Desde la psicología, y centrándose en el aspecto de las interacciones sociales, se parte de la idea de que el hecho de estar más tiempo en convivencia con nuestros familiares en general y nuestra pareja en particular hace que existan más motivos de conflicto, lo que puede llevar a la violencia verbal y física, siendo el feminicidio la consecuencia última de estas.
En este sentido hay que considerar que en nuestra rutina diaria compartimos poco tiempo en pareja. La mayoría de las personas pasa gran parte del día en su trabajo y en su trayecto al mismo.
El tiempo que transcurre en el domicilio conlleva actividades como la alimentación, aseo, interacción con hijos, tiempo de ocio, etc. La convivencia con la pareja es realmente un breve periodo de tiempo al día, por lo que la probabilidad de un conflicto es más reducida.
Sin embargo, en los periodos vacacionales el tiempo que compartimos en pareja aumenta considerablemente, aumentando así también la probabilidad del conflicto.
A esta ecuación hay que añadir que también pasamos más tiempo con familiares, familia política, amistades, etc., lo que hace que los desacuerdos, malentendidos y discusiones sean más probables.
En muchas ocasiones el inicio del conflicto no es necesariamente un problema de pareja, sin embargo, puede llegar a detonar en este.
Qué ocurre una vez detonado el conflicto
Una vez detonado el conflicto en la pareja, la violencia, física o verbal, hará acto de presencia como parte de la dinámica habitual en las discusiones de ambos. Encontramos en ocasiones personas que obtienen lo que desean a través de la violencia.
Esas ganancias (que le den la razón, que el otro se calle, que accedan a sus deseos, etc.) se convierten en un reforzador del comportamiento, lo que produce que en la próxima ocasión que se produzca una discusión la persona recurrirá nuevamente a la violencia, ya que esta “funciona” para cumplir sus deseos.
Sin embargo, no siempre ocurre que a través de la violencia se obtiene el resultado deseado, y en ocasiones la otra persona no accederá a sus deseos.
Lejos de darse por vencido, lo que ocurrirá es un incremento en la violencia para el mismo objetivo. Ante este incremento el contrario suele sucumbir, por lo que ahora este nuevo comportamiento más violento se verá reforzado.
A partir de ese momento este pasará a ser la elección violenta prioritaria, y así sucesivamente se va produciendo una escalada de violencia.
Levantarse “con el enemigo”
Esta situación, in crescendo, podría conllevar una charla entre compañeros con el correspondiente desahogo emocional en un día laboral habitual.
Sin embargo, en un periodo vacacional implica levantarse “con el enemigo”, quien sigue sin “dar su brazo a torcer”, por lo que el conflicto continúa, generando procesos cognitivos que implican un grupo de ideas irracionales hostiles y violentas, llevando a una situación insostenible que acaba convirtiendo la relación en un polvorín en el que en cualquier momento puede saltar una chispa.
Llegado este punto hay que aclarar al lector que sabemos que son muchos más los factores implicados en la violencia de género que pueden llevar al feminicidio.
Sin embargo, lo que pretendemos con esta visión reduccionista de este fenómeno es dar cuenta de cómo la interacción cotidiana con una persona puede conducir a situaciones de fricción y violencia, buscando ofrecer una explicación plausible de la relación entre violencia feminicida y festividades, no centrando la misma en la festividad sino en el tiempo de interacción y las consecuencias derivadas del incremento de esta interacción.
Estos aspectos se ven parcialmente confirmados con los efectos del confinamiento en Wuhan y otras localidades de la provincia china de Hubei, epicentro de la pandemia por la covid-19, donde la solicitud de divorcios se multiplicó por siete, según fuentes oficiales, respecto a las cifras habituales.
El lado amable de este confinamiento es que también se produjo un incremento en los embarazos entre las habitantes de aquella región, por lo que podríamos llegar a concluir que pasar más tiempo juntos nos hace ser más violentos a unos o más cariñosos a otros.
Raúl Martínez Mir, Profesor de Psicología, Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.