EDITORIAL
Caudillismos carcomen democracia y derechos
Por más pretextos democráticos que se invoquen para justificar los reeleccionismos presidenciales indefinidos, sobre todo los que alteran la Constitución Política local para autootorgarse permiso, la historia demuestra que los caudillismos a la larga solo se nutren de demagogia, autoritarismo, intolerancia y, por supuesto, una buena dosis de egolatría aderezada con adulación. Las lecciones de la historia son trágicamente elocuentes en cuanto a presidentes que llegan al poder aprovechando la ruta institucional pero luego buscan subterfugios, aplanadoras y validaciones leguleyas para imponer sus intereses.
Para no hablar primero del vecino, hay que mencionar que Guatemala ha sufrido varios períodos autocráticos: tres lustros con el capitán general Rafael Carrera, 12 años con el general Justo Rufino Barrios, 22 con el dictador Manuel Estrada Cabrera y otros 13 con el general Jorge Ubico, a lo cual se pueden sumar intentonas de otros gobernantes por prolongar sus regímenes, por supuesto a través de “elecciones”, pero que fueron frenados súbitamente por la naturaleza mortal del ser humano. Más de un tercio de la existencia de la República de Guatemala ha transcurrido bajo despotismos que han dejado su marca de intolerancia, violencia y polarización.
Lamentablemente, la clase política, que es más bien politiquera sin clase, vive embarrada en la codependencia de los clientelismos, los conflictos de intereses y afanes inconfesables de lucro. Carentes de brújula ética también están desprovistos de la capacidad de superar diferencias para trazar y respetar acuerdos de Estado, cuyo avance puede asegurar mejores derroteros de desarrollo sin importar quién gane cada elección porque priorizaría la hoja de ruta de competitividad, educación, salud y seguridad integral. Y si no es así, que lo demuestren ya.
Basta ver el zigzagueo caótico de partidos y dirigentes, los festines millonarios de recursos públicos de las últimas dos décadas, la mala calidad de la obra pública, el desinterés absoluto por la calidad educativa y los cansones discursos repetitivos de cada campaña. Ese carrusel de pantomimas y decepciones bate un caldo de cultivo en el cual se fermentan caudillismos demagogos a la medida de la desesperación ciudadana.
A eso le apostó Serrano Elías para el autogolpe de 1993, también el extinto Frente Republicano Guatemalteco, con Alfonso Portillo, y cada inquilino del Palacio Nacional que intenta vender renovación pero solo agrava el desengaño. A eso le apostaban la mano dura, Baldizón y otros fiascos que buscan distraer con falsos nacionalismos e invocaciones en vano del santo nombre de Dios. La incapacidad y voracidad politiquera facilitó la llegada del chavismo en Venezuela y también el regreso al poder de Daniel Ortega en Nicaragua, en 2007, quien hoy no tolera ninguna verdad que no sean odas a la medida de su intelecto. Así es como llegó al gobierno de El Salvador Nayib Bukele, rodeado de un aura de desenfado y eficiencia mediática, y ahora se dispone a buscar la reelección tras levantar su bancada del Congreso una de las prohibiciones constitucionales que le estorbaban.
Los pretextos continuistas son siempre los mismos. Y la historia demuestra que los desengaños también, solo que con más tiempo y más derechos perdidos. Por eso los caudillos siempre proclaman la libertad de expresión, pero solo para quienes les dicen lo que quieren oír: para quienes señalan sus fallas, los abusos de sus partidarios o el incumplimiento de ofrecimientos solo quieren silencio, cárcel o exilio. Así de trágico es.