CIVITAS
El dilema de volver
“Yo, a Venezuela, no regreso. No señor, por nada en el mundo”. Esto afirmó una amiga venezolana con quien conversé hace poco en Madrid. Me intrigó que, a pesar de hacer un enorme y noble esfuerzo desde afuera para hacer consciencia de la situación política de su país, no viera un futuro en el mismo. ¿Por qué? La mayoría de migrantes encuentran afuera lo que no encontraron en su propio país; ahí la razón por la cual regresar no es una opción. En Guatemala, ¿hay incentivos para que los ciudadanos se queden o para los que están fuera vislumbren un futuro esperanzador de vuelta?
Las causas de la migración en Centroamérica son conocidas ampliamente, no son en vano los amplios estudios y proyectos emprendidos localmente y por Estados Unidos para mitigarla. En su gran mayoría son razones puramente económicas, relacionadas con las oportunidades de desarrollo y superación familiar. Sin embargo, dentro de este fenómeno poco se habla de las actitudes entorno a, una vez cubiertas las necesidades básicas, la esperanza por regresar al país de origen por gusto o para contribuir a mejorarlo.
Muchos venezolanos, argentinos, cubanos o centroamericanos que viven en el extranjero no ven que la situación de sus países se arregle en un futuro cercano. Es evidente que el tejido social en muchos países de la región está debilitado, las oportunidades de empleo son escasas, los gobernantes y dirigentes saquean cada vez más las instituciones públicas y los servicios básicos son malos o, en ocasiones, inexistentes. ¿A esto quisieran regresar todos los migrantes que están fuera? Obviamente, no, si en los lugares donde residen, como Estados Unidos o España, pueden desarrollarse plenamente y han encontrado maneras de soñar. Es parte de la acción humana, racional e intencional, querer estar siempre en una mejor situación, de ajustarse a los estímulos y condiciones de nuestro entorno para prosperar. Sin embargo, en algunos entornos es más difícil que en otros.
' Debemos impulsar incentivos adecuados para que más personas quieran formar parte del cambio y apostarle a trabajar acá por el país.
Christa Walters
La decisión de no querer retornar voluntariamente es comprensible. No obstante, ¿qué depara el mañana para nuestros países si las mentes brillantes, trabajadores honrados y personas perseverantes no están acá para luchar? Tomar la decisión de irse es, en muchas ocasiones, de valientes, pero quedarse también lo es. Surgen muchas dudas de cómo saldrán adelante los países de América Latina cuando tanta de su población se rehúsa a vivir acá.
Las próximas elecciones en Guatemala definirán el rumbo del país, por lo que la reflexión para el país, tanto habitantes de la República como migrantes que se encuentran fuera, es ¿qué deseamos? ¿Queremos un mesías o simplemente tirarle a alguien la responsabilidad de arreglar todos los problemas? Si nosotros no tomamos la responsabilidad de hacerlo, siempre habrá algún oportunista dispuesto a tomar el lugar. Esto produce el caldo de cultivo para un ambiente poco esperanzador para la juventud, empujándola a tomar la decisión de triunfar en otras tierras. Quienes se quedan, muchas veces deben remar contra la corriente para alcanzar pequeños cambios y así lograr que no todo se desmorone.
Las personas que realmente pueden hacer cambio son las que deciden no quedarse ni participar. Por ello debemos impulsar incentivos adecuados para que más personas quieran formar parte del cambio y apostarle a trabajar acá por el país. No estoy segura de si únicamente es por la vía económica (en el sentido de generar oportunidades de desarrollo), pues hay elementos aspiracionales y de esperanza en los cuales también nos hace falta trabajar. Nuestros países nos necesitan, de lo contrario no van a cambiar.