EDITORIAL

Testimonios de bondad

Durante la pandemia, cuando miles de guatemaltecos se quedaron sin trabajo, perdieron buena parte del ingreso económico familiar y quedaron a la espera de una ayuda gubernamental que en muchos casos nunca llegó, también abundaron las familias, empresas y organizaciones ciudadanas altruistas que recaudaron víveres para subsanar la penuria de aquellos meses. No se trataba de un asistencialismo vacío, sino de una genuina muestra del espíritu generoso y solidario de los guatemaltecos, que aflora sobre todo en momentos difíciles.

La reciente revelación de la crisis de desnutrición aguda en Panzós, Alta Verapaz, motivó a personas y entidades a promover recaudaciones de ayuda alimentaria para familias de esa región, sin mayores aspavientos ni pretensiones electoreras; pura buena voluntad, similar a la que inspiran, desde hace años, proyectos de rescate alimentario sostenidos por la iniciativa privada, tales como los convoyes de Guatemaltecos por la Nutrición de Cervecería Centroamericana, que no solo provee alimentos, sino también atención médica y monitoreo de salud materno-infantil. Así también, la Fundación Cofiño Stahl mantiene desde hace más de una década un programa permanente a la niñez de la aldea Las Tablas, Chiquimula, el cual surgió a raíz de un reportaje sobre la hambruna en dicha región, o los programas de CMI Guate y la Fundación Juan Bautista Gutiérrez para generar oportunidades laborales en favor de madres de áreas vulnerables.

Independientemente de las acciones, pero sobre todo de las omisiones, fallas o subregistros gubernamentales, el rescate de la niñez en riesgo de desnutrición crónica —uno de cada dos infantes guatemaltecos— podría ser una nueva propuesta de acción asertiva en comunidades urbanas y rurales. Grupos de vecinos, de estudiantes o de compañeros de trabajo pueden trazar voluntariados en favor de una cultura de empatía y compasión extendida. Muchas iglesias ya tienen bancos de alimentos, programas de atención médica gratuita y misiones de capacitación productiva, que sin duda alguna podrían ser ampliados a través de estrategias novedosas de recaudación y distribución.

Reza un dicho popular que “nadie es tan pobre que no pueda ayudar ni nadie tan rico que no necesite hacerlo”. Tal máxima expresa la posibilidad de ampliar esa vocación guatemalteca a la generosidad, dentro y fuera de las fronteras. Solo la imaginación y la voluntad son los límites para trazar y ejecutar movimientos sinceros de auxilio enraizados en valores tradicionales.

Por decir un ejemplo, en tiempos cuaresmales como los que se viven, sería doblemente meritorio si como parte de las solemnísimas velaciones e imponentes procesiones se les agregara como corolario espiritual el llamado a aportar insumos para donar directamente o entregar a entidades de ayuda. Cada devoto, cada feligrés podría dar una, una sola libra de cualquier producto alimenticio para sectores y poblados que viven en precariedad. Ello llevaría la tradición de siglos a una acción de impacto testimonial. Le daría a la piedad popular una dimensión de cumplimiento de la sentencia del Evangelio, que hoy más que nunca tiene una validez: “Quien ayuda a uno de estos pequeños, conmigo lo hace”.

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