“Nadie puede ser marginado”, dijo ante miles de fieles y con la voz aún débil durante esta eucaristía que abre la Semana Santa.
Cubierto por un largo abrigo blanco, Francisco, de 86 años, meditó sobre las palabras de Jesús de Nazaret en la Cruz, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Explicó que “el verbo ‘abandonar’ en la Biblia es fuerte” y “aparece en momentos de extremo dolor”, y por eso el recuerdo de Cristo debe mover a sus seguidores a “buscarlo y amarlo en los abandonados” de nuestro tiempo.
“Hay tantos cristianos abandonados invisibles, escondidos, que son descartados con guante blanco: niños no nacidos, ancianos que han sido dejados solos, enfermos no visitados, discapacitados ignorados, jóvenes que sienten un gran vacío interior sin que nadie escuche realmente su grito de dolor”, exclamó el Papa durante la homilía.
El papa recalcó que hay pueblos enteros explotados y abandonados a su suerte. “Hay pobres que viven en los cruces de nuestras calles, con quienes no nos atrevemos a cruzar la mirada; emigrantes que ya no son rostros, sino números; presos rechazados, personas catalogadas como problemas”, recalcó.
Bendición de ramos
Antes de la misa, Francisco fue llevado sentado el “papamóvil” hasta el centro de la plaza, a los pies del obelisco, para bendecir las ramas de olivo y palmas que los fieles, religiosas y miembros de la Curia habían portado en procesión, como recordatorio de la entrada triunfal de Jesús de Nazaret en Jerusalén.
El papa, que se mostró pálido en algunos momentos, se puso de pie para rezar el Ángelus a mediodía, y la multitud aplaudió mientras él agradeció sus oraciones.
“Les agradezco su participación y también sus oraciones, que se han intensificado en estos últimos días. Gracias”, dijo el Papa a los fieles.