En Guatemala, los primeros africanos esclavizados llegaron con los españoles, en 1524. Se propuso la abolición de la esclavitud en 1823, pero no se oficializó sino hasta 1824, por lo que este oscuro capítulo se prolongó por tres siglos en territorio guatemalteco.
El origen de la esclavitud se remonta a la antigüedad, cuando, como consecuencia de guerras, se esclavizaba a los vencidos para emplearlos en los trabajos más degradantes y duros, además de que los propietarios tenían derechos sobre su vida. Sin embargo, la esclavitud llegó a ser funcional al surgir la agricultura, cuando las sociedades se hicieron sedentarias, con una economía de expansión que requería mano de obra, se indica en al artículo Algunas notas sobre la esclavitud de negros, y leyes que se les aplicaban en Guatemala durante el siglo XVIII, de Abraham Solórzano (2018).
Durante el período colonial los españoles utilizaban las palabras “negro”, “negra”, “negros” o “negras” para referirse a personas esclavizadas de origen africano y a sus descendientes, y que aparecen en documentos de la época, y por ese motivo se emplean en citas textuales en este espacio, pero no de forma discriminatoria o despectiva.
El hecho de que la esclavitud se centrara en los africanos se debió a que “había que explotar el Nuevo Mundo y ni los indios ni los blancos se adecuaban al clima y condiciones laborales”. El origen de la esclavitud se situó en África porque en ese continente los pueblos también esclavizaban a sus pares desde hacía mucho y a partir del siglo XV fueron grupos de los propios africanos quienes proveían de mano de obra a los traficantes provenientes de Europa.
En el capítulo Conquistadores negros en Mesoamérica, del libro Negros, mulatos y zambos, de Horacio Cabezas Carcache (2023), durante los cuatro viajes de Cristóbal Colón no se permitió que, desde España, llegaran africanos a las Indias Occidentales. En 1511 las autoridades de la isla La Española pidieron a la Corona enviar muchos africanos de Guinea “porque era más útil el trabajo de un negro, que de cuatro indios”. En 1516, el cardenal Francisco Cisneros autorizó el primer envío de africanos esclavizados.
Al llegar Hernán Cortés a México, en 1518, llevaba “algunos negros de servicio”, según lo confirmó el cronista Bernal Díaz del Castillo, quien participó en esa empresa. En el Códice Florentino, escrito por el fraile Bernardino de Sahagún, se habla de vigías mexicas que informaron a Moctezuma de la llegada de Cortés al Golfo de México, quienes vieron en las embarcaciones a personas con cabellos crespos y prietos —de piel muy oscura—.
Al salir Pedro de Alvarado, el 6 de diciembre de 1523, desde Tenochtitlán a Guatemala, llevaba un gran ejército, pero no se aclara si alguno era africano, aunque es posible que los hubo en la infantería o artillería.
En la tesis de licenciatura El negro en Guatemala durante la época colonial, de Ofelia Calderón de González, Usac (1973), fueron Cortés y Alvarado quienes introdujeron a los primeros africanos a México y Guatemala, tal vez desde las Antillas, donde habitaban a principios del siglo XVI. En esa época ya se concertaban contratos entre la Corona y traficantes particulares para traer africanos a las Antillas y Cuba.
En 1527 De Alvarado se asoció con el secretario real Francisco de los Cobos y el doctor Beltrán de la Cueva para introducir 600 africanos esclavizados para explotar minas en Chichicastenango, Quiché, a cambio de una parte de los metales que extrajeran en el Mar del Sur, en Perú.
El obispo Francisco Marroquín contribuyó a la trata de personas esclavizadas en Guatemala, a donde llegó en 1527, pues sugirió en 1543 al rey introducir masivamente africanos —de 5 mil a 6 mil—. Cinco años después, volvió a insistir en ello, para favorecer a los mineros españoles y al real erario, se expone en el capítulo Esclavos negros en la audiencia de los confines (2023), de Cabezas Carcache. Marroquín fue propietario de un buen número de ellos. En su testamento se menciona el nombre de varias personas esclavizadas a su servicio y su destino.
En 1532, a los españoles que salían de la península se les autorizó traer personas esclavizadas a Guatemala, después del pago de 12 ducados por cada uno. El primer conjunto de leyes elaboradas para normalizar la situación de africanos esclavizados y libres fue el de las ordenanzas de Santo Domingo, en el segundo cuarto del siglo XVI, con algunas modificaciones en 1547, dirigidas a garantizar la seguridad de los colonizadores en las ciudades para evitar rebeliones de estas personas, perseguir a los cimarrones —los que se habían fugado— y tener mayor control de la población africana.
En un principio, el rey de España ponderó las ventajas de la introducción de africanos a América, por lo cual extendía licencias —asientos— para la comercialización de estos, que prevalecieron hasta 1640. Entre las ventajas estaba proveer de mano de obra funcional, pues podían ser cristianizados, reconocidos por su color de piel, tenían mejor resistencia a enfermedades europeas, se sometían con facilidad y el continente africano ofrecía un enorme número de ellos.
Primera importación
Las primeras noticias de importación de africanos esclavizados hacia el Reino de Guatemala surgieron después de la promulgación de las Leyes Nuevas de 1542, dice Solórzano, con las cuales la Corona buscaba proteger al indígena, al sacarlo de su condición de esclavitud. Para acatar las leyes, los españoles debían sustituir al indígena en los trabajos que desempeñaba, y la única forma de lograrlo fue traer africanos.
En 1543 arribaron a Puerto Caballos, Honduras, dos embarcaciones que provenían de Sanlúcar de Barrameda, España, y de Santo Domingo. En esta última venían 150 piezas —adultos de 1.80 metros de estatura— de personas esclavizadas, según informó el presidente de la Audiencia de los Confines, Alonso de Maldonado. Veinte años después se autorizó la venta y comercio libre.
A partir de 1543 las ventas de licencias fueron aumentando. Solo en 1552 la Corona ofreció en venta 23 mil licencias a particulares, con las cuales se les otorgaban muchos beneficios para la compra, como venderlos en cualquier provincia del Nuevo Mundo y al precio que el traficante le conviniera.
A finales del siglo XVI y principios del XVII se menciona que solo en el valle central de Guatemala había 600 africanos esclavizados, además de los 300 que se habían escapado a los alrededores del Golfo Dulce, y se hace alusión a algunos africanos cimarrones que se encontraban en las costas del Pacífico, donde se producía añil.
De acuerdo con la tesis de licenciatura Esclavos negros en Guatemala, de 1774 a 1824, de Georgina Ruano de Vannini (2000), el número de africanos que entraron al Reino entre 1520 y 1820 fue de 21 mil, de forma legal y por contrabando, que fueron enviados a las minas de plata de Honduras, obrajes de añil de Sonsonate, El Salvador, a las haciendas de caña de azúcar y de ganado, así como a casas de españoles.
Santiago de Guatemala se convirtió en el centro de acopio y enlace entre México, El Salvador y Honduras que demandaban africanos esclavizados. Los ingresos para la monarquía española de la trata de estas personas fueron considerables, pues las autoridades cobraban impuestos por concesiones, asientos, compraventas e ingresos a los puertos, y los propietarios de haciendas que tenían personas esclavizadas a su servicio debían hacer un pago anual de dos pesos por cada uno. Entre más se traficaban, se generaban más ingresos para la Corona.
Muchos de los que se dedicaban a la compraventa de africanos esclavizados ocupaban cargos públicos y eran parte de la élite. No había defensa a favor de los derechos de los esclavos esclavizados, como sí hubo para los indígenas. Las órdenes religiosas de dominicos, jesuitas y monjas de la Concepción fueron las que mayor número de africanos esclavizados tenían. Por lo mismo, fomentaron los matrimonios de estos para su reproducción.
En los ingenios de azúcar, administrados por curas, se concentraba el mayor número de personas esclavizadas, según documentos del Archivo General de Centro América. En el ingenio San Jerónimo, Baja Verapaz, propiedad de los dominicos, considerado el más grande de ese tiempo, se calcula que había unos 700 africanos esclavizados.
La Corona era la encargada de estipular el número de africanos esclavizados que se traían, tiempo de vigencia de la licencia, punto donde se obtendrían y sitios de América donde se efectuaría la transacción. El Ayuntamiento de Guatemala, cuando debía efectuar trabajos y no conseguía mano de obra, solicitaba a la Corona permiso para comprar a estas personas con dinero de la Hacienda Real. La Corona dispuso en 1595 que fueran reservados 2 mil africanos esclavizados para enviarlos a los lugares que los solicitaran.
Contrabando
Otra forma de introducir a esta mano de obra fue el contrabando que hacían los países europeos. Este ilícito se agudizó con el monopolio otorgado a Pedro Gómez Reynel, considerado el primer asentista de personas esclavizadas al Nuevo Mundo. Al finalizar el asiento de Gómez Reynel, la Corona firmó otro con Juan Rodríguez de Coutiño en 1601, en el cual se estipulaba que llegarían 200 de estos cada año a las costas de Honduras durante el tiempo de la concesión, destinados a la explotación de minas. Los mineros de Guatemala hicieron una petición similar al rey.
En Puerto Trujillo el tráfico de africanos esclavizados era de gran importancia, pues de ahí eran llevados a las provincias. A partir de 1624 empezó a intensificarse en América el contrabando que perpetraban traficantes de Inglaterra, Francia y Holanda, países que habían ocupado islas del Caribe.
En 1681 el contrabando holandés se amplió y traían un gran número de africanos al Caribe, que luego eran vendidos por las costas del Nuevo Mundo. En 1713 Francia cedió a Inglaterra el derecho de introducir africanos en la América Española, al firmar un contrato de asiento por 30 años. A las costas de Guatemala llegaban balandras —naves pequeñas— inglesas con mercadería y africanos esclavizados.
Hacia 1761, la Corona, que estaba enterada de todos los africanos que habían entrado en el país y sobre los cuales no se habían pagado derechos, escribió al presidente de la Audiencia para que exigiera a los propietarios la obligación de tributar. De lo contrario, se les decomisaría estas personas.
Cimarronaje
Los africanos esclavizados siempre mostraron resistencia y rebeldía por las condiciones de explotación y malos tratos. Hubo rebeliones y algunos escapaban a los montes, donde formaban poblados que llamaban quilombos o palenques, y llevaban una vida similar a la que tenían, como fugitivos. Se llevaban consigo a sus mujeres e hijos y ahí trataban de subsistir con frutas y raíces, y también cazaban. Cuando esto sucedía, el propietario informaba a las autoridades para que el alguacil los persiguiera, y una vez capturados se los regresaba, aunque la mayoría de veces no eran hallados.
Los fugados representaban una pérdida económica para españoles y criollos, pues asaltaban las caravanas que transitaban hacia el Golfo Dulce y robaban lo que podían. Cuando eran capturados los obligaban a revelar dónde había más fugitivos. También había castigos por ocultar fugados. Como una manera de incentivar la detenciones de cimarrones, las autoridades pagaban recompensa. No obstante, pese a continuas redadas no se logró erradicar las fugas.
El problema de los cimarrones existió en Guatemala hasta el siglo XVIII. Quedaron testimonios sobre medidas para contener la fuga de personas esclavizadas, evitar que otros los ocultaran o que los tuvieran a su servicio. Cuando se les capturaba se le daban cien azotes, además del castigo que recibiría de su propietario. Cuando las personas esclavizadas no estaban conformes con sus propietarios podían solicitar uno nuevo, pero dependía de la autorización del que querían abandonar.
Problema social
De la población de africanos libres eran muy pocos los que se dedicaban a la agricultura para sostenerse. Los demás formaban grupos de ociosos que recorrían las calles y hacían escándalo. Por eso el Ayuntamiento pidió a la Audiencia que se evitara el ingreso de nuevos africanos.
La Audiencia envió las protestas al rey, quien, en respuesta, prohibió la entrada de africanos esclavizados a la provincia por cédula real del 17 de septiembre de 1646. Otras instrucciones reales eran vigilar constantemente a los negros para evitar que se unieran a los portugueses, con cuyo país España estaba en guerra; impedirles que salieran de noche y prohibirles que se reunieran con otros grupos de negros para prevenir alzamientos. Pero siempre se ingeniaban la manera de hacer de las suyas.
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El oidor Antonio de Lara Mongrovejo, que ocupaba el cargo de presidente interino, organizó en 1649 milicias con todos los españoles, indígenas y negros desocupados, como medida contra vagos y ociosos, con el pretexto de defender el país de los ataques de piratas. Por muchos años, la provincia de Guatemala no tuvo necesidad de esclavos negros. El último envío legal que entró fue en 1638.
Fue en 1658 cuando tanto mineros como dueños de obrajes volvieron a pedir esclavos para las labores. El obispo y la Audiencia detallaron al rey el panorama deplorable de las minas, obrajes de tinta, ingenios de azúcar y haciendas, por falta de mano de obra, después de la muerte de esclavos, a raíz de pestes. Por esa razón, solicitaron al rey que permitiera introducir 2 mil negros y 500, cada año. El rey aprobó el ingreso por todo el tiempo que durara la concesión, que se prolongó de 1662 a 1674.
El último contrato autorizado para traer africanos a Honduras fue el suscrito entre la Corona y Miguel de Uriarte, en 1760, quien transportaría al territorio a 200 de ellos cada año, durante los 10 que autorizaba la concesión. Entre las modificaciones figuraba que la Corona permitía a los traficantes hacer el trueque en África por mercadería. Después, los africanos llegarían a Puerto Rico para ser distribuidos a los puertos estipulados en embarcaciones españolas.
Labores
Sobre los trabajos que los africanos esclavizados debía efectuar en el país en los primeros años del siglo XVI la Corona no intervino y quedaba a discreción del propietario asignarlos. Como la provincia de Guatemala estaba por conquistar, los peninsulares, al internarse en el territorio, se acompañaban de 10 africanos armados.
El trabajo de estas personas fue de gran utilidad cuando se introdujo el cultivo de la caña de azúcar y se establecieron ingenios en todo el territorio. También se les utilizó tras la introducción de la crianza de ganado vacuno, sobre todo en la Costa Sur.
En el ingenio San Jerónimo llevaban a cabo trabajos de albañilería, carpintería, fundición de metales y para abrir caminos, así como otros servicios que exigieran los religiosos.
En las casas de familias acaudaladas los africanos esclavizados eran sirvientes, mayordomos, cocineros o cocheros, y las mujeres, damas de compañía, nodrizas y niñeras, entre otros.
En el ingenio las mujeres ayudaban a cortar caña, quitaban la maleza y ponían la caña en trojes. A las embarazadas no se les permitía trabajar en el campo cuatro meses antes del parto y tres meses después. En ese lapso hacían oficios domésticos en las casas de sus propietarios.
Los africanos esclavizados tenían una posición que les permitía descargar el trabajo más duro en los indígenas. En su mayoría eran calpixques o capataces, se indica en la obra Jiquilite-añil, inicio del barroco en Guatemala, de Cabezas Carcache (2016). Los españoles que llegaron en el siglo XVI lo hacían con sus africanos esclavizados y mulatos —resultado de la unión de una africana con un europeo— a regiones cálidas como Escuintla, Guazacapán, Chiquimula o Sonsonate, para producir añil con jiquilite silvestre.
Las primeras disposiciones en Guatemala para que se utilizaran negros y no indígenas en la industria del añil fueron concebidas por la Audiencia en 1580, para evitar que sacaran a los indígenas de sus poblados de climas benignos y fueron llevados a trabajar a la costa.
La real cédula de 1601 impuso al africano, así como a mestizos, mulatos libres y españoles ociosos trabajos de campo, ganadería, edificación de obras públicas y privadas, servicios en casas de particulares, en ingenios de azúcar, obrajes de lino, lana, seda y algodón, minas y recolección de perlas.
Los africanos y mulatos libres podían dedicarse a cualquier trabajo, que nadie se los impedía. Podían ser comerciantes, como en las pulperías, donde además de chicha vendían toda clase de mercancías.
Compra y venta
Las ventas de africanos las hacían los representantes de los asentistas, quienes tenían a su cargo una factoría y eran responsables de cuidar de ellos hasta el día de la transacción. En 1554 el rey intervino para regular las actividades de dichas factorías. Las autoridades y particulares también vendían a estas personas en subasta pública, pues pertenecían a la Hacienda Real. Entre ellos, los que se habían declarado perdidos o sin declarar.
José de Piñol fue uno de los primeros asentistas, que compraba africanos para luego venderlos. También lo hacía a contrabandistas. En las dos transacciones se pagaba alcabala, porque estas personas eran consideradas mercancía.
Se ignora el precio de un africano esclavizado en Guatemala en los primeros años del siglo XIV, pero en 1527 el rey había determinado que no se vendieran a más de 45 ducados. A partir de 1513 se pagaba 2 ducados por venta, pero poco a poco aumentaron de valor. En 1560 y 1561 el impuesto subió de 9 a 30 ducados.
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En 1556 la Corona estableció una tarifa general para la venta de africanos esclavizados en América para que los precios no se alteraran, que dependía del lugar de destino y podía fluctuar entre 100 y 180 pesos por cada uno, pero los asentistas siempre los vendían a precios antojadizos.
La compra de estas personas se consideraba una inversión que se podía utilizar, reproducir, negociar, recuperar y obtener ganancia. Los dueños los tomaban como parte de sus propiedades y, por consiguiente, los podían heredar en su testamento. Además se podían donar, ceder o ganar en juegos de azar.
En 1756 las autoridades pagaron por cada africano 184 pesos para fortificar Omoa, en Honduras. Debían tener buena salud y disposición para el trabajo. Un cirujano certificaba que los había examinado.
En 1760, al asentista Miguel de Uriarte el rey le fijó los precios siguientes: piezas de Indias —adultos, hombres y mujeres—, 290 pesos; mulecones —de 14 a 18 años—, 260, y muleques —menores de 6 hasta los 13 años—, 230. Los africanos esclavizados debían rendir el máximo en su trabajo, ya fueran hombres o mujeres, sin importar la edad.
En el siglo XVIII y las dos primeras décadas del siglo XIX los principales propietarios y traficantes de estas personas en Guatemala fueron los dominicos, seguidos muy de lejos por las familias Palomo, Bárcenas, Sobral, Arroyave, Arrivillaga y Croquer. Otros propietarios fueron personas de la élite como los Aycinena, Martínez Batres, Pavón, Piñol, Larrazábal, Landívar y Barrundia.
Cuando la transacción involucraba ventas de familias completas, lo usual era que el precio correspondiera a todos sus integrantes.
Según las 1 mil 24 escrituras de compraventa de africanos esclavizados efectuadas de 1774 a 1824, consultadas para la tesis de Ruano, el año de mayor venta fue 1776, con 69 escrituras, correspondientes a igual número de personas. Del total de escrituras, 63 por ciento eran de mujeres y el resto, de hombres. Solo 39 de ellos provenían del exterior. Los compradores que más los adquirieron fueron Manuel Martínez Caballero y Fernando Sobral.
La edad de la venta de estas personas abarcaba de cero a 80 años. Por ejemplo, Matías Bustamante vendió a una mujer de 20 años con su hijo de meses de edad. Los precios, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, se mantuvieron en los 200 pesos por uno joven, una cifra bastante alta para la época. Asimismo, dependía de la edad, sexo, salud y destreza para desempeñar un oficio.
En los contratos se especificaba la condición de la persona, si tenía alguna discapacidad o enfermedad cardíaca. En estos documentos se lee una cláusula que aclara que la persona se vendía “con todos sus vicios y defectos, enfermedades públicas y secretas”. De esa forma, no se aceptaba su devolución.
Trato
Los africanos esclavizados siempre fueron maltratados. Esta tortura comenzaba en África, desde donde eran trasladados a América en barcos de poca capacidad, sin espacio para movilizarse, con grilletes en los pies, poca comida y sin ningún cuidado de su salud. De los miles que se embarcaban, solo resistían los más fuertes.
Al arribar a puerto eran introducidos en barracones de asentistas o cabildos. Después de una revisión minuciosa por parte de autoridades, designaban quiénes eran considerados piezas de Indias mediante el palmeo —medir por palmos; debía tener 1.80 m de estatura—, además de determinar su edad y hacerle un examen físico.
También se les hacía la carimba, una marca con hierro al rojo vivo del sello del rey y del asentista, en la espalda, pecho o muslo, que quedó eliminado en 1785. Los africanos que no llegaban de forma legal no tenían marca, por lo que si eran capturados pasaban a formar parte del patrimonio real.
Para venderlos, los posibles compradores revisaban la “mercancía”, regateaban y, si les parecía, los compraban. Al trasladarlos a su propiedad comenzaba una vida de tareas extenuantes y crueldades, y debían amoldarse al ambiente y al trabajo.
Era permitido que los propietarios castigaran a su antojo a estas personas. Los escarmientos más comunes eran los azotes, que se les infringía en público o en privado. También era lícito utilizar el cepo —aparato que servía para inmovilizar— y cadenas, entre otros.
Cuando se les azotaba, se trataba de no fracturarles los huesos, lo que demuestra que siempre se trató de proteger la inversión y nunca a la persona.
Otros propietarios los encerraban en cuartos oscuros y húmedos, les traspasaban las manos con clavos o se las mutilaban, les cortaban las orejas o les dislocaban pies o manos. Los castigos se imponían sin distinción de género o edad. Si la persona había sufrido contusiones, hemorragias o amputación de extremidades el agresor se sometía a la justicia y su víctima vendida, pero la manutención de por vida correría por cuenta del propietario que le había causado los daños.
La única preocupación de la Corona por los africanos esclavizados era que se les impusiera la doctrina cristiana. A finales del siglo XVIII y principios del XIX casi todos ellos eran cristianos y se les daba permiso para asistir a misa los domingos y días festivos.
En 1790 inició un plan para generar, por primera vez, un reglamento, con el fin de regular la forma en que debían ser tratados y darles mejores condiciones de vida, y así disuadir los excesos de los españoles. Por ejemplo, debían suministrarles alimentación tres veces al día, vestimenta, un lugar adecuado para dormir, no obligarlos a trabajar más allá de sus fuerzas, brindarles asistencia médica y sepultura. Dicho reglamento se aprobó en 1819.
Josef Mariano Arrivillaga y Castilla informó a la Corona sobre el trato que daba a las personas esclavizadas en su ingenio. Indica que comían carne y tortilla los tres tiempos de comida y algunas veces, frijol y queso. El desayuno era entre 7 y 8 horas; el almuerzo, entre 12 y 14, y la cena, a la hora de la oración. La comida era la misma para los africanos esclavizados y los libres. La vestimenta de los hombres era camisa y calzones blancos de manta, chamarra y sombrero de lana, y el de las mujeres, güipil o camisa de bretaña, enaguas de tela y fustán de manta.
Salían a las 8 horas al trabajo y regresaban a las 11. Luego de 16 a 18. Algunos trabajaban por día y otros por trato. Los días de fiesta no se trabajaba. A los enfermos se les curaba con medicamentos caseros y si era de gravedad, se les llevaba al hospital.
Las habitaciones para dormir y descansar eran galeras cubiertas de paja o teja, con tapescos de caña, además de petate y chamarra de sayal.
Era prohibido que los propietarios dieran la libertad a adultos mayores o enfermos, y estaban obligados a mantener a los menores.
Manumisión
En el Nuevo Mundo, y por tanto en Guatemala, había, además de africanos esclavizados, otros que eran libres y en esa condición llegaron a América, al haberle concedido el propietario su libertad o al comprarla. Esta facultad fue otorgada el 15 de abril de 1540, cuando se ordenó que fueran oídos en juicio los africanos Alonso García y Juan Ruiz, a quienes se les amparó y dejó en libertad.
Algunos eran manumitidos por sus amos o las autoridades por algún servicio especial que llevaran a cabo. Para ahorrar dinero y comprar su libertad, en la leyes estaba contemplado que podían cultivar una parcela de tierra y lo que producían era de ellos. Otra modalidad era dedicarse a oficios como reparación de zapatos o cortes de pelo en su tiempo libre y con el consentimiento de su propietario. Además, podían comprar y vender inmuebles, una vez el propietario les diera una carta poder, y de ello les quedaba un excedente que podían guardar para comprar su libertad. Les llevaba muchos años obtener la suma necesaria y muy pocos tenían esta oportunidad.
Después de obtener su libertad, los africanos eran incorporados al estrato social más bajo. Su libertad no era plena, porque continuaban ligados a sus últimos propietarios, al quedarse viviendo en las casas patronales o en un lugar cercano. Si se alejaban, podían ser capturados y vendidos. Además, no se les permitía transitar por las noches, que vistieran igual que los españoles o los criollos ni llevar joyas. Se dedicaban a trabajar como acarreadores de leña, de aguateros, sastres, peluqueros o albañiles, entre otros oficios.
Mestizaje
De la unión de españoles y mujeres africanas nacieron los denominados mulatos, a los que también se les consideraba esclavos. Los españoles embarazaban a estas mujeres para contar con una nueva persona esclavizada, sin tener que comprarla. Ante ello, la Corona ordenó a los españoles que adquirieran a sus hijos para ponerlos en libertad. El fruto de esta unión forzada tenía las mismas restricciones que para los africanos: no usar armas, no tener sirvientes indígenas, no aspirar a cargos públicos y no pertenecer a órdenes religiosas.
Una de las actividades a la que se dedicaba este grupo era la elaboración de artesanías. En 1650, africanos y mestizos formaban gremios de artesanos junto con los españoles.
El denominado zambo, hijo de africano e indígena, o viceversa, tuvo menos suerte que el mulato, pues tenía condición de esclavo, tributaba como indígena, debía acatar todas la prohibiciones y constituía la clase social inferior.
De los repetidos cruzamientos entre indígenas, africanos y españoles se originó infinidad de combinaciones, que se conocieron como morisco, lobo o jíbaro.
Baja demanda
El descenso de venta de africanos se debió a que en el siglo XVIII hubo una alta cifra de manumisiones. El tráfico perdió interés, porque ya no era un negocio próspero como en el siglo XVII, pues a la persona esclavizada se le consideraba mercadería barata, por el frecuente ingreso clandestino. En 1789 el rey concedió libertad de comercio de africanos en todas las provincias del Nuevo Mundo, por lo que cualquiera podía comprarlos en Santo Domingo, Cuba, Puerto Rico y Caracas. Además, se dispuso que no se pagara ningún impuesto y venderlos al precio que se quisiera.
Para ese tiempo, la mano de obra esclavizada ya no era esencial, pues había un gran número de ella, según los colonizadores, y no era conveniente introducir más. Los africanos se fueron reproduciendo y en el siglo XVIII muchos habían sido liberados, aparte de la mano de obra casi gratuita de indígenas, a disposición de los terratenientes.
A principios de 1821 la Corona ordenó a la Audiencia prohibir la introducción de africanos a la provincia. Por las costas del Pacífico también ingresaban. En su mayoría, a la barra del Tulate, Escuintepeque o Escuintla, Suchitepéquez y el sudeste.
En el capítulo VII de las Cortes Generales de 1812 se les concedía la libertad de ingresar en la universidad, ser alumnos de seminarios y pertenecer a órdenes religiosas.
Los únicos cargos a los que no podían aspirar eran los de elección popular. En un oficio de 1813 se especificaba que los africanos de origen no podrían integrar la Diputación Provincial de Guatemala.
Según datos demográficos de Domingo Juarros de 1778, de los 370 mil 164 habitantes en todo el territorio, 71 mil 343 eran mulatos y 253 mil 350, indígenas.
Abolición
El movimiento abolicionista universal se inició para poner fin a la trata de africanos en el Atlántico y liberar a los de las colonias de países europeos y Estados Unidos. El primer instrumento internacional que condenó esta práctica fue la Declaración de 1815.
España, al igual que otras potencias europeas, aceptó el principio de abolición del tráfico de personas esclavizadas ese año, girada a América, para ponerla en vigor el 30 de mayo de 1820. En Guatemala, la idea de la abolición se había gestado años atrás y el principal promotor fue el Ayuntamiento, en especial en las Cortes de Cádiz: 1810-1812.
Cuando se obtuvo la Independencia de España se aprobó dar la ciudadanía a afrodescendientes. En el Acta de 1821 se pidió que cada diputado representara a 15 mil individuos “sin excluir de la ciudadanía a los originarios de África”.
El 1 de julio de 1823, cuando se decretó la independencia absoluta, varios grupos de africanos esclavizados presentaron memoriales ante la asamblea para solicitar su libertad; entre ellos, los de Trujillo, Honduras, y los del convento de Santo Domingo, en Palencia.
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Después del decreto de la Asamblea Constituyente de las Provincias de Centro América, que prohibía la introducción y tráfico de africanos esclavizados, se decretó la libertad y abolición de servidumbre el 24 de abril de 1824. Los diputados que lo propusieron fueron Mariano Gálvez y Francisco Barrundia, en la sesión del 31 de diciembre de 1823.
La abolición se concretó sin ninguna dificultad y las autoridades y particulares pusieron en libertad a estas personas, que prefirieron quedarse en las casas de los que habían sido sus propietarios. Con ello, Guatemala se convirtió en el primer país de Latinoamérica en abolir la esclavitud.
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