NOTA BENE
La Octava de Pascua
Ayer regresamos a la rutina de trabajo después del descanso de la Semana Santa. Nos puede pesar volver al corre-corre, pero para los cristianos, la Octava de Pascua es una de las semanas más alegres del año. Celebramos el hecho de que Jesús murió y resucitó, realmente desde ahora hasta Pentecostés. Las lecturas de estos días nos hablan de las apariciones de Jesús resucitado a los apóstoles, y de cómo hizo evidente Su divinidad al mundo entero. Por ejemplo, la secuencia Victimae Paschali Laudes resalta que “la muerte y la Vida se enfrentaron/ en lucha singular. / El dueño de la vida, que había muerto, / reina vivo”.
' Los cristianos encontramos paz y esperanza en la Resurrección.
Carroll Ríos de Rodríguez
“Jesús ha resucitado y no morirá de nuevo. Ha descerrajado la puerta hacia una nueva vida que ya no conoce ni la enfermedad ni la muerte”, explicó Benedicto XVI en su homilía del Sábado Santo del 2012. Ese mismo año, en la audiencia general del 11 de abril, el Pontífice recordó a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro que los discípulos sintieron angustia, miedo y tristeza cuando pensaban que su Maestro había muerto. Jesús se les aparece y los saluda: “Paz a vosotros”. Jesús no es un fantasma ni un avatar. Está vivo: les muestra sus llagas. Come y bebe con ellos. Afirma Benedicto XVI: “Él da —la paz— en plenitud, y esa paz se convierte para la comunidad en fuente de alegría, en certeza de victoria, en seguridad por apoyarse en Dios”. Su saludo es a la vez un don y una consigna. Ahora, le toca a los envalentonados discípulos salir, dar su testimonio y contagiar su fe a millones de personas más.
Así como entró en el cenáculo, Jesús pide entrar también a nuestras casas, pero no a la fuerza. Nosotros tenemos que abrirnos para recibir la alegría, la paz y la esperanza que nos ofrece. Podemos emular a los discípulos que iban rumbo a Emaús; ellos le ruegan a Jesús, aún sin haberlo reconocido plenamente, que se quede con ellos. Nos auxiliamos de metáforas para entender la magnitud de la reconversión que es posible: sería como pasar de vivir dentro de una película en blanco y negro al mundo de Tecnicolor. O bien, es como salir de un frío invierno al calor de la primavera. De allí que un himno exclame: “Hoy es la primavera de las almas: Cristo ha roto su prisión…”.
Ha sido una tradición de siglos celebrar bautizos en la Vigilia Pascual. El bautismo es un sacramento que nos da “una vida nueva”; con Cristo, los bautizados morimos, fuimos sepultados y resucitamos. El sacramento nos convierte en hijos de Dios. A partir del siglo IV, durante la semana de la Octava, los neófitos recién bautizados celebraban su incorporación a la comunidad cristiana usando prendas blancas. De allí que esta semana se llame también semana in albis, o semana blanca. Nos recuerda a todos que esa vida nueva que recibimos con el bautismo debe prolongarse a lo largo de nuestro paso por la tierra. Debemos mantenernos firmes, caminar en el amor y dar fruto.
En el 2000, San Juan Pablo II canonizó a Santa María Faustina Kowalska y estableció la fiesta de la Divina Misericordia el domingo de la Octava de Pascua. En 1967, cuando era cardenal en Polonia, él cerró el proceso informativo sobre la vida de la monja que documentó en su diario las apariciones de Jesús de la Divina Misericordia. En su segunda encíclica, Dives in Misericordia (1980), el papa Juan Pablo II nos explica que Dios muestra su misericordia a través de la crucifixión y resurrección de su Hijo. Jesús es, “en cierto sentido, la misericordia”, escribe el Papa. No comprendemos cien por ciento el misterio pascual —la muerte, resurrección y ascensión del Señor— pero, al aproximarnos a él, comprendemos que Dios es “rico en misericordia”. ¡Sigamos celebrando!