteado infructuosamente con el Barsa.
Los cuatro cursos en que dejó su marca en White Hart Lane fueron la historia de una satisfacción incompleta: titular indiscutible, marcó 17 tantos y dio 27 asistencias a lo largo de 160 partidos. Solo pudo disputar una Champions League con los Spurs y nunca peleó títulos. La llamada del Madrid de José Mourinho, con sus 35 millones de euros, fue una bendición para Modric, cuya carrera se veía sorpresivamente rescatada de una mediocridad poco acorde a sus condiciones. Hoy, solo Cristiano Ronaldo le roba protagonismo en un Santiago Bernabéu que aplaude cada uno de sus quiebros. Con él, el Madrid ha encontrado, el motor que tanto tiempo buscó.
Con su selección nacional ha padecido el mismo síndrome condenado a formar en un combinado de perfil medio, espera desde su debut en mayo del 2006 que Croacia se alinee para dar la campanada en una gran cita.
Nadie sitúa al equipo de los cuadros rojiblancos en la nómina de favoritos para Brasil, pero la historia de los mundiales está llena de invitados no esperados. Logre lo que logre, Croacia necesita de Luka Modric para llegar a ello.