El poder de las pandillas en El Salvador es un fenómeno de larga data: desde hace tres décadas, el país centroamericano ha visto cómo la Mara Salvatrucha (MS) y el Barrio 18 han reforzado su dominio pasando de ser grupos callejeros con operaciones en Los Ángeles, Estados Unidos, a convertirse, una de ellas, en organización criminal transnacional.
Pero fue en El Salvador donde ambas pandillas encontraron arraigo luego de ser deportados desde Estados Unidos hace 25 años. Fue entonces cuando decidieron expandir su estilo gansteril en el país centroamericano: los tatuajes, el vestuario y el lenguaje fueron algunas de las características que les hicieron ganar adeptos, unos 118.000 asegura actualmente el gobierno de El Salvador.
Sin embargo, desde que el país centroamericano inició un régimen de excepción el 27 de marzo de 2022, cuyo propósito es encarcelarlos a todos, las pandillas comenzaron a perder el control de las comunidades paulatinamente. La Campanera, en San Salvador, es una colonia que ha cargado por años con el estigma de ser uno de los barrios más peligrosos del país, pero la realidad es distinta ahora, donde las pandillas no juegan ningún rol. Lo mismo ocurre con otras comunidades que por años fueron territorios repartidos entre estos grupos para cobrar la renta o asesinar.
Hoy, el gobierno de El Salvador asegura haber desestructurado a las maras socavando su control territorial y su estructura jerárquica.
Una estructura golpeada
La MS y el Barrio 18 han tenido su propia jerarquía desde hace años. En su ápice se encuentra el liderazgo nacional, conocido como “ranfla”, el cual es conformado por pandilleros fundadores.
Un documento de la Fiscalía del Distrito Este de Nueva York, que actualmente mantiene un caso abierto contra 14 cabecillas de la Mara Salvatrucha, detalla que la pandilla comenzó a organizarse en las cárceles salvadoreñas a inicios de la década del 2000. “La organización creó una jerarquía formal, un conjunto de reglas y un cuerpo de liderazgo para controlar y sacar provecho de las actividades de la pandilla en El Salvador”, señala.
Ese grupo de cabecillas fue nombrado inicialmente como “Los doce apóstoles del diablo”. Luego fueron renombrados como “Ranfla Histórica” o “Ranfla Nacional”, el nivel de liderazgo más alto que, según el documento fiscal, era equivalente a una “junta directiva”.
Borromeo Enrique Henríquez, alias “Diablito de Hollywood” es uno de los cabecillas de mayor renombre dentro de la Mara Salvatrucha. Mientras que en el Barrio 18, la cabeza es Carlos Ernesto Mojica, alias “Viejo Lin”. Ambos fueron condenados en El Salvador.
En el segundo nivel se encuentran los llamados “programas”, en el caso de la MS, o “tribus”, en el Barrio 18, los cuales son operados por “los corredores” que buscan agrupar a las “clicas” o “canchas”, es decir grupos de pandilleros con presencia en colonias y barrios que se encargan de las actividades operativas de las pandillas.
Según un estudio sobre la inclusión social en contextos de violencia, de las Naciones Unidas para el Desarrollo y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), habían más de 2.000 clicas y canchas en 2014, distribuidas en los 14 departamentos del país.
Esas agrupaciones han sido operadas por los corredores de clicas, quienes dan órdenes a los “homeboys” o “hommies”, como se le conoce a quienes han hecho por años las labores de vigilancia, cobro de extorsión, entre otros, en las colonias. No cualquiera podía entrar a los territorios dominados, solo los habitantes del lugar y a quienes la pandilla había autorizado.
La muerte y la violencia
Desde que los jóvenes decidían “brincarse” a la pandilla, como se le conoce al ritual de iniciación, han sabido que la muerte es una posibilidad latente. De hecho, ha sido común escuchar a sus miembros, en entrevistas de medios locales, asegurar que mueren “por el barrio”.
El ritual, que antes consistía en una golpiza de 13 segundos para afiliarse a la MS o de 18 segundos, para el Barrio 18, “con el tiempo ha ido cambiando a misiones concretas que incluyen el asesinato de personas”, agrega el estudio de las Naciones Unidas y la CEPAL.
El homicidio ha sido el principal parámetro usado por los gobiernos salvadoreños para medir la seguridad ciudadana. De hecho, el gobierno de Nayib Bukele decidió solicitar un régimen de excepción tras una ola de asesinatos ocasionada por las pandillas. Hoy, Bukele asegura que marzo de 2023 “cerró como el mes más seguro en toda la historia de El Salvador”. Aunque no siempre fue así.
El Salvador rondaba una tasa de 64 homicidios por cada 100.000 habitantes en 2010. En 2015, casi se duplicó, aumentando a 103. Esto hizo que el país viviera el año más violento de su historia democrática, y pasara, además, a ser uno de los países más violentos del mundo. Luego de ese año, los niveles de violencia se fueron suavizando pasando de 36, en 2019, a 7,8 en 2022.
Una investigación del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, sobre funcionarios del gobierno de El Salvador y líderes encarcelados de pandillas, asegura que esas reducciones se dieron debido a “negociaciones encubiertas” entre dos funcionarios de Bukele y la Mara Salvatrucha “para garantizar que los incidentes de violencia de las pandillas y el número de homicidios confirmados en el país se mantuvieran bajos”.
Pese a esos señalamientos, la embestida de Bukele contra las maras, por medio del régimen, ha logrado lo que parece ser el final de las pandillas. Antes de marzo de 2022 era impensable entrar a los barrios acechados por pandillas. Sin embargo, diversos medios de comunicación, incluida la Voz de América, han recorrido varias comunidades que por años cargaron con el estigma de ser las colonias más peligrosas de El Salvador.
Esa política de seguridad en El Salvador ha provocado aplausos y cuestionamientos. Uno de ellos es el de Estados Unidos, que aún espera la extradición de los cabecillas de pandillas reclamados por la justicia estadounidense. Hasta el momento, de los 14 cabecillas fundadores, el Buró Federal de Investigación de EEUU (FBI) espera capturar a dos. El resto se halla guardando prisión en las cárceles salvadoreñas.