EDITORIAL

Conversión acuífera

Se aproximan días de fervor religioso para muchísimos guatemaltecos, pero también de descanso para otros, quizá por razón de creencias o de simple aprovechamiento del asueto por Semana Santa, que para algunos comienza prácticamente a partir del Viernes de Dolores. Es predecible un fuerte desplazamiento hacia la provincia para compartir con familiares o amigos del lugar de origen, o bien para escapar de la rutina en un paréntesis muy esperado, sobre todo a tres años del inicio de la pandemia, un suceso que marcó millardos de vidas en el mundo y arrebató millones.

La industria turística se apresta para aprovechar este retorno al solaz y también a la devoción, especialmente en ciudades como Antigua Guatemala, Quetzaltenango y la capital. Respecto de los propósitos recreativos, es interesante puntualizar un elemento común que centra muchas de esas búsquedas: actividades acuáticas en balnearios, playas, lagos, ríos e incluso, para quienes optan por no salir, la diversión en una piscina portátil.

Pero, en esencia, para la existencia de dichos destinos subyace un elemento toral, de hecho uno de los cuatro fundamentales del filósofo griego Anaximandro y uno de los ingredientes básicos de cualquier forma de vida, el cual no ha sido encontrado, en la forma que conocemos, en ningún otro planeta. Solo en la Tierra existe y solamente aquí lo destruimos y lo desperdiciamos como si no fuera el recurso vital de nuestra existencia biológica: el agua.

Guatemala es un país con abundante provisión de agua dulce, incluso a pesar del cambio climático y la escasez en otras latitudes. La deforestación pasa factura, por supuesto, y ya muchos caudales fluviales no son los de antaño. Basta preguntarles a los padres y abuelos cómo eran los ríos en que se bañaron durante su infancia para tener una referencia descriptiva. No obstante las advertencias y las evidencias, la contaminación de ríos prosigue abiertamente y sin visos de solución en la mayoría de los 340 municipios de la república de Guatemala. Cauces pristinos se convierten en desagües a los pocos kilómetros.

Aún así vemos nacimientos y ríos sobrevivientes que se convierten en verdaderos edenes para los vacacionistas. Los pobladores locales usualmente conocen puntos donde todavía existe una caída de agua limpia, una poza en la cual se puede nadar o un tramo de río donde aún se observan peces, crustáceos y anfibios. Pero se trata de un privilegio cada vez más escaso, debido a la irresponsabilidad colectiva y a la indolencia de gobiernos centrales y municipales, con pocas excepciones.

Recientemente, con motivo del Día del Agua, la Organización de Naciones Unidas alertó acerca del deterioro y, por ende, creciente escasez de este recurso. Así que, independientemente del credo, posición económica, preferencia política, ocupación o pertenencia cultural, el agua debe ser valorada en su justa dimensión. Esta conversión ambiental puede partir de la experiencia gozosa de un baño feliz en un río, lago o balneario. Se precisa de agua limpia para ello, pero también para beber, preparar los alimentos, para la higiene personal y tantos otros usos domésticos o industriales. Guatemala debe proteger su recurso acuífero.

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